Sobras completas
Que yo sepa, el próximo otoño asistiremos a tres nuevas violaciones de las voluntades más o menos explícitas de otros tantos escritores por parte de sus familias y herederos, siempre proclives a ignorarlas cuando se trata de hacer (más) caja. Hay otras -en los últimos años el asunto se ha convertido en una auténtica pandemia que proporciona pingües beneficios a derechohabientes, agentes y editores-, pero tres son suficientes como muestra.
HarperCollins, uno de los sellos estrella de la megacorporación de Rupert Murdoch (News Corporation), anuncia la publicación en septiembre, y dentro del volumen misceláneo Agatha Christie's secret notebooks, de dos "relatos" inéditos que tienen como protagonista al astuto y atildado Hércules Poirot. Inéditos hasta cierto punto, puesto que ambos fueron en su origen embriones utilizados, según la costumbre de la autora, como borradores de sendas narraciones publicadas en el apogeo de su carrera: la novela Testigo mudo y uno de los cuentos del volumen Los trabajos de Hércules. El "rescate" se produce tras el expurgo de los más de 70 cuadernos de notas personales y esquemas dejados por la autora, que nunca pensó en su publicación.
Abundan ejemplos de autores de los que, después de muertos, alguien (siempre hay deudos sagaces) "descubre" manuscritos olvidados
Alianza Editorial (grupo Anaya) es una de las editoriales europeas que publicará en otoño Mis premios, de Thomas Bernhard, una obra inacabada cuya publicación había quedado explícitamente prohibida por el autor en su testamento. Lo que entonces no previó el genial cascarrabias es que, tras su muerte y, después de haber sido considerado una auténtica bestia negra por sus contemporáneos, iba a convertirse en icono nacional austriaco y centro de una sofisticada pero muy rentable industria cultural que requiere constante alimentación y proporciona muchas alegrías económicas a sus derechohabientes, editores y empresarios teatrales.
También empieza a anunciarse ahora la publicación de The original of Laura, la novela en que Vladímir Nabokov estaba trabajando cuando le llegó la muerte, y de la que dejó 138 fichas manuscritas como primer borrador. A pesar de que el autor insistió en que toda su obra inacabada debía ser quemada, su hijo Dmitri, tras muchos "problemas de conciencia", ha decidido publicarla, lo que hará en noviembre Knopf, un sello quality de la multinacional Random House. Para curarse en salud ante posibles críticas los editores han incluido en cubierta un patético subtítulo: a novel in fragments.
La absoluta ausencia de control legal póstumo -independientemente de cuáles fueran sus deseos- de los creadores sobre su obra no publicada no es asunto nuevo. Desde Virgilio -la leyenda refiere que fue Augusto quien impidió que la Eneida fuera quemada, según deseaba su autor- a Kafka, cuyo emperador-bombero fue el desobediente Max Brod, la historia de la literatura está repleta de esos "rescates" y salvamentos. En algunos casos -sin duda los menos- la posteridad ha agradecido la desobediencia, pero, en la mayoría, lo salvado no ha servido precisamente para enriquecer la memoria literaria de quienes, quizás, habrían enrojecido al ver sus borradores y notas expuestos a la luz. De Hemingway a Calvino, de Cortázar a Bolaño, abundan los ejemplos de autores de los que, después de muertos, alguien (en estos asuntos siempre hay deudos, viudas o parientes sagaces) "descubre" manuscritos olvidados en armarios o depositados en polvorientas maletas que terminan siendo pasto de eruditos, especialistas y embalsamadores. Eso cuando no se publican "reconstruidos" o completados por negros o "editores" cuidadosamente elegidos y contratados por ansiosos derechohabientes. Claro que, como también se argumenta a menudo, si esos autores deseaban realmente que su obra se quemara ¿por qué no lo hicieron ellos cuando veían cerca la muerte? En fin, leo que de la saga de Stieg Larsson también ha quedado un manuscrito incompleto. En cuanto se resuelva el litigio de los presuntos derechohabientes, no les quepa la menor duda de que tendremos otro superventas. De la calidad o el interés del resultado, ya hablaremos entonces.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.