"El 80% del tráfico 'online' es un robo, no cabe tolerancia"
El abogado John Kennedy (Londres, 1953) es una leyenda en la industria musical. Dirigió la sucursal británica de Phonogram (luego, Universal), aunque también estuvo al otro lado, negociando contratos para artistas. Tiene la Orden del Imperio Británico, por su labor humanitaria con Band Aid, Live Aid y Live 8 ("hemos repartido 150 millones de libras [191 millones de euros]"). Desde 2004, es presidente de la Federación Internacional de la Industria Fonográfica (IFPI), un cargo ingrato. "No me siento el capitán del Titanic", afirma. "La crisis tiene soluciones razonables y equitativas".
"El cosumidor ilegal tiende a ser de clase media y media-alta"
"Necesitamos la cooperación de las operadoras, que potencian el expolio"
Este miércoles, IFPI anunciaba que las ventas de música -sumando descargas legales- se habían desplomado a niveles de 1985, una tragedia para las cuentas de resultados. Sintomáticamente, la reacción a la noticia, en medios como The Times, no era compasiva; los lectores denunciaban "un descenso en la calidad" de la música actual. Kennedy rechaza el argumento: "Esa acusación es cíclica. Ya se decía eso cuando salió My boy lollipop, de Millie, en 1964. Bien, fue el primer éxito de una voz jamaicana y consolidó Island Records, que luego lanzaría universalmente a Bob Marley. Quizás Marley no hubiera sido posible sin las ventas de Millie".
Curioso que mencione My boy lollipop, dado que sus créditos revelan las trapacerías de parte de la industria: firma como coautor Morris Levy, tiburón neoyorquino especializado en despojar a cantantes y compositores. "Hubo una época en que abundaban los trucos sucios pero ya ha pasado. Lo afirmó tras haber peleado por los derechos de artistas como los Stone Roses o de [sellos] indies como Creation Records. Hoy, la musical es una de las industrias más éticas que existen".
John Kennedy acabó con la manipulación de las listas del Reino Unido, al comprometer a las grandes compañías para denunciar ante la policía a cualquiera que usara esas tácticas. "Casi todas lo hacían pero me parecía inmoral y estúpido, por lo fácil de detectar; costaban una fortuna y distorsionaban la realidad". Sin embargo, formaba parte del folclor: siempre se ha celebrado que Brian Epstein, representante de los Beatles, comprara centenares de copias de Love me do, su debut en EMI. "Ya, pero los Beatles hubieran funcionado, incluso sin esa trampa de Epstein. Me indignaba que las discográficas lo tomaran como un juego, creando un espejismo".
Como jefe de IFPI, Kennedy insiste en que ya basta de jugar con los derechohabientes: "Cuando hasta el 80% del tráfico de Internet es material robado, no puede haber tolerancia". Es consciente de la impopularidad de las querellas de la RIAA, la asociación gremial estadounidense: "Condenar a pagar grandes cantidades a abuelitas y a niños por piratería parece un exceso, pero ¿qué podemos hacer? En realidad, el consumidor ilegal tiende a ser de clase media o media-alta. Lo que asusta es la amenaza de cortar el acceso a Internet, tras tres avisos, como en Francia. Necesitamos la cooperación de las operadoras, que potencian el expolio y no quieren ver que vamos hacia una congestión de la Red".
Kennedy se muestra cuidadoso a la hora de expender recetas: "Obviamente, debemos facilitar las descargas legales. Sí, quizás sean demasiado caras: lo noto en mi bolsillo, mis tres hijos consumen mucha música. Nosotros no preconizamos ni el modelo francés ni el de la RIAA; cada país debe tomar sus medidas, si quiere mantener una industria cultural. Para decirlo crudamente: la cultura angloamericana tiene un mercado global y puede sobrevivir, más o menos intacta; por el contrario, la cultura española está condenada a la irrelevancia si sus músicos o sus cineastas van perdiendo ingresos. Es una sangría intolerable, pregunten a cualquier economista".
No quiere hablar de un replanteamiento de los derechos de propiedad intelectual. Después de todo, la IFPI se fundó en 1933 en Roma, acogiéndose a las simpatías del Estado fascista. Un respingo: "No sé lo qué tiene que ver Mussolini en estos asuntos pero todas las sociedades desarrolladas han buscado maneras de proteger a sus autores, más allá del régimen político del momento".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.