Pararse a pensar
Se para a pensar un rato. Esto es una novedad. No es que hasta ahora no pensara, lleva 30 años pensando, lo que pasa es que no se paraba a pensar, porque lo suyo era pensar mientras no paraba, es decir, mientras servía platos. La cocina tiene esa servidumbre implacable: vales por lo que das de comer. Ahora bien, todo eso puede organizarse de manera meditada y tranquila, siguiendo los ritmos sabios del Cap de Creus.
Lo único que ha cambiado es la línea del horizonte. Detrás, queda ahora un periodo en que Ferran Adrià se dedicará a recopilar lo pensado mientras servía platos y a pensar lo que todavía no ha pensado porque servía platos. Dijo ayer que no sabía si volvería a cocinar para uno -su sueño zen- o para mil comensales. Es decir, necesita tiempo para pensar sobre el formato de los platos que servirá en el futuro. Se lo tiene ganado: la cocina española es lo suficientemente fuerte para podérselo permitir.
Ejercer de número uno durante tantos años ha de resultar agotador, en el sector de la gastronomía como en el de Guardiola. Pasan cosas, cambian los horizontes. El hermano de Ferran, Albert, gran repostero de El Bulli, se ha salido ya de la presión, en pos de nuevas ideas. Ayer, por la vía de la edición digital de este diario, pude preguntar a Ferran Adrià si era feliz y me contestó que había tomado la decisión de pararse a pensar "para seguir siendo feliz". "Como sabes, he podido ser siempre feliz", añadió. Quizá exagerara, pero en todo caso ha repartido la suficiente felicidad como para buscar la suya propia sin que nadie pueda reprochárselo.
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