Uno de tres
Vivo en uno de los rincones del mundo más absurdamente peligrosos que conozco. Al menos, eso me parece a mí, aunque es muy probable que cuando ustedes lean lo que sigue lleguen a la conclusión de que en su localidad sufren de algo parecido, sin el ingrediente vernáculo. Pues no voy a referirme a Beirut, en donde también habito gran parte del año, pero cuyos riesgos ofrecen la ventaja de lo exótico y de las pequeñas ternuras compatibles. Hablo de la avenida Diagonal de Barcelona.
Al regresar de una de mis estancias en Levante, fui de gestiones a la parte alta, de modo que esperé junto al semáforo para salir zumbando con objeto de, al menos, alcanzar el otro andén del paseo antes de que la luz cambiara a rojo, dejándome así la travesía del lateral para el turno siguiente. En eso estaba pensando precisamente, en llegar: pendiente no sólo del copioso tráfico de la avenida, sino también del que circula por lo que antaño fueron paseos para pies y piernas en contacto con el suelo, no sé si lo describo bien, se está volviendo muy inusual. No es únicamente que lo impidan motos que aparcan y desaparcan, bicicletas que circulan, aparcan y desaparcan; patinadores sobre ruedas o tablas que suben y bajan de las aceras saltando Es que los pies y las piernas se han ido con las motos, bicis y patines, por no mencionar coches.
Hemos perdido. Pero prosigamos.
Calculaba yo con precisión la maniobra cuando, súbitamente, algo llamó mi atención. Un aviso. No un aviso en un cartel, ni en un muro, ni en un poste, ni en un luminoso, ni en el lateral de un autobús, ni en una parada de ídem, sino un aviso escrito en el asfalto, al borde mismo del paso de peatones, con grandes letras mayúsculas blancas. Las puntas de mis pies -pies simples: peatonales pies, redundo-, calzados para el pateo urbano inmisericorde, rozaban la última de las cuatro líneas, que rezaban -y siguen rezando- lo siguiente:
"A BARCELONA, 1 DE CADA 3
MORTS EN ACCIDENTS DE TRÁNSIT
ANAVA A PEU.
ATENCIÓ. TOTS SOM VIANANTS".
Traducción inmediata, no se me quejen: "En Barcelona, uno de cada tres fallecidos en accidentes de tráfico iba a pie. Atención. Todos somos peatones".
Me quedé tan helada que no aproveché el semáforo. Será por deformación profesional, pero cuando cae bajo mi vista -y bien bajo, esta vez- un texto prolijo, pomposo, inútil y embustero, me paralizo en la observación, me dedico al análisis e inmediatamente le busco una solución.
En esta ocasión no pude hallarla, porque un ciclista que venía -con permiso de la autoridad- cruzando por el mismo espacio que antes solíamos utilizar sólo los peatones, con una bicicleta de freeride (ruta libre, lo sé porque luego la busqué en Google), pasó por mi lado apoyándose sólo en la rueda posterior, cual centauro.
En días sucesivos, cruzando Diagonal y calles adyacentes, he tenido ocasión de reafirmarme en mi primer juicio acerca de la peligrosa estupidez del aviso, distribuido con generosidad por la zona. No sólo porque si nos detenemos a leer podemos ser embestidos, sino porque, en el caso de que el sermón funcionara, es decir, que salvara vidas, sería tremendamente injusto: un turista japonés que sólo lea inglés, por poner un ejemplo que realmente nos dolería, estaría destinado a convertirse en uno de esos tres. Mare de Deu. Pienso también en las mujeres rumanas que piden (pero si no se integró, merece ser atropellada, tal vez), o en el ecuatoriano que recién llegó y no le dio tiempo a hacer una inmersión como es debido antes de agarrar la silla de ruedas con anciana que le estaba esperando O en alguien de Valladolid. Pero no, concentrémonos en el turista japonés. Sería poco elegante para este archivo de cortesía que es Barcelona que le atropellara uno de esos caníbales sobre ruedas sólo porque no ha sido capaz de enterarse de que quien mal anda mal acaba en la capital de esta autonomía que es la nuestra.
¿Uno de tres? ¿Todos somos peatones? Amos, anda.
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