El valle de los buitres
En un valle del Tajo cubierto por un mar siempre verde de matorrales, alcornoques y encinas, entre el intenso aroma de los jarales, decenas de aves carroñeras saltan al vacío desde la piedra vertical y resquebrajada de Peña Falcón. Éste es uno de los lugares mágicos del nuevo parque nacional de Monfragüe, el decimocuarto del país y único de Extremadura, el mismo que descubrió incrédulo a través de los prismáticos de su abuelo el joven Jesús Garzón la primera vez que llegó a estas sierras cacereñas hace 40 años, siguiendo las indicaciones de unos corcheros. Pegado a la ventanilla del destartalado autobús de línea de Trujillo, había perdido ya toda esperanza de ver nada fuera de lo habitual, cuando apareció en el cristal la increíble pared de Peña Falcón y pidió al conductor que parase allí mismo. Entonces se podía oír todavía el bravío rumor del río Tajo sin embalsar y en los binoculares de este naturalista, mitad extremeño, mitad cántabro, fueron recortándose sobre el cielo azul buitres, milanos, una pareja de alimoches, un águila real, la cigüeña negra... Acababa de encontrar un rincón único. "Estaban casi al alcance de mi mano, no hay otro enclave en Europa donde se puedan observar tantas rapaces sin ahuyentarlas; en cualquier otro sitio, la cigüeña negra saldría volando si nos acercásemos a medio kilómetro del nido, pero aquí se la puede ver copulando y dando la vuelta a los huevos con el pico justo delante de nosotros", cuenta hoy tan vital como siempre Garzón, que empieza a rebasar los 60 años. "Por eso es tan especial".
Una empresa papelera ofreció dinero para replantar eucaliptos en Monfragüe
Un buitre se coló en el nido de la cigüeña negra y han debido aprender a convivir
Blindadas ahora con la máxima protección legal, las 18.396 hectáreas de sierras y dehesas de este parque preservan en su interior como en una cámara acorazada una de las manchas de bosque mediterráneo más valiosas del país y una fauna alada que despierta verdadera admiración entre los especialistas de todo el mundo. Claro que la historia de Monfragüe sería hoy muy distinta si no hubiese sido por aquel joven Garzón, que por entonces se dedicaba a rescatar pollos de águila imperial en los nidos en los que piaban más de uno para salvarlos de una muerte segura y llevarlos a Doñana. No había primavera en la que el naturalista no se dejase caer ya por estas sierras para seguir explorándolas y en 1974 se encontró con una noticia desoladora: una empresa papelera ofrecía a los propietarios de la zona suculentas rentas por aterrazar sus fincas y plantar eucaliptos, en colaboración con el Instituto Nacional para la Conservación de la Naturaleza (Icona), la propia Administración. "Era pavoroso, iban a destrozar un lugar único", se indigna todavía Garzón, que apartó a un lado sus trabajos y estudios de campo para volcarse en una lucha quijotesca junto a amigos y ecologistas que se alargaría durante cinco años.
Redactó una minuciosa propuesta de protección que envió a estamentos públicos y científicos, recorrió pasillos y esperó en la puerta de despachos de toda la Administración, tiró de cualquier hilo que pudiera llegar hasta el Gobierno, impartió conferencias, acudió a los medios de comunicación, pidió ayuda al extranjero, pero no pudo impedir que las máquinas excavadoras desfiguraran algunos de los mejores paisajes de Monfragüe, como el de Lugar Nuevo, la hermosa vista que mostraba desde el castillo. El desastre pudo ser todavía mucho mayor, pues empezaban a correr peligro también los alcornocales y madroñales, el refugio de muchas de las rapaces, cuando el obstinado naturalista tomó una sorprendente decisión: si no podía contar con la Administración, arrendaría él mismo las fincas para protegerlas. Sólo había una pega: ¿de dónde sacar los cerca de tres millones de pesetas (18.000 euros) que costaba el alquiler anual de Las Corchuelas y Corchuelas de Monfragüe, dos propiedades clave que sumaban más de 4.000 hectáreas?
