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Feria del Libro de Francfort
Columna
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Taxonomistas de las mariposas

Xavier Vidal-Folch

Un fantasma recorre Cataluña. El del exceso de celo de los especialistas en taxonomía de las mariposas. Este noble oficio, emparentado con el de los polemistas bizantinos sobre el sexo de los ángeles, consiste en clasificar la animalia, también la animalia cultural, en cajones estancos. Se practica con pasión archivera y detallismo. Y se utiliza al servicio de una pulsión excluyente que redunda en grave perjuicio a la nación que se dice defender.

Como la realidad suele contradecir a la apariencia, la Feria librera de Francfort, que acoge estos días a la cultura catalana como invitada estrella, está rompiendo uno de los grandes tabúes de los taxonomistas. Todo lo que sucede en torno al espacio expositor desmiente la pretendida pureza de sangre lingüística de esta cultura y afirma su carácter mestizo y plural. Hace unos años, muchos de sus heraldos no admitían que fuese cultura catalana lo que no estuviese impregnado de una raigambre en lengua, nacimiento y supuesto espíritu nacional. El triunfo alemán del más rutilante director catalán de escena, que es el burgalés Calixto Bieito; el interés que ha suscitado la colección plástica organizada por el ultracontemporáneo MACBA, cosmopolita y nada endogámica; o el pluralismo de la espectacular Noche Sónar, entre otros eventos, certifican de forma irreversible y solemne que la cultura catalana ya no es sólo la cultura expresada estrictamente en idioma catalán. Como sucede en la política con el laudable ascenso de la generación inmigrante, o xarnega, que tan bien simboliza José Montilla. Y como ocurre en la economía, pues el más destacado empresario catalán del sector textil ¡otrora sagrario de las esencias patrias! es Isac Andic (Mango), un ciudadano nacido... en Turquía. Por fin, la normalidad, un éxito, un éxito evidente, también de los organizadores.

Los espectáculos y los editores consagran que la cultura catalana es plurilingüe: un éxito
¿Dónde ubicamos a Pla, Gaziel, Gimferrer o Villalonga, que escriben en ambas lenguas?
El concepto 'letras catalanas' es más útil e inclusivo que el de 'literatura catalana'

Algunos replicarán que esta obviedad ya estaba aceptada por todos. Casi. Pero costó muchos años, y muchas peleas en los cenáculos. El mercado, la apertura al mundo y la urticaria que el uniformismo produce a la ciudadanía sensata han acabado por dirimirlas. Fue el valenciano Joan Fuster quien rompió la primera lanza. Uno de los grandes cronistas medievales, Ramon Muntaner, había escrito: "Puix parla català, Deu li dó glòria", lema que alimentó los ardores tanto del primer catalanismo romántico cuanto los del tardío nacionalismo de naftalina. El escritor de Sueca replicó con su ironía volteriana: "Puix parla català, vejam què diu". Desde entonces, la identidad lingüística empezó a dejar de ser patente de calidad.

Pero el último tabú de los comisarios todavía no se ha desmoronado: ese axioma según el cual el mundo literario catalán (ya no el, más amplio, cultural) es sólo el escrito en lengua catalana. La ausencia de escritores catalanes que redactan en castellano en la parte oficial de la Feria, y la agria polémica consiguiente, subrayan la permanencia de este arcaísmo. Pero el tabú ya se tambalea. Y da gozo escuchar las verdades del barquero, proclamadas con más fuerza que nunca, desde Francfort, por editores como Joaquim Palau (RBA), para quienes la industria editorial en la lengua propia de los catalanes sería asténica sin el respaldo de la mucho más potente industria en la lengua apropiada por ellos, el castellano.

El más conspicuo propagandista del tabú exclusivista es Jordi Pujol, alguien que sabe de literatura tanto como de banca, y que siempre despreció a los intelectuales por sus perversas tendencias al cosmopolitismo, la frivolidad y el izquierdismo. Retuerce el quejido crítico de Manuel Vázquez Montalbán, por sentirse Kafka en Barcelona, para dictaminar que igual que el escritor checo pertenece sólo a la literatura alemana, los catalanes castellanoescribientes sólo pertenecen a la -eso sí, respetable y tal- literatura castellana. O española, como apuntan sus epígonos menos duchos, con retintín inverso al usado por el nacionalismo español, el más excluyente e históricamente más virulento de todos los nacionalismos hispánicos.

Con bella metáfora, Carme Riera ha contestado al desatino de los vasos incomunicantes, apoyándose en personajes literarios de ficción: tan catalán es el Pijoaparte de Juan Marsé como la Colometa de Mercè Rodoreda. Riera locuta, causa finita est. Pero no. Habrá que insistir.

Académicamente, es una convención mayoritariamente asumida que la literatura catalana es la escrita en catalán. Esta convención resulta útil para poner orden al caos. Siempre que no se aplique con rigidez, que la frontera comunique y no distancie, que las políticas culturales que de ella se deriven sean inclusivas. De lo contrario, habrá que cambiar el paradigma.

