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El Gordo apaga el amargor del fuego en La Bañeza y cae en un club de fútbol: “¡Hay que fichar a Mbappé!”

El gran premio bendice a una zona afectada por los incendios del verano y el cierre de La Azucarera, y a una asociación de Madrid que ha querido mantenerse en el anonimato

Jugadores mantean al presidente del club para celebrar el Gordo de Navidad. Foto: Emlio Fraile

Llueven millones donde en verano llovía ceniza. Lágrimas de felicidad tras las de frustración y miedo en agosto. Cava por los aires tras semanas rogando agua para apagar el infierno. La Bañeza (León, 13.000 habitantes), sonríe por fin tras un negro 2025: en mayo cerró La Azucarera, empresa referente para la comarca, y la ola de incendios veraniega castigó los alrededores y dejó al municipio varios días bajo una cúpula gris que escupía cenizas como si fuesen necesarias más señales para no olvidar el horror naranja que envolvía la zona. El premio Gordo de la Lotería se ha repartido en 117 series y ha traído millones a la comarca de La Maragatería gracias al club de fútbol de La Bañeza, vendedor de decenas y decenas de boletos agraciados: el 79432 nunca será olvidado en un año que todos quisieran olvidar.

La alegría se desborda allí donde llevaban meses con la mirada baja. Pitan los coches de donde se apean chavales enloquecidos vestidos de morado, la camiseta del club, prestos a abrazarse con todo aquel que se lance en sus brazos. “¡Llevo uno!”, se escucha frente a la administración de lotería que ha obrado el milagro; los que no compraron el décimo se alegran igualmente de que el Gordo haya alegrado a sus vecinos. Llegan los cuatro jinetes de los millones, pegando voces y brincos, cuatro jugadores cuya bocina del coche va camino de quedarse afónica. Pablo Acebes, de 20 años, contundente central en el verde y esforzado estudiante de Ciencias del Deporte en la Universidad de León, exclama que ha cogido el ordenador de la biblioteca y ha dejado los apuntes en cuanto ha sabido del premio.

Ardían los teléfonos y más de uno se despertaba con el notición, como David Folgado, de 19, que no se lo creía. “Mi padre es el delegado del club y nos va a ayudar mucho para solucionar problemas que teníamos en casa, a la zona le viene muy bien para saldar todo lo del verano”, comenta, pues muchos amigos tuvieron que disfrazarse de bomberos ante la falta de efectivos de la Junta de Castilla y León en aquella crisis ardiente que acabó quemando el 7% de la provincia leonesa. “Se notaba un año duro, en general ambiente en la calle y en las casas era duro”, afirma.

La fiesta se desplaza al estadio de La Llanera, sede de tantas batallas del fútbol base, de barro en estos meses, donde ahora se hacen quinielas con el presidente. “¡Hay que fichar a Mbappé!”, exclama un aficionado; otro se inclina por Lamine Yamal, pero pronto le comentan que no, que no tiene sitio en el equipo. El presidente, Gonzalo Prieto, trata de contener la emoción porque hace unos meses pasó por quirófano por un problema cardiaco y lo del Gordo está muy bien, pero más vale mantener la salud para disfrutarlo. “Lo estaba mirando la mujer, vi que acababa en 32, pero no quise hacerle mucho caso para no alterarme”, explica el señor poco antes de que sus jugadores lo enganchen y lo abracen y besen y de todo.

Luego, en el estadio, entre salto y salto, se escucharán mensajes como que hay que aumentar las primas por ascensos o, qué demonios, comprar una plaza más arriba de la humilde categoría Regional en la que se faja el club vestido de morado. Prieto habilita la sala de trofeos como espacio para escribir esta crónica y, agachado para encender el calefactor, afirma que quizá luego se ponga más nervioso. “Nosotros fuimos promotores de un partido benéfico con el equipo local y toda la recaudación se destinó a los afectados por los incendios, estamos al lado de la gente de la comarca, y La Azucarera es una pena porque fue patrocinador muchos años, pero cuando entraron los ingleses fue cambiando y ya no participaban desde hace años”, resume Prieto.

Paula Martínez, de 27 años, trabaja como fisioterapeuta de esos felices futbolistas y, claro, también ha cazado premio, al igual que esa familia a quienes ha vendido el maná acabado en 32. “Alguno ya venía lesionado, pero confío en que se mejoren en Navidad”, expresa, ante el potencial riesgo de que la plantilla se lesione con tanto exceso. “Mi madre ha dicho viendo la tele que el Gordo iba a caer en León porque hemos tenido muchos incendios y mira, a los cinco minutos lo han cantado”, se asombra Martínez ante el oráculo materno.

