La casa de Poncia
Tremendamente fiel. Es lo menos que puede decirse del montaje que Lluís Pasqual estrenó anoche sobre el drama más universal de García Lorca, La casa de Bernarda Alba, en el Teatro Nacional de Cataluña. Es fiel incluso a las acotaciones del poeta, como la primera de ellas, la que advierte de la intención de documental fotográfico de los tres actos que componen la pieza, y que Pasqual soluciona acercando al público a la acción (de ahí que se represente en la sala pequeña del teatro), situándolo a ambos lados. Fiel a la hipérbole con la que Lorca llena el escenario de mujeres, unas cuarenta figurantes, durante el duelo por el difunto marido de Bernarda. Fiel a la ceremonia con la que desfilan esas mujeres. Fiel al blanco de la habitación interior de la casa durante los dos primeros actos y fiel al tono ligeramente azulado de las paredes del patio interior de la misma en el tercero. Es también fiel a los silencios y fiel al clima de opresión, a la tensión. Diría que sólo permite que su protagonista, Bernarda Alba, demuestre algo más de dolor del que creemos que siente en una lectura del texto al final de la obra, cuando descubre que Adela, su hija pequeña, acaba de ahorcarse.
LA CASA DE BERNARDA ALBA
De Federico García Lorca. Dirección: Lluís Pasqual. Intérpretes: Núria Espert, Rosa Mª Sardà, Teresa Lozano, Rosa Vila, Marta Marco, Nora Navas, Rebeca Valls.
Teatro Nacional de Cataluña, sala pequeña. Barcelona, 29 de abril.
Magnífica Sardà
Sin embargo, Bernarda, la protagonista, esa mujer severísima que anda siempre bastón en mano pendiente de las apariencias, que acaba la obra como la empieza -pidiendo silencio y dando órdenes-, que es capaz de negar la realidad si ésta no se ajusta a sus deseos, en este montaje pasa casi a un segundo plano. Interpretada por Núria Espert, a la Bernarda de la noche del estreno le faltó algo de fuerza, incluso de voz, se la vio algo apagada. Es Poncia, la criada que compone Rosa M. Sardà, la que lleva la voz cantante en esta casa de mujeres que, no es que sean malas, es que "son mujeres sin hombre, nada más". La Sardà está magnífica. Combina como ninguna varios registros: el de comedianta cuando cuenta su primer encuentro con su marido; el de indignada contenida cuando Bernarda se niega a hacerle caso; el de trastornada cuando descubre el cadáver de Adela. En todo momento saca partido de la afilada lengua de Poncia. El resto del reparto cumple con eficacia.
Babelia
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