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Reportaje:

Mandela confidencial

Permaneció casi tres décadas en prisión y luego se convertiría en el primer presidente negro de Suráfrica. Con cartas, imágenes y anotaciones inéditas de aquel tiempo de 'apartheid' se edita ahora el libro 'Un prisionero en el jardín'. El retrato de un hombre influyente y sabio.

En el vigésimo año de los 27 que pa- saría en prisión, Nelson Mandela escribió una carta, indignado, a la esposa de uno de sus guardianes: "Mevrou ['Estimada señora', comenzó Mandela en afrikaans, la lengua de los inventores del apartheid]. Su marido es un hombre talentoso de muy buen corazón. Siempre está de buen humor y dispuesto a ayudar a la gente. Pero carece de ambición, y como consecuencia descuida sus propios intereses, y también los de su mujer e hijos. En repetidas ocasiones he pretendido convencerle de que estudie, pero todos mis intentos han fracasado. Me veo obligado ahora a pedirle ayuda a usted. Tal vez logre persuadirle de que haga lo que toda persona joven y responsable en todo el mundo hace: atender a sus intereses y a su futuro".

No perdió el optimismo. Fue condenado a cadena perpetua, pero nunca dudó de que saldría vivo y liberaría a su pueblo
"Mami y papi están en la cárcel y vosotras vivís como huérfanas. Pero un día nuestros sueños se harán realidad"

Tampoco parece que la carta a la mujer del guardián, llamado Christo Brand, surtiera mucho efecto. Brand siguió ejerciendo como carcelero -uno de los trabajos más humildes que ocupaban miembros de la raza dominante afrikáner en tiempos del apartheid- después de la liberación de Mandela, en febrero de 1990. Pero esto era de poco interés, salvo para la familia Brand. Lo fascinante, lo valioso para la humanidad, es lo que la carta revela de la personalidad del que fue, durante casi tres décadas, el prisionero más famoso del mundo. Esta carta y muchas más, junto con documentos y fotografías hasta ahora inéditos (y en su día censurados) de sus años en la cárcel, han sido publicadas en un libro de la Nelson Mandela Foundation titulado A prisoner in the garden (Un prisionero en el jardín). El retrato de Mandela que emerge del libro es el de un individuo extraordinariamente generoso con los que deberían haber sido sus enemigos, de un revolucionario que no dejó nunca de luchar por la justicia y de un padre de familia que nunca dejó de sufrir por su mujer y sus hijos.

Los episodios más lacerantes de la vida del hombre que se convertiría en el primer presidente negro de Suráfrica ocurrieron en 1968 y 1969: primero, la muerte de su madre; segundo, la noticia de que su esposa, Winnie, había sido encarcelada, dejando prácticamente abandonadas a las dos hijas pequeñas de la pareja, y tercero -y lo peor de todo-, el hijo mayor de Mandela, fruto de un anterior matrimonio, murió en un accidente de coche.

"La muerte de Thembi ha sido un trago amargo", escribió Mandela a Winnie (en inglés, su idioma preferido) el 16 de julio de 1969. "Además de ser mi hijo, fue mi íntimo amigo. Me cuesta tanto creer que nunca volveré a verle. El 23 de febrero de este año cumplió 24 años. La última vez que le vi fue a finales de julio de 1962… Era un chico fortachón de 17 que jamás hubiera asociado con la idea de la muerte. Llevaba puestos unos pantalones que le quedaban un poco grandes y largos… Como sabes, tenía mucha ropa, cuidaba mucho su forma de vestir y no tenía el más mínimo motivo para ponerse ropa mía. Me sentí profundamente conmovido".

Mandela pidió permiso para ir al entierro de su hijo, pero (igual que en el caso de su madre) se lo negaron. Mientras tanto, Winnie permanecía en la cárcel, gran parte del tiempo en solitario. Mandela, que sabía que los fondos familiares estaban agotados, no tenía la más mínima idea de cómo estaban sus dos hijas, Zeni y Zindzi, de 11 y 9 años. Una carta que les escribió el 1 de junio de 1970 empieza de la siguiente manera: "My darlings ['Cariños míos'], han pasado ocho años desde la última vez que os vi y un poco más de doce meses desde que os arrancaron a mami".

La carta, muy larga, explica a las niñas lo importante que es para él sentarse y escribirles, "porque se me calman un poco los ataques de angustia que me afligen cada vez que pienso en vosotras". "Hoy", sigue Mandela, "nuestra familia está desparramada por todas partes: mami y papi están en la cárcel, y vosotras vivís como huérfanas. Deseamos que sepáis que estos altibajos sólo han hecho que os queramos más. Estamos seguros de que un día nuestros sueños se harán realidad; podremos vivir juntos y disfrutar de las cosas dulces de la vida que hoy tanto echamos de menos. Toneladas y toneladas de amor, cariños míos. Papi".

