"De esta semana no pasa"
Los clientes del café Versailles, en la pequeña Habana de Miami, esperan un cambio inminente
Se llama Versailles y dice su publicidad que allí se sirven los mejores mojitos de Miami y se puede disfrutar de comer la mejor comida cubana. Pero el Versailles es mucho más. Es el lugar donde diariamente se reúnen decenas de cubanos en el exilio y donde, como si fuera un ritual desde hace 20 años, en cada uno de sus encuentros repiten una frase: "De esta semana no pasa".
El lunes por la noche, esos mismos cubanos pensaron que, por fin, ésta era la semana, así que el Versailles se convirtió en apenas unas horas en el centro de reunión de los anticastristas, en el lugar donde uno debía estar si quería saber lo que estaba pasando. Para ellos era un momento de celebración, así que pensaron que la mejor manera de seguir la evolución del estado de salud de Fidel Castro era con un mojito delante, y como allí los hacen tan buenos...
Cualquier lunes normal, a medianoche, el restaurante estaría cerrando, pero este lunes no era normal. No paraba de entrar y salir gente. Fuera, una concentración con música, banderas y pancartas usadas en anteriores protestas, como una en la que un fotomontaje mostraba a Castro dando a luz a Hugo Chávez. Dentro, el Versailles se iba llenando.
Primer problema para los que no formábamos parte de ese colectivo y además no residimos en Miami: no sabíamos que en el Versailles no sirven copas si no se come. Solución, pedir lo que ellos llaman unos antojitos, y eso que ya íbamos cenados. Croquetas, empanadillas y plátano frito para acompañar los mojitos que fueron cayendo, no confesaré cuántos.
Éramos los únicos no cubanos que ocupábamos una mesa. Seis amigos en total, y todos periodistas. Así que el principal ejercicio fue realizar un retrato del tipo de gente que nos acompañaba en esa fiesta improvisada a la que nos habíamos autoinvitado. Una cosa parecía clara: todos deseaban la muerte del mismo ser humano, de Fidel Castro, y esto generaba entre nosotros un cierto desasosiego.
Entre los presentes, un hombre, ya de una cierta edad, con un megáfono, un sombrero y un llamativo anillo en su mano izquierda, un anillo con la efigie de un indio. ¿Quién era ese personaje tan peculiar? Uno de mis acompañantes, gran conocedor de Cuba, nos resuelve la incógnita. Nos cuenta que uno de los símbolos que distinguía a la guardia personal del anterior dictador cubano Fulgencio Batista era precisamente un anillo con la cara de un indio. Ese hombre había sido, por tanto, un ex policía de Batista. Era evidente que había que preguntarle por lo que estaba pasando. Tan evidente la pregunta como la respuesta. Lo que estaba pasando, según él, era algo grande. A pesar de llevar un megáfono en la mano, estaba muy calmado y nos dio el titular de la noche: "Hay que esperar, pero por primera vez en la historia, Castro ha delegado el poder, y eso es muy importante". Además, estaba convencido de que todo iría muy rápido.
Sigue llegando gente al Versailles. Los camareros hace horas que deberían estar en sus casas, pero de allí nadie se mueve, como si cualquier noticia se tuviera que saber antes en ese restaurante de estética kitsch que en cualquier otro lugar.
Bullicio y banderas
Dirigimos nuestras preguntas ahora al camarero que va sirviendo las rondas de mojitos. "¿Hay alguna novedad?". "¿Sobre qué?", nos responde. "Pues, sobre el estado de Fidel", le insistimos. "Yo no sé nada", nos dice, "no he podido salir de aquí en todo el día". Habla un español con inconfundible acento cubano y con un tono de... ¿pero ustedes no piensan acostarse? Es evidente que a este camarero la situación en Cuba, ahora mismo, casi a las dos de la madrugada, le preocupa bastante menos que el horario de su jornada laboral que se ha prolongado mucho más de lo previsto.
Del exterior sigue llegando el bullicio, el ruido de las bocinas de los coches y de los gritos de la gente, la mayoría con banderas de Cuba entre las manos. ¿De dónde sale tanta bandera? No hay celebración que escape del negocio, hay quien las está vendiendo a cinco dólares. El sistema capitalista norteamericano está cómodamente instalado entre el exilio cubano en Miami.
Los cubanos de aquí miran a la isla sólo como el lugar de donde salieron ellos mismos, en algunos casos, o las generaciones anteriores, en la mayoría. Viéndoles, observándoles, uno se pregunta, ¿son ellos los que deben liderar la transición en Cuba? Una canción de Willy Chirino, cantante de referencia para muchos cubanos en Miami, habla de sus sueños para la isla, que incluyen restaurantes de comida rápida habituales en Estados Unidos. Nosotros sabemos lo difícil que es hacer una transición política y coincidimos en lo difícil que será para Cuba afrontar la suya.
Es evidente que, mejore o no el estado de salud de Fidel Castro, lo que están viviendo los cubanos en Miami es un acontecimiento sin precedentes. Como nos adelantó aquel ex policía de Batista, por primera vez en 47 años, Castro ha cedido el poder en Cuba. Es, seguramente, el principio del fin. Pero, el único fin que a esa hora de la noche parece claro es el fin de Fidel Castro. Lo que puede pasar después es todavía un misterio.
Ya, saboreando el último mojito, uno piensa que, pase lo que pase, ojalá este restaurante no tenga que cerrar por falta de clientela. Se come y se bebe de forma maravillosa y, además, seguro que se conspira mejor ante un buen plato de ropa vieja o de picadillo. Bueno, no sé si ellos conspiran mejor, pero a un grupo de seis testigos ajenos a los entresijos de la vida cubana, este escenario les parece inmejorable para hacer sus pronósticos sobre el futuro, pronósticos, seguramente, muy aventurados.
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