Una película de nazis
Cuando la abuela les llamó para comer, su madre ya se había peleado con el tío Enrique. Él se dio cuenta sin necesidad de que se lo explicara nadie. No era la primera vez y, previsiblemente, no sería la última. El resto de los adultos disimulaban como podían y sus primos estaban en la inopia. Todo como siempre.
Entonces se le ocurrió. Su abuela tenía los ojos húmedos y se los limpiaba de vez en cuando con un pañuelo que escondía en el puño de la chaqueta, la rebeca, como ella la llamaba. Él no podía saber por qué aquellas discusiones hacían llorar a su abuela. No sabía si ella estaba de acuerdo con su hija o con su hijo, si lloraba por verlos discutir o por su padre, por sus dos hermanos, todavía, después de tanto tiempo. No sabía ni siquiera eso, porque quizá mamá contara las cosas de una manera y el tío Enrique de una manera distinta, pero nunca medían sus versiones delante de los demás. Cuando ella empezaba, su hermano la arrastraba a cualquier habitación y cerraba la puerta. Y sin embargo, sabiendo tan poco, él sabía que su madre tenía razón. Se había dado cuenta hace algún tiempo, una tarde tonta, viendo una película en la televisión.
"Es una historia real y no pasó en Yugoslavia, sino aquí al lado, en Trebujena"
Aquel sábado, la enana estaba en su cuarto, con unas amigas, y cuando se aburrieron de jugar a las barbies, desembarcaron en el salón. Mientras ella le pedía que fuera a hacerles palomitas en un descanso, la niña que estaba a su lado echó un vistazo a la pantalla y dijo, ¡ah!, ya sé cuál es, ya la he visto... ¿Sí? ¿De qué va?, preguntaron las otras. Pues va de un niño que tiene un profesor que es muy bueno, y entonces llegan unos nazis y meten preso al profesor, y el niño... ¿Nazis?, interrumpió él. No son nazis, son falangistas. Esta película es española, pasa en España, en Galicia, y... Bueno, dijo la niña, con el desprecio que suelen inspirar en los pequeños las observaciones de los hermanos mayores, lo mismo da, ¿no? Son como nazis...
Aquella película era La lengua de las mariposas, y no daba lo mismo. Si hubiera dado, ahora mismo su abuela no tendría los ojos húmedos, y su madre no se hubiera peleado con su hermano Enrique. Habrían pasado muchos años desde que alguien se hubiera peleado por última vez en su familia a propósito de la muerte de su bisabuelo, médico titular en un pueblo de Sevilla, y de los dos adolescentes a los que sacaron de casa con él la misma noche. Pero los actores uniformados que aparecían en la película no eran nazis, España no es Alemania, y alrededor de la mesa donde él estaba sentado nadie encontraba un tema de conversación. Hasta que lo encontró él.
-El otro día vi una peli alucinante -empezó, sin mirar a nadie ni dejar de mojar pan en la pepitoria-. Pasaba en Yugoslavia, en la guerra mundial. Unos llegaban a un pueblo y fusilaban a un montón de gente. Los enterraban juntos, y entonces, en la fosa, una mujer se despertaba. Estaba viva, la bala sólo la había rozado. Se daba cuenta de que estaba entre su hijo mayor y su marido y se despedía de ellos; ¿os quedáis?, le decía, pues yo me voy, porque estoy viva... El pueblo estaba al lado de un río y todos eran barqueros. La mujer iba a pedir ayuda y algunos la ayudaban, otros no. Uno corrió al pueblo diciendo que había visto un fantasma y sus asesinos se dieron cuenta de que había sobrevivido, claro... Pero logró escapar. Llegó a una ciudad cercana, consiguió documentos con otro nombre, se reunió con su hijo pequeño, se volvió a casar y tuvo más hijos. Y muchos años después, casi treinta, uno de su pueblo la reconoció, la denunció, y volvieron a condenarla a muerte. No la mataron, claro, pero la tuvieron en la cárcel una temporada... ¡Treinta años después! ¿A que es alucinante?
-Desde luego... -el tío Enrique inauguró el unánime coro de exclamaciones con el que él ya contaba. Pero lo que nunca se habría atrevido a esperar fueron las palabras, las sonrisas de su abuela.
-Eso no es una película, ¿a que no? -él denegó con la cabeza-. Es una historia real y no pasó en Yugoslavia, sino aquí al lado, en Trebujena, ¿a que sí? -él asintió y le devolvió a su abuela una sonrisa-. El río es el Guadalquivir; la ciudad, Jerez de la Frontera, y a la mujer la llamaban La Moricha, ése era su apodo, ¿verdad? Su primer marido, al que mataron con ella, era jornalero, anarquista.
-Sí -reconoció él-. Me lo ha contado su bisnieta. Es compañera mía de la facultad.
-Claro, ella debía de ser de la edad de mi padre, un poco más joven quizá... Pero a ti... ¿Cómo se te ha ocurrido? No sé, eres tan joven...
-Pero he visto muchas películas de nazis, abuela -y en ese momento miró a su tío Enrique, blanco como la pared-. Todos hemos visto muchas películas de nazis.
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