Tanto ella como su hermana Sara, también fisiterapeuta y de 33 años, conocen a muchas personas que durante el espantoso verano anduvieron sin dormir, con maquinaria pesada y batefuegos improvisados, intentando derrotar al fuego que envolvía los alrededores. Ellas, y muchos jugadores de La Bañeza, conocían a los dos fallecidos de la zona, que murieron entre las llamas en Quintana y Congosto cuando intentaban contener uno de los frentes ardientes. Seguían órdenes de un puesto de mando que los mandó a una zona donde finalmente murieron. Abel Aparicio era muy querido en La Bañeza, regentaba un bar y se implicaba en todas las actividades, incluso pruebas de motociclismo. Parte del premio va por él y su memoria, admiten.

La lotería también ha sonreído en áreas de León castigadas por los fuegos, como en la montañosa Villablino. Para ellos y para toda la provincia leonesa hay comentarios de respaldo y alegría compartida, pues durante muchos kilómetros la carretera que lleva a La Bañeza y sube hacia El Bierzo o las cumbres presenta a su lado este grandes lomas, quemadas, negras, donde durante décadas no crecerán los árboles perdidos. El carrusel de millones, con cada jugador con 10 décimos para vender, ratifica lo insistido en verano: los incendios se apagan en invierno. Este año, también los económicos.

Una pequeña administración de Lotería de un barrio madrileño, la número 246, ubicada en la calle de Ricardo Ortiz 8 del distrito Ciudad Lineal, también ha repartido una parte de El Gordo, con 16 series vendidas del número 79432. La lotera del establecimiento, Esther Lanchas, ni siquiera tenía una botella de cava para celebrar el logro porque, tras 38 años abiertos, nunca había caído aquí un premio de la Navidad. “Nunca imaginamos que podríamos repartir un premio, menos El Gordo”, contaba Esther, quien estaba trabajando cuando recibió la llamada de un amigo para comentarle la buena noticia que se cocía en su propia casa sin ella saberlo. Su esposo, su hijo, su madre y su padre ―quien regentó la administración hasta su jubilación hace cinco años― bajaron corriendo para celebrar junto a Esther, a los vecinos que pasaban a curiosear y a las numerosas cámaras de televisión que se agolpaban en la puerta.

La mayoría de décimos los ha comprado, presuntamente, una asociación madrileña llamada Isegoría ―que se identifica como “un espacio independiente de organizaciones políticas y sindicales” en su página web―, pero en este caso los ganadores han preferido mantener sus identidades en secreto y no hacer declaraciones. Según la lotera Esther, hace unas semanas un miembro de una asociación llegó buscando un número terminado en dos y se llevó las 16 series por completo, que se repartieron entre ellos con participaciones de cuatro euros. En total, son unos 64 millones de euros de El Gordo que han caído en Madrid, distribuidos entre los miembros de la asociación y algún que otro vecino de Ciudad Lineal que ha comprado a última hora los “seis o siete” décimos que quedaron sin vender y que Esther colocó en la ventanilla después de haber sido devueltos por Isegoría.

Una de esas agraciadas fue Gladys Manzanillo, una vecina de origen ecuatoriano que lleva 30 años residiendo en España. Pocos minutos después de que los niños de San Ildefonso cantaran el premio mayor, Gladys pasaba por la administración porque había escuchado que el ganador terminaba en 32, como el boleto que había comprado este mismo fin de semana. “Yo quería uno con un número dos, y aunque no me gustaba el que tenían, igualmente lo compré”, contaba, en un estado de shock que no le permitía ni pensar en qué debería hacer ahora. Su primer instinto era asegurar que seguiría trabajando. “Es que nunca había soñado con esto”, se justificaba frente a las cámaras, a la vez que se tapaba la cara con las manos escondiendo su emoción. Los vecinos que pasaban por la administración tan solo se lamentaban de haber estado tan cerca de la gloria y que se les haya escapado de las manos. “¡Que he comprado un décimo aquí y no me ha tocado, tía!”, gritaba una mujer a su amiga a través del teléfono.

Los ganadores en Isegoría han pedido absoluta confidencialidad a su entorno, aunque el nombre de la asociación se ha terminado conociendo. Hasta una librería cercana a Tirso de Molina en la que suelen organizar reuniones semanales ha llegado la petición de que no revelaran datos personales ni se dieran declaraciones en su nombre. Un trabajador del lugar se negaba a confirmar o desmentir a este diario que haya sido esa asociación la agraciada. Sin embargo, el secreto ya estaba en boca de todos. Unos minutos antes, al establecimiento entraba un cliente y le espetaba:

― ¿¡Te has enterado de que los de Isegoría se han ganado El Gordo?!

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