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Tregua maniquea

Hay una cosa que sabe ETA pero que parecen ignorar nuestros políticos únicamente maniqueos, valga la redundancia. No es cierto que los juegos de guerra siempre den como resultado suma cero, como creíamos de pequeños. Acaso sea verdad lo de la suma cero si se ven las guerras internas como se ven, desde el punto de vista electoralista de un país, donde no se sabe cómo ni por qué se ha instalado la misteriosa ley del fifty-fifty propia de las democracias avanzadas. Es cierto que en el caso del parking de la T-4, la pérdida de uno (el PSOE) es exactamente igual a la ganancia del otro (el PP) en cuanto a futura intención de voto para las próximas elecciones (suma cero); pero lo cierto es que en estos muy infantiles y maniqueos juegos de guerra electoral ha ganado por goleada el encapuchado tertium non datur que ha colocado los explosivos en la flamante terminal; todo un símbolo arquitectónico de nuestra pretendida modernidad, como lo fueron en su día las Torres Gemelas.

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Lo diré rápida y de manera políticamente incorrecta. El principal y único enemigo de la solución final (acabar ya con ETA) es el actual sistema bipartidista español que siempre suma cero y deja las cosas como están. Porque si a este feroz bipartidismo político que nos ha nacido como por acaso le sumamos el viejo demonio genético del célebre maniqueísmo español, o a la española, que ha logrado reproducirse in vitro y contagiarnos con su virus epidémico, le añadimos la fórmula matemática del fifty-fifty electoral, entonces no hay salida, porque siempre sumaremos cero patatero ya que, miren ustedes, nuestro muy fanático tertium non datur ni siquiera cree en el bipartidismo, la doctrina gnóstica del hereje Mani (216-276), y menos aún en esa ley electoral del fifty-fifty. Los encapuchados del Norte están encantados con nuestros internos juegos de guerra electoral que siempre suman cero, fomentan la potente y arraigada herejía española del maniqueísmo, y consideran que sus enemigos, los españoles, todavía no estamos preparados para esos finos consensos estatales que exige la ley electoral del cincuenta por ciento.

El problema, digámoslo ya, es que ETA nos conoce muy bien, al dedillo, mucho mejor que nos conocemos nosotros mismos, y sabe que nuestras viejas y nuevas paradojas sólo pueden sumar cero. Mientras nuestro sistema político esté basado en el bipartidismo imperfecto, en el maniqueísmo perfecto y en ese pluscuamperfecto fifty-fifty, es inútil atajar el tumor, y menos aún intentar una radio o quimioterapia a base de buenas intenciones o brillantes argumentaciones filosóficas que siempre, sistemáticamente, han sido canibalizadas por uno u otro partido en función de los resultados electorales más inmediatos.

Ésta es la gran paradoja. Resulta que el país que ha hecho del consenso político más indecente y manipulado de la historia contemporánea al cabo de la muerte (en la cama) del último dictador de Europa, es incapaz ahora mismo, en pleno siglo XXI y en plena globalización, de fabricar un consenso para liquidar un muy desfasado cáncer del siglo pasado.

Y ésta es la gran pregunta. ¿Estamos preparados de verdad para un sistema político bipartidista que no todo lo transforme en maniqueísmo de las peores añadas caseras cuando se acercan unas meras elecciones locales y regionales? Es más, ¿es mucho peor ese dinamitero y siniestro tertium non datur nacionalista extraviado de siglo (de dos siglos) que estas feroces políticas bipartidistas y maniqueas extraviadas de civilización?

Por ahí fuera, la alternancia en el poder político es signo de civilización, un fenómeno natural de la democracia. Por aquí dentro se ha transformado en sinónimo del todo vale, como ha demostrado nuestra derecha-derecha dinamitando ese proceso de paz que nuestro centro-izquierda había alegremente iniciado también por razones electorales y sin tener puta idea de quiénes eran sus interlocutores encapuchados. El resultado está ahí. Un sencillo proceso de paz del siglo XXI se nos ha transformado otra vez en una guerra maniquea y mediática del siglo XX entre ideologías del XIX y, encima, en guerra electoral de suma cero.

El problema, ahora bien, es que la industria española del bipartidismo imperfecto y del maniqueísmo perfecto que tanto pone al neolítico tertium non datur da de comer aquí dentro a mucha gente. ¿Se puede entender el actual patio mediático español al margen de ese muy desfasado maniqueísmo que por culpa de ETA alimenta las tertulias, los titulares, el columnismo, las trifulcas parlamentarias o esos chistes políticos que sólo tienen intención electoral bipartidista? ¿Cuántos periodistas u opinadores profesionales viven en este país sólo de amplificar groseramente esa falsa suma cero que nos propone ETA? ¿Cómo es posible que nuestros intelectuales sigan cayendo en la trampa del ninismo (ni esto ni lo otro) sólo para demostrar que son independientes?

Las neurociencias han demostrado que el cerebro no funciona como antes se creía, por radicales oposiciones binarias y como sostenían el estructuralismo simplón, la informática primitiva y la FAES, sino que se organiza (auto-organiza) por proposiciones hipercomplejas y siempre vividas y negociadas en sociedad. Este maniqueísmo feroz que impide el consenso político más elemental sólo es un producto local derivado de esos intransigentes y mediáticos cerebros autistas que, a su vez, son resultado de ese anómalo bipartidismo a la española cruzado con la vieja herejía de Mani que nuestra derecha más cristiana ha elevado a santo patrón electoral. Intentan por todos sus medios, que son muchos, que la obscenidad del fifty-fifty sume cero, pero ignoran la científica premisa mayor: el cerebro nunca funciona, ni siquiera en España, por maniqueísmo, excepto en aquellos primitivos y fanáticos organismos unicelulares que no tenían cerebro. Si ante un virus así no hay consenso, una tregua maniquea, es que las cosas van mal, científicamente hablando.

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