Aquelarre de filántropos
El martes 5 de mayo, en el rectorado de la neoyorquina Universidad Rockefeller, una conjunción astral intermediada por multitudes de secretarios reunió a las fortunas con más glamour de Estados Unidos. Nada menos que Warren Buffett, Bill Gates, David Rockefeller, George Soros, Ted Turner y Oprah Winfrey, todos ellos multimillonarios, pero también carne de Fortune, Time o The Economist. Y no se reunieron para debatir sobre la delicada situación de los hedge funds o las consecuencias de una regulación bancaria más estricta, ni siquiera para deplorar amargamente los reveses de fortuna del Bank of America o Citigroup, águilas de plata de la economía americana. Se juntaron para hablar de caridad, esto es, de filantropía. Sabios como son, y así lo demuestran sus fortunas, se preocuparon, según las crónicas, por la educación -el motor oculto de la prosperidad-, los programas humanitarios de la ONU o la reconstrucción de Nueva Orleans.
A pesar de la ética del silencio que impone la caridad cristiana, Buffett, Soros, Gates y Rockefeller no se privan de aparecer en público como magnates preocupados por causas benéficas. Gracias a esta difusión pública, la beneficencia, que en tiempos ideológicamente más nítidos era repudiada como la humillación condescendiente que aplican los ricos a los pobres, tiene hoy una exquisita imagen política y no son pocos, desde los cofrades de Nueva York hasta los cantantes pop adictos a los festivales solidarios, los que confían en ella como un resorte nivelador de la miseria.
Decía el gran Pitigrilli que la beneficencia "es el doblón que los bergantes supersticiosos metían en el bolsillo del viajero después de haberle desvalijado en los caminos reales"; y el sarcástico Ambrose Bierce definía al filántropo como un "anciano caballero, rico y generalmente calvo, que ha aprendido a sonreír mientras su conciencia le roba los bolsillos".
Los ásperos Pitigrilli y Bierce tenían razón. Pero Buffet, Gates, Rockefeller y resto de cofrades también tienen razones muy poderosas: los lugares devastados y la pobreza extrema son malos para los negocios. Así que la filantropía, esto es, la caridad, es una buena decisión financiera.
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