72 horas en vilo
El país sigue expectante los vaivenes de los políticos sin apenas entender sus maniobras para buscar una salida
Un secretario del Tesoro arrodillado, reuniones de emergencia entre el presidente y los dos candidatos a sucederle el año próximo, anuncios de acuerdo que resultan no ser tales, congresistas con cara circunspecta intrigando e intentando evitar que el desastre de Wall Street y el plan de rescate del Gobierno pongan en peligro las posibilidades de su partido de llegar a la Casa Blanca. Las últimas 72 horas que ha vivido Washington enfrentando su Pearl Harbor financiero, en palabras de Warren Buffett, han tenido al país expectante ante un guión dramático a medio camino entre Shakespeare y Maquiavelo.
Washington amaneció revuelto el jueves, con las negociaciones en el Congreso sobre las medidas de apoyo a Wall Street en un punto complicado y la sombra de la inminente llegada de los dos candidatos. El primer acto del drama había comenzado el día anterior, con el anuncio de John McCain de que abandonaba la campaña para trabajar en el Capitolio sobre el acuerdo mientras pedía la suspensión del primer debate electoral.
Paulson se arrodilló ante los demócratas para que no le criticaran en público
Bush habló de "esperanza", pero los republicanos le exigían cambios
Era un órdago con puesta en escena. El candidato republicano lanzaba el mensaje de que ponía a su país por encima de cualquier interés personal y partidista en un momento en el que las encuestas empezaban a estabilizarse a favor de su adversario. Obama no aceptó su propuesta. Pero tuvo que cambiar de opinión después de recibir una llamada del presidente Bush, que convocaba a ambos candidatos a una reunión el jueves en la Casa Blanca. Se mantuvo firme, eso sí, en su oposición a posponer el debate.
Al día siguiente, poco después de la una y con el país y las Bolsas de todo el mundo expectante, llegaban las primeras noticias del Capitolio. Parecía que demócratas y republicanos habían llegado a un acuerdo sobre los "principios básicos" de la regulación del plan de rescate, según anunció el senador demócrata Chistopher Dodd, jefe del Comité de Banca del Senado. No dio detalles sobre el acuerdo, pero aseguró que se podría firmar en los días siguientes.
No habían pasado ni tres horas cuando se empezó a vislumbrar que tal acuerdo no existía. El presidente Bush compareció hablando de "esperanza", pero los republicanos decían que querían más cambios. Todo se complicaba. ¿Estaban boicoteando los republicanos a su propio presidente mientras los demócratas defendían su propuesta? Eso parecía, pero no estaba claro. A las cinco se confirmó el punto muerto: "No hay acuerdo", zanjó el senador republicano Richard Shelby. El nerviosismo invadió Washington. Nadie entendía bien qué estaba pasando.
El escenario se trasladó por la tarde del Capitolio a la Casa Blanca. Y aparecieron los dos nuevos personajes, Obama y McCain, que se reunieron con el presidente y congresistas de ambos partidos. Tras el encuentro, no hubo anuncios formales. Mala señal. No había acuerdo. A las seis y media McCain habló de "confianza" y de que los problemas podían solucionarse. Pero una hora después, un Obama más pesimista decía que la reunión había sido "bastante frustrante". Los demócratas empezaron a acusar a McCain de boicotear el acuerdo por razones electorales. Y de estar haciendo puro teatro.
Todavía en la Casa Blanca, después del encuentro, el secretario de Tesoro, Henry Paulson, acabó arrodillado ante la portavoz demócrata de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi. Pedía a los demócratas que no criticaran públicamente a los republicanos para no poner en peligro el acuerdo y evitar que el viernes se desplomaran las Bolsas. "No sabía que fueras católico", dijo Pelosi ante la peculiar postura de Paulson.
La intensidad dramática alcanzó su cénit el viernes. ¿Habría acuerdo? ¿Habría debate? ¿Se sentaría Obama solo en la universidad de Misisipi? En el Capitolio proseguían las negociaciones. Los republicanos continuaban expresando sus dudas. Los demócratas les acusaban de impedir cualquier acuerdo y de haber montado una "revuelta" contra la propuesta de Bush persiguiendo quién sabe qué propósitos. Pedían al presidente que llamara al orden a los miembros de su partido y que dijera "respetuosamente" a John McCain que se marchara de la ciudad y dejara de molestar.
El candidato republicano se reunió a primera hora de la mañana con los líderes de su partido de la Cámara de Representantes y se marchó a sus oficinas de Arlington (Virginia). Pasadas las once, finalmente, resolvió el suspense. A pesar de que no había acuerdo en el Congreso, él participaría en el debate. No explicó su cambio de idea, pero despejó la gran duda del día. Los candidatos se verían las caras por primera vez en medio de este huracán económico y político. Obama despegó rumbo a Memphis. A las nueve de la noche y ante millones de telespectadores tendría lugar otro de los actos de esta obra inconclusa en la que todavía nadie sabe qué ha pasado, ni por qué, ni cómo va a acabar el juego.
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