Dos caras

En el imaginario de la industria musical, Apple Records tiene dos caras. Primero, es sinónimo de desastre, paradigma de lo que ocurre cuando los artistas se quieren introducir en el negocio. Apple se vendió como una compañía abierta al talento fresco y recibió centenares de maquetas... que nadie escuchó. Los fichajes se hicieron al viejo estilo, mediante contactos personales. Su mala fama también deriva del catastrófico final de Apple Boutique, Apple Electronics y otras iniciativas puestas en marcha en 1968, impregnadas de idealismo hippy. Sin embargo, la rama discográfica no lo hizo tan mal cuando estuvo operativa. Aparte de los discos de los Beatles, juntos y por separado, tuvo éxitos con Billy Preston, Badfinger o Mary Hopkins. Lástima que Apple viviera la turbulenta etapa final de los Beatles, sacudidos por conflictos personales y profesionales. Nunca quedó claro si era una oficina para facilitarles la existencia o una discográfica convencional: el staff se llenó con conocidos de Liverpool y amiguetes, que vivían como reyes. Los artistas se quejaban de que no funcionaban las palancas de la promoción y el marketing: el trabajo diario se podía interrumpir si John y Yoko tenían la ocurrencia "pacifista" de enviar bellotas a los domicilios particulares de los líderes mundiales. La trayectoria de sellos posteriores iniciados por superestrellas confirma que es incompatible la atención a los propietarios con el lanzamiento de nuevas propuestas: éstas tienden a perderse en la vorágine. Como ocurrió con Rolling Stones Records, Apple quedó reducida a vanity label: una etiqueta bonita que da un toque de exclusividad.
Pero Apple Records tiene hoy otra imagen. Reducida a explotar el prodigioso catálogo de los Beatles, supone la antítesis de la generosa compañía original. Conviene recordar que los Beatles firmaron algunos contratos penosos en sus primeros tiempos. Tras la costosa batalla que supuso su disolución, los cuatro coincidieron en que nunca más se dejarían tomar el pelo. Consecuentemente, Apple Records sólo negocia a cara de perro. La batalla con la Apple informática es simplemente la manifestación más visible de esa actitud implacable. Lo sabe bien EMI, la compañía que ha distribuido su obra: se controla milimétricamente cada lanzamiento; hasta se especifica cuántas copias promocionales se pueden regalar en cada país. Ninguna concesión hacia los compradores: los títulos de los Beatles no están en serie media o barata, ni han tenido un upgrade que mejore su sonido o complemente sus contenidos.
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