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Columna
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Mercosur, a la papelera

Andrés Ortega

Lamentablemente, América Latina se está desestructurando. Con la excepción de Centroamérica, las pocas estructuras regionales que había se están disolviendo. La primera, el Mercosur, nacido en 1991, se está desmoronando debido a intereses enfrentados, pero también a la manera en que la Argentina de Kirchner está tratando a sus socios. La disputa por la construcción de dos papeleras en Uruguay parece ser más efecto que causa de esta actitud de una Argentina que se está quedando sin aliados y que veía a Uruguay como una provincia dependiente y no como un país, pequeño, pero con opinión propia. Mercosur nunca funcionó bien, y le ha faltado institucionalizarse más. Pero, más allá de las ventajas comerciales para uno u otro, era y es un marco necesario, aunque debía haber encontrado un mecanismo para compensar la desigualdad entre los grandes miembros, a comenzar por Brasil -el más interesado y que mira con recelo el área de libre comercio continental (ALCA) patrocinada por Washington-, y los pequeños y decepcionados, como Paraguay o el Uruguay de Tabaré Vázquez. Éste, ante el maltrato por Kirchner, ha mostrado un nuevo interés por pasar de miembro a asociado en Mercosur y por un acuerdo bilateral con Estados Unidos. No conviene pensar que Washington ignora todo lo que está ocurriendo. Más bien lo que, hoy por hoy, favorece son acuerdos bilaterales, como los que tiene con Chile, Colombia y otros países.

La tercera vía es la que impulsan Chávez -que está dinamitando la Comunidad Andina de Naciones (CAN)- y Castro, llámese ALBA (Alternativa Bolivariana para las Américas) o Tratado de Comercio de los Pueblos, al que se ha sumado -veremos si por conveniencia o convicción- el boliviano Evo Morales, poco antes de anunciar la nacionalización de los hidrocarburos. Chávez tiene un diseño de América Latina en la cabeza y ha impulsado proyectos como PetroAndina, PetroCaribe y PetroSur, y ahora anuncia una alianza energética con Bolivia. En parte, el futuro de esta asociación de populismos, que pretende extender la llamada revolución bolivariana con la chequera de un petróleo a 60, 70 dólares el barril o más si se ataca Irán, depende para su futuro, al menos en parte, de quien gane en Perú, en cuyas elecciones Venezuela intenta influir. Si triunfa en la segunda vuelta el populista, militarista y mesiánico Ollanta Humala, el chavismo se verá reforzado a escala continental. Si vence el socialdemócrata Alan García, el proyecto se verá frenado. No deja de ser una paradoja que García se convierta ahora en muro de contención de esos populismos, muestra de que el giro a la izquierda de América Latina no es igual para todos. Bachelet, Lula, y el propio Kirchner, tienen poco que ver con Chávez o Morales.

En América Latina se está librando un pulso entre esos tres conceptos para la región: el cubano-chavista, el de estructuras regionales como Mercosur, y el de acuerdos bilaterales que impulsa EE UU. La Unión Europea, que esta semana celebra su cumbre con América Latina, ha apostado siempre por estructuras de integración regional y se siente incómoda ante la crisis de Mercosur. En su día, desde fuera, Felipe González luchó por impulsarlo y mantenerlo a flote. Hoy sería una tarea para Zapatero. El propio De Gaulle habló en su día de Estados Unidos como del "federador externo" de Europa. No hay nada vergonzante en ello. Pero no se ve en el horizonte ninguno que pueda cumplir esta labor para las diversas Américas. El eje Brasil-Argentina es necesario, pero como en Europa el franco-alemán, está en crisis y no es suficiente. El caso es que en la región sólo hay, hoy, tres visiones estratégicas: la de Brasil y Lula; la de Chávez y Castro; y la de un Washington que comienza a despertar sobre su ignorancia del Sur. ¿Cuál se impondrá? Dependerá bastante del otro extremo geográfico: que Argentina apueste a fondo por un marco institucional superior a sí misma. aortega@elpais.es

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