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La ciudad desde un taxi

Un conductor en el turno de noche. Un fotógrafo aficionado. Y Madrid ante el objetivo. Ángel López Saguar retrató tras el volante y durante cuatro años las escenas trágicas, divertidas, poéticas o surrealistas que ofrece a diario la gran urbe

La tormenta se cierne sobre el norte de Madrid, entre el característico dibujo de las torres KIO.
La tormenta se cierne sobre el norte de Madrid, entre el característico dibujo de las torres KIO.ÁNGEL LÓPEZ SAGUAR

Madrid amanece. Los personajes de la noche huyen de las primeras luces, del baldeo de las calles, de las carreras de los madrugadores por llegar al trabajo antes de que la radio del coche anuncie que ya son las siete, de los primeros improperios y de los intempestivos toques de claxon…

A esas mismas horas en las que ya casi ningún gato es pardo, Ángel y su taxi regresan a la base, en un polígono industrial de San José de Valderas, barrio obrero del extrarradio. No vuelve solo. En las tarjetas de memoria y carretes de sus cámaras, el taxista metido a fotógrafo (o fotógrafo metido a taxista, según se mire) Ángel López Saguar ha recogido decenas de escenas. De miradas íntimas. Cuatro años de ellas, resumidas en más de 700 fotos, se han reunido en Licencia para mirar.

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Detener la vista en las páginas de esta curiosa obra, mitad crónica urbana, mitad baúl de recuerdos, es entrar en un archivo al que han ido a parar infinitas horas de idas y venidas por las calles de la capital: puentes que semejan ingenios de otra galaxia, luces que parecen notas escritas en un pentagrama, secundarios de una película rodada en calles y plazas, rascacielos silueteados a ras del suelo, mujeres y hombres que se ofrecen en la selva urbana.

Ángel es taxista -"se puede decir que heredé el oficio de mi padre", explica-, pero también es fotógrafo. Aunque él diga que no es ni lo uno ni lo otro. "Me considero músico. En realidad, mi vida es consecuencia de la música. Siempre he compuesto canciones y, sinceramente, creo que es lo que se me da mejor". Tres discos publicados y muchos conciertos avalan esta afirmación. Pero la vida es tacaña con los creadores y, de momento, la faceta musical de éste, que ya lo es, sigue esperando su momento.

La vida le puso ante el volante de un taxi a comienzos de los ochenta. "Me di cuenta de que, hasta poder vivir de la música, tenía la oportunidad de ganarme la vida trabajando en algo que me permitía ser muy independiente. No tenía que dar explicaciones a nadie y podía dedicarme a otras cosas". Y en ello sigue. "Sin demasiados agobios ni exigencias. Tan sólo pretendía ganar lo suficiente para mantenerme y poner en marcha mis proyectos".

Tras el tercer disco -"me lo produje yo mismo, pero, al final, la compañía que lo iba a editar me dejó tirado e incluso me impidió trabajar con otra empresa"-, Ángel no tuvo más remedio que volver al taxi, aunque esta vez, con la cámara montada en el asiento del acompañante. "Sabía que me iba a encontrar con situaciones curiosas y no quería perderlas", aclara. Sabe que, tras el Madrid de las guías turísticas, detrás de los monumentos y las grandes avenidas, están los atascos, las manifestaciones, los dramas, los encuentros… las personas. Y por eso dice: "Me interesa aquello que no aparece en las postales".

"No tengo ni idea de hacer fotos, carezco de conocimientos especiales", continúa. Quizá por eso su libro parece más lleno de poemas que de imágenes. ¿Qué es, si no, la imagen de ese vagabundo tirado a la entrada de una tienda, cuya marquesina simula ser el cuerpo de una escultural mujer, también tumbada?

Un caballo blanco atado en mitad de una acera, una manifestación del Partido de la Liberación Dominicana, un Ferrari ardiendo en un cruce, el arco iris cruzando la plaza de Moncloa, un hombre en pañales en mitad de la Castellana… "Cada imagen es una historia, y eso también es Madrid". Crónicas, cuentos que empiezan y acaban en el tiempo que la cámara abre y cierra su ojo. "Desde que cogí el taxi por primera vez vi que a mi alrededor ocurrían historias que merecía la pena contar", recuerda.

Aquellos inicios se datan en los ochenta. "Estábamos en plena movida y no paraba de sorprenderme de las conversaciones que, sin rubor alguno, se mantenían en el asiento trasero de mi taxi. Era como si delante, en vez de estar yo, hubiera un muñeco de cartón piedra que no escuchaba, no sentía, no pensaba".

