_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Hasta nunca, DRM

La historia de la tecnología vivió ayer un momento muy importante cuando el consejero delegado de EMI, Eric Nicoli, presentó mano a mano con el presidente de Apple, Steve Jobs, el certificado de defunción del llamado DRM. El DRM, abreviatura de Digital Rights Management (Gestión de Derechos Digitales) para unos pocos, o de Digital Restrictions Management (Gestión de Restricciones Digitales) para muchos más, era un conjunto de desarrollos tecnológicos destinados a impedir que los clientes que habían adquirido productos como canciones o películas pudiesen hacer un uso libre de las mismas. Innovaciones destinadas a destrozar la experiencia de uso de los productos impidiendo acciones como duplicarlos o transferirlos de un soporte a otro.

Más información
EMI da el primer paso hacia la circulación libre de música en la Red

Durante años, el DRM fue el vano intento de toda una industria, la de los contenidos, de restringir los derechos de quien supuestamente siempre tiene razón, el cliente. Era la punta del iceberg de una industria en negación de los principios básicos de los negocios, en persecución del cliente que le da de comer, como esos rótulos insultantes (y falsos) que amenazan con el infierno cuando vemos una película en el cine o en DVD. Toda una industria dedicada a "innovar en negativo".

Durante cierto tiempo, el recurso de los clientes de abastecerse de productos de fuentes alternativas diferentes a las de la propia industria tuvo toda la lógica del mundo: lo obtenido en redes como Azureus o BitComet era sencillamente superior, por carecer de absurdas restricciones. El cliente que pagaba era penalizado. El DRM fue, además, un ridículo permanente para todas las compañías que intentaron confiar en él. Una y otra vez, las restricciones de la industria fueron desactivadas, anuladas y vencidas por hackers que insistieron en demostrarles lo estúpido de sus acciones, lo absurdo de intentar impedir la libre circulación de los bits. Unos bits que resisten todo intento de censura y restricción a un soporte, unos bits que son, por mandato de su naturaleza, completamente libres.

Si tu modelo de negocio consistía en impedir a otros el acceso a unos bits, ya lo puedes ir cambiando. Adiós, DRM. No te echaremos de menos.

Enrique Dans es profesor del Instituto de Empresa y blogger (enriquedans.com).

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_