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Tim Adler desentraña la relación entre cine y mafia

En 1957, los padres del escritor y periodista Tim Adler (Londres, 1964) viajaron por primera vez a Nueva York. En su hotel había tal revuelo de policías que la madre llegó a pensar que la mismísima Marilyn Monroe estaba alojada allí. Desde la ventana de su habitación descubrió la prosaica verdad: sobre una silla de barbero permanecía el cadáver de un hombre acribillado a balazos. Era el capo siciliano Albert Anastasia. Aquel suceso llevó a Adler a fantasear desde muy joven con la relación entre la industria del cine y la mafia. Medio siglo más tarde ha dado una sólida base documental a su teoría en Hollywood y la mafia (Robinbook), un libro que en Estados Unidos, dice, "tienen miedo de publicar".

El ensayo de Adler es un trepidante recorrido que arranca en los años veinte del pasado siglo, en las peligrosas calles de un Chicago atemorizado por la violencia de Al Capone, y alcanza casi hasta la actualidad, cuando el declive de la mafia italiana ha obligado a pasar el testigo a la rusa, "que será mucho peor, porque al menos los italianos tenían un código de honor".

Blanqueo de dinero

El relato de Adler ilustra cómo Hollywood floreció gracias a la urgencia de la mafia de blanquear dinero. "En los primeros años de la industria del cine, la élite financiera se negaba a invertir en ella porque estaba dirigida por judíos". El negocio del crimen y el del celuloide se necesitaban y establecieron una larga e intensa simbiosis económica, pero también artística y hasta estética. "Hollywood ha sido el gran asesor de imagen de la mafia", asegura Adler. Porque si las películas se inspiraron en las truculentas historias reales de los clanes, los gánsteres aprendieron a vestirse, a hablar y a moverse imitando a los personajes de los filmes. Hasta extremos que rozan el cinismo. A principios de este siglo, el mafioso Joseph Sclafarini declaró en los tribunales que todo lo que sabía de mafia lo había aprendido en la televisión y el cine. A su vez, los directivos de los estudios se beneficiaban de las extorsiones de los capos y aplicaban sus mismos métodos para regatear salarios y retener a actores y guionistas.

El autor considera muy alejada de la realidad la visión de la mafia destilada por la saga que le dedicó Francis Ford Coppola. "Ofrece de ella una imagen muy romántica e idealizada. El Padrino es como Lo que el viento se llevó de la mafia. Y, claro, los mafiosos quedaron muy satisfechos".

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