Como relata Garzón, comenzó así una carrera contrarreloj para conseguir el dinero que salvase "el valle del Tajo", que fue el enigmático nombre con el que dieron a conocer Monfragüe para no ofrecer pistas que empeorasen aún más su situación. Se organizaron colectas, y su mujer, Isabel, se pasó muchas horas tecleando en la máquina de escribir los informes en inglés y las listas de especies para enviarlos a otros países junto a un grito de auxilio desesperado.
Los que primero acudieron en su ayuda fueron extranjeros, como el alemán Bernd-Ulrich Meyburg y su mujer, Christiane, y los belgas Suetens y Groenendael. Un matrimonio mayor de suizos, Werner y Doreen Grossmann, dejó a todos atónitos con un envío de 120.000 pesetas. También colaboraron Félix Rodríguez de la Fuente, Joaquín Araújo y la organización Adena/WWF. El propio Garzón entregó las 100.000 pesetas de un premio que acababa de recibir por un artículo. El Colegio de Ingenieros de Caminos reunió en una colecta otras 100.000, y la Sociedad Española de Ornitología (SEO) prestó 250.000. Incluso el Icona cambió de actitud y acabó entregando 300.000. La recaudación superó los cinco millones de pesetas, entre donaciones y préstamos. Además, la campaña de denuncia había resultado un éxito y las voces que pedían la protección del "valle del Tajo" se habían transformado en clamor. Aun así, todavía tuvieron que pasar un par de años, en los que Garzón se fue incluso a vivir con su familia al propio Monfragüe, hasta que en abril de 1979 el Gobierno convirtió este espacio en parque natural. Contra todo pronóstico, el joven naturalista lo había conseguido. Ahora, casi 28 años después, el espacio ha ascendido a la categoría de parque nacional.
"En Monfragüe se plantaron casi 3.000 hectáreas de eucaliptos, de las que todavía quedan por quitar unas 2.000", detalla el director del nuevo parque nacional, Ángel Rodríguez, que explica que para sustituir estos árboles por encinas y alcornoques no queda más remedio que arrancarlos de raíz y volver a levantar otra vez todo el terreno. "Con el tiempo se demostró que el cultivo de eucaliptos aquí era un sinsentido", comenta este ingeniero técnico forestal al frente del parque desde 1990, otro de los que lucharon junto a su amigo Garzón para que nunca hubiesen sido plantados. Hoy día, su gestión en Monfragüe sigue sin resultar sencilla, pues este espacio natural forma un complicado puzzle en el que el 70% de las piezas son grandes fincas privadas, algunas de gente conocida, como los empresarios Fernando Falcó y Plácido Arango.
Con todo, las portentosas rapaces de sus cantiles y de sus bosques cerrados de hoja dura dan la razón a los que pedían la protección de estos 30 kilómetros de sierras en las que se mezclan las aguas del Tiétar con las del Tajo. Si en 1979 sobrevivían en la zona medio centenar de parejas de buitre negro -un gigante de los cielos que llega a medir casi tres metros con las alas desplegadas-, hoy son cerca de 300 las que anidan en Monfragüe, lo que supone la mayor colonia de esta especie en el planeta. Algo parecido pasa con el buitre leonado, el águila imperial, la cigüeña negra... "La naturaleza reacciona rápido cuando se la deja, y el aumento de las carroñeras en Monfragüe resultó a su vez clave para recuperar las mermadas poblaciones de otros lugares, pues genera un bombeo continuo de pollos hacia el exterior", incide Garzón, que todavía sigue cargando contra las aspas de molinos de viento, ahora por la supervivencia de la trashumancia y de las antiguas cañadas, para asegurar la interconexión de los espacios naturales por tierra, tal y como sucede con los buitres por el aire. "Conservar la biodiversidad no consiste sólo en crear pequeñas islas protegidas".
