Nuestro particular cementerio de SS
La tumba de Anton Galler, la número 12, en el cementerio de Denia (Alicante) todavía recibe misteriosas visitas. Murió a los 80 años, en 1995, y casi nadie supo que su nombre esculpido en el mármol negro del estuche mortuorio representa a uno de los criminales de guerra nazi más buscados. Su esposa Elfe reposa a su lado. La enterraron tres años después, según consta en los viejos libros de registro anotados a mano, con una preciosa letra de redondilla y a pluma estilográfica.
El viejo Galler no era lo que parecía. Nadie es lo que aparenta, pero en el caso de este anciano su secreto era tan inconfesable que sorprende que sus vecinos no sospecharan que aquel jubilado austriaco que vivía en el número 45 de la calle Partida Florida, aquel tipo afable y educado, había vestido en su juventud el uniforme de las SS y dirigido como comandante el batallón que protagonizó durante la ocupación italiana, en 1944, la masacre en el pueblo montañés de Sant' Anna en la que murieron 400 civiles, en su mayoría mujeres y niños.
Franco convirtió España en uno de los territorios más seguros para cientos de criminales nazis
Denia es un lugar mágico y sereno donde parece posible olvidar. Eso creyeron Galler y la cohorte de ex miembros de las SS que eligieron este pueblo de pescadores para refugiarse de su pasado y de la justicia que los acechaba. Por allí pasó en 1946, camino hacia Suramérica, Martin Bormann, el brazo derecho de Hitler, procedente de Roma y oculto bajo el manto protector de la Iglesia. Los monasterios españoles acogieron a importantes espías como Reinhard Spitzy, el refinado agente de Abwehr disfrazado de monje en el monasterio de San Pedro de Cardeña (Burgos) en 1947 antes de de huir a Argentina en un barco de la naviera Aznar.
La hospitalidad y ayuda que recibieron de Franco los centenares de agentes y criminales nazis refugiados en España convirtió las costas y ciudades españolas en uno de los territorios más seguros para no caer en las garras de los Aliados.
Las listas negras entregadas al Gobierno franquista con los nombres y direcciones de los huidos no sirvieron de nada. La policía les avisaba de que iban a detenerlos y los informes de ministros y colaboradores del régimen como Alberto Martín Artajo y Emilio de Navasqüés para que entregaran a algunos no fueron escuchados. Bajo ese clima de complicidad antes que Galler llegaron a Denia otros SS que se quedaron para siempre entre nosotros: Gerhard Bremer, ex miembro del estandarte personal de Hitler reconvertido en promotor inmobiliario; Otto Skorzeny, el hombre que liberó a Mussolini en el Gran Sasso cuando el Duce estaba preso de los Aliados; y otros muchos que se han llevado sus secretos a la tumba.
De la avioneta de Albert Speer, el arquitecto y ministro de Guerra de Hitler, descendió en la playa de la Concha en San Sebastián en 1945 León Degrelle, el llamado hijo adoptivo de Hitler; y tras él vinieron Otto Remer, el general que salvó al jefe nazi del atentado en julio de 1944, y Wolfgang Jugler, un ex SS que todavía cuelga su uniforme nazi en el armario de su coqueto apartamento marbellí. Ninguno fue entregado y las peticiones de extradición a los gobiernos de la UCD y el PSOE no fueron atendidas. Todos descansan en nuestro particular cementerio de las SS. Otros como Jugler todavía pasean a Tiffany's, su perrito.
José María Irujo es autor del libro La lista negra. Los espías nazis protegidos por Franco y la Iglesia (Aguilar, 2003)
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