El maestro ciego de Almodóvar
Se despertó a las ocho una mañana y ya no era el mismo. Había decidido no abrir los ojos durante toda la jornada. Caminó a tientas y entró con sumo cuidado al baño, se metió en la ducha, se enjabonó torpemente y notó el olor a gel con más intensidad. También se percató del aroma a café que humeaba desde la cocina. Se secó, desayunó y salió a la calle a ciegas. Fue al cine y se sentó ante la pantalla sin abrir los ojos. Se tragó el filme entero. Luego tapeó y se fue de cañas. Todo a oscuras. Aquel día, todo fue gusto, olfato, tacto y sonido. Y miedo. Un minuto antes de acostarse abrió los ojos. Seguía viendo.
El protagonista de esta historia es Lluís Homar, director teatral, fundador del Teatre Lliure y actor de Los Borgia o Caótica Ana. El barcelonés completó, a principios del pasado mes de septiembre, el rodaje de la última película de Pedro Almodóvar, Los abrazos rotos, su segunda colaboración con el director manchego. En la ficción, Homar, de 51 años, interpreta a un director de cine que pierde la vista después de un accidente de tráfico. Pasar un día a ciegas era parte del entrenamiento.
Javier del Hoyo, de 48 años, es tan alto como Homar y tiene dos hijos, como él. Sin embargo, Del Hoyo no es un personaje almodovariano. Le atropelló un coche hace cuatro años cuando cruzaba por un paso de cebra. Entró en coma. Cuando despertó, un mes después, no veía nada. "Los médicos me dijeron que todavía había posibilidades de que recuperara la visión, que había opciones", recuerda. No fue así, pero Del Hoyo no se derrumbó; ni él, ni su familia. Y eso a pesar de abandonar su empleo en el Ministerio de Defensa, que, según cuenta, tanto le llenaba. A pesar de dejar de correr o de montar en bicicleta por Las Rozas, donde vive desde hace más de 20 años. "A poco realista que uno sea, se da cuenta de que la ceguera es para siempre. Yo preferí mirar al futuro y hacer cosas que me gustaran", asegura con rebeldía. Cosas como enseñar a alguien a moverse, comer o mirar como un ciego. Eso fue lo que hizo con Lluís Homar. Le ayudó a levantarse un buen día y a cerrar los ojos para no ver nada. Del Hoyo, burgalés de origen, pero madrileño de corazón, instruyó a Homar a dar sus primeros pasos de ciego. Fue una formación dura, pero no tan infrecuente como se piensa. "Muchos actores piden ayuda a la ONCE para aprender a moverse como yo", explica Del Hoyo. Los técnicos y afiliados de la fundación colaboran en proyectos cinematográficos y televisivos desde hace años. "Las productoras nos contactan y piden consejo", explica un portavoz de la ONCE. La mano de la organización está en videoclips, anuncios y largometrajes. Participaron en Carne trémula, también de Pedro Almodóvar. "Comprobamos que no meten la gamba en el guión, que no escriben barbaridades. Aunque parezca mentira, suele haber fallos, y a veces acaban modificando la historia para que se adapte más a la realidad", aseguran. En los proyectos de más enjundia les solicitan que instruyan al actor. En estos casos, la ONCE recomienda a un afiliado con una historia parecida a la del personaje de ficción.
Cuenta Homar que Almodóvar lo tuvo claro con Del Hoyo desde el primer momento. "Me dijo: 'Éste es tu hombre'. No sólo porque su vida fuera similar a la de mi personaje. También porque nada en sus ojos delataba que fuera ciego". La ceguera de Del Hoyo es tan reciente que incluso él necesita un profesor. En esta historia también caben las paradojas: Javier del Hoyo, aparte de profesor, es alumno. Aquí entra en escena la tercera protagonista. Un personaje fundamental. "Mi aprendizaje tuvo dos vertientes", confirma Homar. "Una más emocional, donde Del Hoyo fue el espejo en el que mirarme y del que aprendí cómo actuar, y otra técnica, en la que Marina Milo fue clave".
Milo, de 47 años, trabaja para la ONCE desde hace más de una década. Su cometido: conseguir que los invidentes, congénitos o recientes, vean con el tacto, el gusto, el olfato y el oído. "Cada ciego es un mundo y tiene sus manías para moverse. Pero hay trucos, como tocar el suelo con el bastón, llenar una taza de café guiándose por el peso o recordar dónde están los alimentos en un plato con ayuda de las agujas de un reloj". Y añade: "Son habilidades necesarias para interpretar a una persona ciega". La formación de Homar arrancó en el otoño de 2007, antes del rodaje. Fue en la calle Prim de Madrid. Allí, en la quinta planta de la Fundación ONCE, Homar aprendió a ver en medio de la oscuridad. Cuatro meses de experiencias a ciegas y de experiencias al borde del abismo. "El primer día, Marina me sacó a la calle con un antifaz. Me invadió el pánico", recuerda hoy el actor.
Homar y Del Hoyo comieron juntos varias veces. En uno de esos encuentros, al intérprete se le fue el santo al cielo: "Fueron a un restaurante los dos solos. Yo no podía ir. A la vuelta le pregunté a Lluís si se había fijado en cómo cogía el cubierto Javier, en cómo encontraba los platos sobre la mesa. Lluís me dijo: 'Marina, estábamos tan a gusto charlando que se me olvidó. ¡Vamos a tener que repetir la comida!", rememora la técnica.
No debe de ser fácil desaprender a ver... "Como tampoco lo es dejar de ver", sentencia Javier del Hoyo, bastón en mano y con una sonrisa de oreja a oreja. Del Hoyo asegura que se puede ver sin la vista, pero que para imitar a un invidente hace falta pensar como él: "Es necesario memorizarlo todo: pasillos, escaleras, calles, aceras... Y verlo todo en tres dimensiones, como si tu mente fuera un GPS".
Almodóvar ya dijo que Los abrazos rotos era una historia "de personajes". Una cinta de cine negro y amor a cuatro bandas. Y Del Hoyo se ha convertido en una pieza clave. Tanto como para que la película mire y camine como él.
El profesor
Javier del Hoyo, de 48 años, perdió la vista hace cuatro. Le atropelló un coche cuando cruzaba por un paso de peatones. El burgalés ha enseñado al intérprete Lluís Homar a pensar, moverse y comer como un invidente.
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