Más de 20 años después y con el fruto de su trabajo en las librerías, asegura que no tenía el "proyecto de editar ningún libro". "Ni nada que se le pareciera. Simplemente quería tener recuerdos personales de esta etapa de mi vida". Sólo él sabe la cantidad de dinero que se le ha ido en carretes y revelados. "Alguien dijo una vez que, a la hora de diferenciar al fotógrafo bueno del malo sólo hay que fijarse en la cantidad de carretes que gasta uno y otro. Yo comencé entre los segundos, aunque creo que, a fuerza de práctica, he ido afinando el ojo".

Pero a Ángel nunca le importó en exceso dominar los rudimentos del oficio. "Son fotografías de momento, en las que la técnica pasa a un segundo plano. Me interesa la situación, aunque ésta no esté bien iluminada, contrastada o con la velocidad de exposición perfecta".

Así, lo que comenzó siendo el ciclo de un año -"sus cuatro estaciones, la noche, el día, la lluvia, la niebla, los atascos, el Madrid desierto de los martes de invierno a las cuatro de la madrugada"- se convirtió en un trabajo de cuatro años en el que todos los vértices y reflejos de la ciudad tuvieron su rincón: las navidades, los carnavales, la boda real, el 11-M…

Del desfile de caras del asiento trasero ha aprendido mucho. De los anónimos, claro. Y también de los famosos: Imanol Arias, Pedro Almodóvar, Jesús Quintero, Marta Sánchez… "Me resultó especialmente curioso llevar a los Estopa, a los que conocía por haber compartido con ellos compañía discográfica".

Todo podría haber quedado en un proyecto personal. Pero Ángel escuchó hablar de David Bradford, un taxista de Nueva York que había fotografiado las calles y las había reflejado en el libro Drive by Shooting. "Un día, mi hermano, que es fotógrafo profesional, me enseñó ese libro. Enseguida me di cuenta de que su trabajo era muy similar al mío, evidentemente con las peculiaridades propias de cada ciudad. Nueva York tiene sus registros, como Madrid tiene los suyos. No son ni mejores ni peores… simplemente diferentes".

El observador del libro (que no lector; la ausencia de escritura es total) ve desfilar "parejas besándose, accidentes de tráfico, amaneceres, mimos, prostitutas… Todo eso existe. No necesito esperar posados ni iluminaciones soberbias. Madrid, como ciudad en la que la gente vive y muere en la calle, tiene un lado muy surrealista en el que cabe, incluso, un avión circulando por una carretera".

En el libro hay muchas fotos. Sin embargo, él echa de menos alguna de las mejores… aquellas que no pudo hacer. No necesita pensar mucho para recordar una. Madrugada en el barrio de Lavapiés; él, parado, con su taxi, tras el camión de la basura; los faros del vehículo iluminando el espacio. "De repente, se abre un portal y alguien es lanzado, de un empujón, a mitad de la calle. Un segundo después, dos personas se abalanzan sobre el pobre desgraciado y lo cosen a puñaladas". Ni Ángel, ni los barrenderos, ni los otros conductores que habían formado una breve caravana tras el taxi de Ángel, "ninguno pudimos hacer nada. Nos quedamos paralizados. Evidentemente, no saqué fotos. Tuve miedo, pensé que el siguiente podía ser yo".

De vivencias como ésta, Ángel saca la conclusión de que, de no ser taxista, nunca habría podido hacer muchas de las fotografías que ha hecho. "La visión de la ciudad que tienes desde un taxi no la tienes en ningún otro sitio. Infinitas horas, muchos lugares, incontables situaciones. No es que sea diferente, es que sólo se puede ver así desde la ventanilla de un taxi".

Tras ella se despliega una Madrid mestiza -"la mitad de mis clientes son emigrantes, y por la noche, aún más"- que es también fuente de inspiración. El autor bebe la atmósfera de la urbe y la metaboliza en forma de fotografía, pero también de canción -"la gente, la calle, los chismes de la ciudad, todo me inspira. Eso sí, hay que estar con los ojos y los oídos siempre muy abiertos, porque nunca sabes dónde vas a encontrar el hilo". Un hilo, el de la carrera musical de este peculiar habitante de la ciudad. Pero ésa, la de sus canciones, es otra historia. Y quizá, otro libro.

El libro de fotografías 'Licencia para mirar' está publicado por Ediciones La Librería.

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