Ahora bien, ¿podemos discrepar incluso del meollo de esa convención? ¿Acaso la literatura no es mucho más que la lengua en que va escrita: el mundo real / irreal que aflora, sus personajes de invención, sus estereotipos y la ruptura de los mismos, su paisaje moral, su perfume vital? Si eso es así, huelgan las polémicas agrias. Más aún, ¿se entiende la obra sin su autor, mal que les pese a los estructuralistas? ¿Es personaje catalán el Pijoaparte y no es, tanto como castellana, literatura catalana Últimas tardes con Teresa, y no es literato catalán su autor, Juan Marsé?

Si la tesis de que la "literatura" catalana no se agota con la escrita en catalán resulta una herejía indigerible, valga sustituir el concepto "literatura" por el de "las letras". Entonces, todos los argumentos se decantan a favor de los herejes: "las letras" catalanas abarcan también muchas y muy buenas obras escritas en castellano. Y unas y otras, y sus autores, no pueden trocearse, so riesgo de esquizofrenia, falseamiento y achique de la realidad.

Porque la realidad es que el gran pentarca del Noucentisme, Eugeni D'Ors, se desparramó en ambas lenguas. Y tan D'Ors es su Glosari publicado a borbotones en la Veu de Catalunya, como D'Ors es su Glosario impreso en el Arriba. ¿O éste hay que borrarlo porque pertenece a su etapa falangista y botiflera, traidora? También Josep Pla dejó muchos textos en castellano, ¿se excluyen de las letras catalanas? Otro tanto sucede con el autor del extraordinario y extraterrado Tots els camins duen a Roma, Agustí Calvet (Gaziel). Y desde luego, hoy mismo, con Quim Monzó, Sergi Pàmies o Empar Moliner, ágiles jinetes del cuento y la narración corta, y del articulismo.

Ya olfateo a los taxonomistas replicantes más radicales levantando el dedo acusador. Y arguyendo que todo eso no es literatura, sino periodismo, esa liga de menor empaque, cuando no mero ganapán. Pero es que su enfermedad clasificatoria perturba su juicio y se expande hacia los géneros, en busca de deslindes imposibles e irreales. ¿Quién define las fronteras entre literatura y periodismo, entre cuento y novela, entre reportaje y ensayo? ¿Están fijadas para siempre? ¿Son impenetrables? ¿Acaso las crónicas planianas contando el advenimiento de la II República no pertenecen a la mejor literatura? ¿O los artículos de Eugeni Xammar narrando las entretelas de la entreguerra mundial?

Pero hay más, también en otras ramas de las letras. El grueso de la obra del patriarca de los historiadores contemporáneos catalanes, Jaume Vicens Vives (autor de la siempre viva Notícia de Catalunya), está escrita en castellano. Y lo mismo sucede con quien le sigue y completa, y seguramente le mejora, Josep Fontana, cuyo monumental trabajo sobre la Hacienda española del XIX está íntegramente escrito en ese mismo idioma. Y con el ensayista Martí de Riquer. Y con el filósofo Ferrater Mora. Si ellos no pertenecen a las letras catalanas, que venga Macià y lo vea.

Ya oigo la dúplica: se va usted por peteneras, extramuros de la ficción. Pues volvamos a ella, por activa y por pasiva. Eduardo Mendoza escribe su teatro en catalán: ¿o el teatro no es literatura? ¿En qué estantería colocamos entonces a Shakespeare? Y el académico Pere Gimferrer, ¿acaso no tiene escrita en castellano obra muy densa y uno de sus mejores libros de poemas, Arde el mar? La emocionante versión, quizás la más bella, de la Odisea, ¿no la escribió acaso Carles Riba en catalán con métrica griega brillante como un estilete? ¿Es literatura catalana o es griega? ¿Y qué daño nos hace si es ambas cosas? Es fusión, es conexión, es mestizaje, es identidad compartida, algo incomprensible para mentes taxonomistas inflexibles e inaccesible para los inquisidores residuales de bolsillo.

Punto final. Para quien esto escribe, acompañada de La febre d'or de Narcís Oller; Incerta glòria, de Joan Sales; Mirall trencat, de Mercè Rodoreda; y Camí de Sirga, de Jesús Moncada, la mejor novela contemporánea de la literatura catalana en catalán es el Bearn, de Llorenç Villalonga. Más decisivo que el gusto personal: figura en primer rango en el magnífico canon colectivo elaborado por Babelia, con ocasión del, al mismo tiempo excelente y alicorto, evento de Francfort y en el día del 25º aniversario de la edición catalana de este diario (EL PAÍS, 6 de octubre).

Pues bien, como muchos olvidan, Bearn fue concebida y parcialmente escrita por el escritor mallorquín en catalán; acabada, reelaborada y publicada en castellano, en 1956; editada de forma incompleta en catalán en 1961; y sólo llegó la versión catalana íntegra en 1965. Si nos guiamos por esos avatares ¿en qué cuadrícula imposible la colocamos, en qué cajón exacto, en qué estantería perfecta? ¿La edición de 1956, en la literatura castellana; y la de 1965, en la catalana? Ocurre al fin que encasillar rígidamente las artes es un empeño inútil y que los fantasmas no resisten el contraste con la luz de la realidad.

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