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La izquierda latinoamericana arropa al nuevo presidente de Paraguay

El obispo Fernando Lugo deja entrever que sus modelos son Lula y Bachelet

Jorge Marirrodriga

Honestidad y austeridad. Sobre estas dos líneas Fernando Lugo ejercerá su mandato en Paraguay durante los próximos cinco años. Acompañado de los principales representantes de la izquierda latinoamericana -y las notables ausencias de los presidentes colombiano, Álvaro Uribe, y peruano, Alan García- el ex obispo puso oficialmente fin ayer en la capital paraguaya a 61 años de hegemonía del Partido Colorado.

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Honestidad y austeridad. Sobre estas dos líneas Fernando Lugo ejercerá su mandato en Paraguay durante los próximos cinco años. Acompañado de los principales representantes de la izquierda latinoamericana -y las notables ausencias de los presidentes colombiano, Álvaro Uribe, y peruano, Alan García- el ex obispo puso oficialmente fin ayer en la capital paraguaya a 61 años de hegemonía del Partido Colorado.

Ataviado con la misma camisa clara que utilizaba siendo obispo, pero sin alzacuellos, Lugo recibió la banda presidencial y el bastón de mando ante miles de personas en el centro de Asunción en una ceremonia en la que se utilizaron por igual los dos idiomas oficiales de Paraguay: el español y el guaraní. Entre los invitados destacaban casi todos los presidentes suramericanos y el príncipe de Asturias.

Lejos de un discurso triunfalista, el líder de la Alianza Patriótica para el Cambio, pintó un panorama de duro trabajo para su mandato que estará centrado en la lucha contra las desigualdades sociales y la corrupción. El nuevo presidente no despejó la duda sobre el modelo de izquierda sobre el que optará, el socialdemócrata brasileño y chileno, o el populista venezolano y boliviano, pero sí dio algunas pistas. En sus palabras citó en primer lugar al brasileño Luiz Inácio Lula da Silva y a la chilena Michelle Bachelet, y más adelante tuvo una referencia especial hacia Salvador Allende. Propuso a la derrotada oposición un pacto social y prometió evitar el despilfarro y el "secretismo del Estado". Fue un discurso en un tono muy parecido al que pronunció el uruguayo Tabaré Vázquez cuando asumió el poder en 2005.

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El programa que se propone llevar a cabo Lugo supone toda una revolución en un país estancado durante décadas con un Estado sumido por una inercia inoperante. Antes de tomar posesión anunció una subida de impuestos, una estricta aplicación de la política fiscal, una reforma agraria -unas 200 familias poseen el 70% de la tierra-, atacar la lacra del contrabando y una mejora en las condiciones de vida de funcionarios y policías para atenuar el verdadero cáncer de la sociedad paraguaya que es la corrupción.

El elemento indígena en este país bicultural tuvo una importantísima presencia en la ceremonia. Tanto Lugo como el presidente del Congreso, Enrique González Quintana, hablaron en primer lugar en guaraní y lo hicieron mucho más allá de unas pocas frases de cortesía. Lugo hizo referencia explícita a la protección de los indígenas más pobres y advirtió que hará una "defensa irrestricta de los derechos humanos" y amenazó: "Ningún blanco tendrá impunidad contra el indígena".

Lugo, que a petición propia ha sido devuelto al estado laico por el Vaticano, se definió a sí mismo como un "hombre de fe" y reivindicó a los teólogos de la liberación con los que se identificó por su "opción por los pobres y los perseguidos". Eso sí, acto seguido se definió como "un laico eternamente agradecido a la madre la Iglesia", y nada más acabar su discurso se dirigió a la Catedral Metropolitana para asistir al Te Deum de acción de gracias que marca el inicio de su mandato.

Estos días la sociedad paraguaya vive un ambiente en el que se mezclan el optimismo y la expectación. Las grandes medidas de seguridad no han desanimado a la ciudadanía a participar de los festejos presidenciales. La misma expectación se da entre los países vecinos. Lugo ha sido muy cuidadoso al tocar el espinoso tema de la venta de energía eléctrica a Brasil y Argentina, países con cada uno de los cuales comparte gigantescas centrales hidroeléctricas. De hecho, Paraguay es el primer productor del mundo en electricidad por habitante. Lugo se deshizo ayer en elogios hacia Argentina, país que históricamente es el primer receptor de la emigración paraguaya, y trató con gran deferencia al presidente brasileño.

En segundo plano en las celebraciones quedaron el venezolano Hugo Chávez -quien esta misma semana ha denunciado una conspiración "de los oligarcas para no dejar gobernar a Lugo"-, Rafael Correa, de Ecuador; Evo Morales, de Bolivia, y Daniel Ortega, de Nicaragua. Llamó la atención la presencia del presidente de Taiwán, Ma-Yiung-Yeou, ya que Paraguay es uno de los pocos países que reconoce a la isla como Estado independiente, y de Salem Salek, ministro de Exteriores de la autoproclamada República Árabe Saharui Democrática.

Fernando Lugo saluda a la multitud agolpada en las calles de Asunción tras asumir ayer la presidencia de Paraguay.
Fernando Lugo saluda a la multitud agolpada en las calles de Asunción tras asumir ayer la presidencia de Paraguay.REUTERS

El soborno es la lacra del país

El ejemplo por delante. Fernando Lugo tiene ante sí una labor que a muchos se antoja imposible, como es acabar con la corrupción galopante que se da en todos los estratos de la Administración paraguaya. El soborno es algo ampliamente admitido y justificado tanto en la costumbre como por los raquíticos sueldos. Así las cosas, el nuevo presidente ha anunciado que renuncia a su sueldo -"no necesito el dinero", ha dicho- y ha pedido a sus conciudadanos espíritu solidario para acabar con la que es, junto a la pobreza, la peor lacra del país.

Como una lluvia incesante, nuevos casos de corrupción son conocidos prácticamente a diario por la sociedad paraguaya. Sólo esta semana se ha descubierto que se han emitido visados discrecionalmente en Oriente Próximo a ciudadanos extranjeros que no cumplían los requisitos que marca la ley; un tráfico de influencias en el Tribunal Constitucional que permitió en el último segundo rechazar un recurso; la venta de caña de azúcar por una importante cantidad de dinero por parte de militares, o la adjudicación para proveer software a toda la Administración paraguaya a una empresa tapadera de otra que no tiene experiencia previa. El problema es que la cadena interminable de escándalos instala en la sociedad la creencia de que no se puede hacer nada, lo que es más dañino, la convicción de que todo el mundo lo hace.

"La gente que se ha aprovechado, que ha malgastado, que ha destruido la naturaleza... La justicia estará para ellos", subrayó ayer el mandatario en su domicilio minutos antes de ser investido. "Lugo cree en lo que dice", opina el padre Ángel García, presidente de Mensajeros de La Paz. Hace 15 días el ex obispo se reunió con familiares de víctimas de un incendio en un centro comercial acaecido en 2004 que costó la vida a 237 personas. Los responsables del centro bloquearon las puertas de emergencia para evitar robos. A comienzos de año fueron condenados dos años de prisión en vez de los 25 reclamados por la fiscalía. "Desde el Gobierno vamos a recordar al poder judicial que hay que administrar justicia a todos por igual", advirtió el presidente.

El incendio de la corrupción tiene en el dinero negro el combustible que lo alimenta sin parar. Paraguay es uno de los países con mayor cantidad de objetos falsificados y contrabando del mundo. Una industria que ya ha atentado contra la vida de varios políticos paraguayos.

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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