Al igual que le ocurrió a este naturalista al apearse la primera vez del autobús junto a la roca de Peña Falcón, lo que más asombra en Monfragüe es la cercanía de las aves, pues son muchos los nidos visibles desde la propia carretera, al otro lado del río. Por eso se conocen historias como la de la cigüeña negra de Portilla del Tiétar. Esta zancuda ha sido desde siempre una de las más famosas de este espacio protegido, lo que motivó que se armase un gran revuelo cuando hace diez años se le coló un buitre leonado en su nido. Se tomaron medidas para desalojar al animal, pero al año siguiente la carroñera volvía a estar ahí y la cigüeña tuvo que construirse un nuevo refugio, justo al lado. "Desde entonces, las dos aves han estado conviviendo juntas a escasos metros, pero este mismo año el buitre leonado ha usurpado el segundo nido y la cigüeña negra ha recuperado otra vez el antiguo", cuenta divertido el director del parque. "Se ve que el buitre es un poco envidioso".
La gran atracción de Monfragüe está en las alturas. Aunque también son muchos los mamíferos propios del bosque mediterráneo que se ocultan entre la espesa vegetación, como la jineta, el gato montés, la garduña, el tejón... Sólo faltaría el escurridizo lince ibérico, cuya presencia constituye una incógnita. Todo parece indicar que las inconfundibles orejas con pinceles desaparecieron ya hace tiempo de estas sierras, pero el director del parque apunta que todavía se sigue avistando algún lince de vez en cuando. "Sólo nos falta la foto, pues lo han visto visitantes y yo mismo pude escucharlo hace dos años", asegura el extremeño. "El sonido es claramente el rugido de un felino".
El espectáculo del vuelo a cámara lenta de las gigantescas carroñeras, de la imponente águila imperial o de las coloridas plumas azules del rabilargo impiden a menudo que la vista repare en detalles mucho más pequeños, como los líquenes sobre la corteza de los árboles o los helechos que crecen en las fisuras de los roquedos. Sin embargo, como recalca la botánica María Dolores Belmonte, la flora de Monfragüe resulta también excepcional; no en vano, en este espacio y su área de influencia se encuentran más de 1.300 taxones vegetales diferentes, cerca del 60% de todas las especies de Extremadura.
Estos números se saben porque a principios de los ochenta Belmonte se pasó cinco años recolectando plantas para realizar el primer estudio botánico exhaustivo de la zona. "Era 1979, yo acababa de licenciarme y me llamó Suso [Jesús Garzón] para que le ayudara a inventariar la flora de Monfragüe y demostrar que debía ser protegida, así que lo propuse como tema de mi tesis doctoral en la Complutense con el catedrático Salvador Rivas Martínez, que aceptó encantado", recuerda esta cordobesa. Aquel trabajo de hace más de dos décadas sigue siendo hoy la obra científica de referencia sobre la flora del parque, de la que ahora se preparan varias actualizaciones. "Cuando empecé entonces no me esperaba ni mucho menos encontrar esta riqueza".
Resulta muy llamativo en Monfragüe cómo la vegetación varía por completo en función de los juegos de luces y sombras causados por su relieve y su orientación. Las laderas de umbría son los dominios de los alcornocales, quejigos y madroñales, que en las partes más alteradas se transforman en jaral-brezales y brezales enanos. En las duras solanas crecen los encinares, a veces junto a acebuches, retamas y jaras. Además, Belmonte señala la abundancia en todo el parque de helechos, musgos y líquenes, como las acarosporas que colorean de amarillos y naranjas las piedras.
Cuando se le pregunta a la botánica qué le parece que ahora sea parque nacional, no disimula su satisfacción: "Para mí supone que todo el esfuerzo de tantos años ha valido la pena, lo compensa todo".
El carismático Garzón, en cambio, no abandona nunca su espíritu combativo: "Claro que me alegro, pero si se gestiona mal puede ser hasta negativo, no se deben dejar de lado los usos tradicionales, como la saca del corcho y la ganadería".
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