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Las dos vidas del hombre hueco

Javier Rodríguez Marcos

En 1927, T. S. Eliot se definió a sí mismo, no sin cierta ironía, como "clasicista en literatura, monárquico en política y anglocatólico en religión". Ese mismo año, tenía 39, ingresó en la Iglesia anglicana y obtuvo la nacionalidad británica. En una sola vida, tuvo tiempo de ser, como mínimo, dos hombres. También de cambiar por dos veces la historia de la poesía del siglo XX. El gran vanguardista que en 1922 había metido en un solo poema -La tierra baldía- el delirio de la vida urbana, el desgarro de la I Guerra Mundial y su propia crisis personal se reveló en 1944 como un enorme poeta clásico que supo sintetizar pensamiento y sentimiento en otra obra cumbre: Cuatro cuartetos. En 2001, Juan Malpartida y Jordi Doce tradujeron ambos poemas para Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores. Es tal vez la mejor versión española de una obra que siempre contó con traductores de altura: de Jaime Gil de Biedma a José Emilio Pacheco pasando por León Felipe, Vicente Gaos, José Antonio Muñoz Rojas o José María Valverde.

Hay quien dice que la boda de Eliot con Vivienne Haigh-Wood en 1915 fue, además del único acto impulsivo de su vida, una forma de quemar en Oxford las naves que podrían haberle devuelto al puritanismo de Saint Louis o de Boston. Para huir de Nueva Inglaterra, nada mejor que la Inglaterra vieja. Poeta británico atrapado en el cuerpo de un filósofo estadounidense, reformó su vida sin revolucionarla. Lo escribió él mismo en 1925, al final de Los hombres huecos: "así termina el mundo / no con una explosión sino con un sollozo".

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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