Feria en Nueva York
El presidente del Gobierno se reunió en Nueva York con un selecto grupo de empresarios para ensalzar la fortaleza de la economía española en estos tiempos de tribulaciones e invitarles, así, a que inviertan en España. Tarde o temprano, tenía que pasar. A fuerza de multiplicar los viajes oficiales al extranjero y acentuar el contenido económico de las agendas, los responsables políticos corrían el riesgo de confundir su figura con la de los antiguos viajantes de comercio. Como éstos, han decidido que su tarea consiste en sacar del maletín el muestrario de sus productos, desplegándolos ante los ojos a la vez sorprendidos y recelosos de los potenciales compradores. Zapatero, desde luego, llegó dispuesto a seducir en la difícil plaza en la que debía colocar su mercancía, exhibiendo ante el auditorio asistente al hotel Waldorf Astoria un inigualable catálogo de prodigios económicos.
Tanto se empeñó Zapatero en seducir a los presentes, tanto se esforzó por representar el papel ya institucionalizado del viajante de comercio, que por momentos bordeó el precipicio al que se suele lanzar de cabeza otra figura entrañable vinculada a estos menesteres: la del buhonero de feria. Hablando del sistema financiero español, reprodujo para asombro de propios y extraños la cantinela con la que éstos hacen el elogio de su mercancía. ¿Temor de las hipotecas basura? Pues aquí, señoras y señores, le ofrecemos no el cuarto ni el tercero ni el segundo, sino el más sólido sistema financiero del mundo. ¿Interés por invertir en Francia, Italia, Alemania? Pues sepan que allí nos tienen envidia, porque no somos ni la décima ni la novena ni la octava, sino la séptima economía del globo.
Por supuesto, no se trata de renunciar al momentáneo solaz que puede ofrecer un optimista a prueba de catástrofes financieras y de malos datos económicos. Pero la confianza desplegada por Zapatero en el hotel Waldorf Astoria sobre la economía española dejaba tan atrás la de los viajantes de comercio y la de los buhoneros que, por momentos, el auditorio pudo preguntarse, no de qué país, sino de qué planeta llegaba aquel conferenciante.
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