¡Cuántos fascistas!
España se ha llenado de fascistas. Cuando se van a cumplir 73 años del discurso fundacional del teatro de la Comedia de Madrid, a pesar de que, incluso, algunos de los diversos y minúsculos grupos que se declaran falangistas no se reconozcan en el modelo original italiano, el adjetivo fascista vuela, arrojado con saña entre políticos, intelectuales y gentes del común como descalificación total y absoluta, sinónimo de intolerancia, violencia y desprecio por los derechos ajenos. Se llega incluso a contemplar cómo grupos -con violencia verbal y física- intentan impedir el derecho de reunión de otro grupo político y se permiten llamar fascistas a los agredidos, e incluso se rasgan las vestiduras si reciben un empujón de sus víctimas acorraladas.
Casi coincidiendo con los sucesos de Martorell, la edición de EL PAÍS en Andalucía publicaba una columna del poeta y ensayista Luis García Montero bajo el título sarcástico de "Lorca era un fascista" que ha originado una cierta polémica en la Universidad de Granada, de la que es profesor el autor de la columna, y la protesta de varios lectores.
García Montero, en su artículo, denunciaba el comportamiento de un profesor de su universidad, José Antonio Fortes, compañero suyo en el departamento de Filología Española, que "lleva años lanzando disparates sobre los alumnos y contra algunos de sus compañeros". Y añadía: "No es raro que aparezcan por mi despacho alumnos compungidos para preguntarme con sigilo y vergüenza si es verdad que García Lorca era un fascista". Y ese profesor, añadía García Montero, "con un vocabulario marxista de cuarta fila, muy cercano al delírium tremens, analiza el prólogo de Francisco Ayala a La cabeza del cordero como prueba irrefutable de que el escritor granadino fue un aliado del fascismo español franquista".
"Si García Lorca y Ayala son triturados con esa indecencia", remachaba más adelante, "nadie puede estar libre de sospechas, y desde luego no salen indemnes otros ciudadanos de las letras granadinas". García Montero no ocultaba haber sido víctima de las críticas de su compañero, al igual que Antonio Muñoz Molina, y concluía. "Durante años, en clase y por escrito, ha despreciado a mi padre, a mi mujer y a mis amigos. Supongo que todos seremos deleznables. Pero quizá sea hora de que la Universidad de Granada ponga a este perturbado en su sitio".
Juan Antonio Hernández García, uno de los lectores que protestaron por el artículo de García Montero y que dijo ser alumno tanto del autor de la columna como de José Antonio Fortes, no se explicaba cómo se podía aceptar en las páginas del diario un ataque tan personal en una columna de opinión. Adjetivos como "perturbado" o alusiones al delírium tremens no eran, en su opinión, aceptables en ningún debate y menos cuando se ventilan querellas personales.
El artículo 1.22 del Estatuto de la Redacción afirma que los periodistas deberán abstenerse de realizar cualquier información o trabajo periodístico que entre en conflicto con sus intereses personales, ya sean políticos, sindicales, económicos o familiares. Por otro lado, el artículo 1.6 afirma que en casos conflictivos hay que escuchar o acudir siempre a las partes en litigio. Estos artículos no son, obviamente, de aplicación en el ámbito de las columnas de Opinión, lo que no implica que no existan límites. El Defensor ha trasladado esta pregunta a Lluís Bassets, director adjunto de EL PAÍS, responsable, entre otras, de las páginas de Opinión.
"La frase hecha del oficio es clara: las opiniones son libres. ¿Hay que concebir algún límite a la libertad de opinión? Claro que sí. Ninguna libertad es absoluta. Constantemente tenemos que negociar prelaciones entre libertades y derechos. Aunque el primer y casi diría único límite nítido es el que imponen las leyes. Pero un periódico debe tener también capacidad de negociación para evitar que el ejercicio de esa libertad produzca desperfectos mayores. Por ejemplo, debe evitar que los articulistas o los críticos atiendan a sus intereses personales en vez de atender a los intereses de los lectores. En último término, una publicación tiene el derecho a prescindir del colaborador que no sepa adaptarse a esta negociación, aunque no tenga nada que ver con este caso. En esta ocasión, los responsables del periódico debemos hacernos el reproche de no haber entrado en este diálogo con el autor de la columna antes de que se produjera el desperfecto. Es lamentable, pero suele ocurrir con harta frecuencia. Debiéramos aprender todos para evitarlo en el futuro".
El Defensor habló tanto con el autor de la columna como con el profesor Fortes. Este último, según dijo por consejo de su abogado, declinó hacer cualquier comentario, aunque charló amigablemente sobre la polémica que ha suscitado el artículo.
De Luis García Montero me gustaría, para concluir, tomar prestadas las primeras líneas con las que comenzaba su columna. "La defensa de la libertad necesita al mismo tiempo de la prudencia y de la firmeza. La prudencia sirve para evitar que la firmeza se convierta en dogmatismo y temeridad. La firmeza, por su parte, ayuda a que la prudencia no se transforme en miedo, irresponsabilidad y autocensura". Combatir el miedo, la irresponsabilidad y la autocensura es una forma noble de luchar contra el fascismo que no confiesa su nombre.
Los lectores pueden escribir al Defensor del Lector por carta o correo electrónico (defensor@elpais.es), o telefonearle al número 91 337 78 36.
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