Pensar que Mandela pasó sus años de prisión lamentando su triste destino sería un grave error. Nelson Mandela era, y es, un hombre juguetón, con un gran y casi permanente sentido del humor. Incluso hoy recuerda con hilaridad una foto de la revista National Geographic que le regalaron sus camaradas en la cárcel, y que permaneció con él en su celda, adornando la mesa en la que escribía sus cartas, durante años. Era una foto de una chica exuberante corriendo, sonriente, casi desnuda. También se le permitía tener libros en su pequeña celda de Robben Island, de tres metros por uno y medio. Forjó fuertes amistades y tuvo la posibilidad de impartir clases de todo tipo -de historia, de derecho, de literatura griega…- a los prisioneros más jóvenes (algunos de ellos llegaron a referirse a Robben Island como "la universidad").

Ante todo, Mandela nunca perdió el optimismo. Fue condenado a cadena perpetua, pero nunca dudó de que saldría vivo de la cárcel y de que su destino sería conducir su pueblo a la liberación. Por eso, apenas comenzada su condena, se puso aprender no sólo el idioma afrikaans, sino la historia del afrikáner, gente de origen holandés o protestante francés que se había disputado el control político de Suráfrica con los ingleses durante tres siglos. La discusión se acabó a partir de 1948, cuando el Partido Nacional afrikáner impuso el sistema de racismo legalizado contra el que Mandela, jefe militar del Congreso Nacional Africano (CNA), se levantó en armas a principios de los años sesenta. Una vez ingresado (junto con la casi totalidad de la cúpula del CNA) en la prisión de Robben Island, el Alcatraz surafricano, Mandela entendió que era más probable que la victoria de su pueblo llegara por la vía política que por la lucha armada.

Y así fue, y por eso resultó ser tan valioso al final, cuando inició negociaciones de paz con el Gobierno desde su propia celda, su esfuerzo por conocer bien al enemigo. Pero antes tuvo que librar batallas más inmediatas, más urgentes contra las propias autoridades dentro de la cárcel. Y las libró, como buen abogado que era, por la vía legal.

Una carta dirigida al general en-cargado del sistema penal surafricano, por ejemplo, denuncia los malos tratos de uno de los comandantes de Robben Island. Además de amenazar con recurrir a la vía de los tribunales si fuera necesario -el problema en Suráfrica no fue tanto cómo se aplicaban las leyes en tiempos del apartheid, sino el contenido de las leyes en sí-, Mandela contrastó sus valores humanos contra los del sistema al que se oponía. "Nunca he considerado que ningún hombre sea superior a mí", escribió el prisionero al general en julio de 1976. "He ofrecido mi cooperación de manera libre creyendo que actuando de esta manera se fomentarán relaciones armoniosas entre los prisioneros y los carceleros…. Mi respeto por los seres humanos se basa no en el color de su piel ni en la autoridad que puedan ejercer, sino en sus méritos como personas".

Prueba de que el respeto no era exactamente correspondido se produjo un año más tarde, cuando el Gobierno organizó una expedición a Robben Island para un grupo de periodistas cuya docilidad ante el sistema de apartheid era absoluta. La idea era transmitir la imagen al mundo de que las condiciones en la famosa prisión no eran tan atroces como en algunos lugares se pensaba. Con ese fin vistieron a los prisioneros como turistas de vacaciones en Hawai, les dieron palas y los pusieron a trabajar en un inexistente jardín.

La fotografía más potente de esa excursión fue la que proporcionó el título del libro de la Nelson Mandela Foundation. Mandela, con cara de estar claramente ofendido por la colaboración propagandística de los periodistas con el Gobierno, mira desafiante a la cámara tras unas gafas de sol y bajo un sombrero de paja. El pie de foto que pusieron las autoridades, como si fuera un intento deliberado de humillar a Mandela, fue: "Un prisionero trabajando en el jardín".

El primer reconocimiento, por parte del Gobierno surafricano, del respeto político que se merecía Mandela llegó en 1985, cuando el presidente Pieter W. Botha le ofreció, a él y a otros importantes prisioneros políticos, la libertad si, a cambio, el CNA abandonaba la lucha armada. Fue Mandela el que redactó la carta de respuesta, dirigida personalmente a Botha. Llevaba más de 23 años en la cárcel, y sus compañeros, una media de 20; pero Mandela fue tajante a la hora de rechazar la oferta del Gobierno. Acusó al presidente de "grosero cinismo", y afirmó: "Nos negamos a participar en lo que es una maniobra cuyo fin claramente es crear división, confusión e incertidumbre en el movimiento de liberación".

Las palabras de Mandela fueron duras, pero fríamente premeditadas. Lejos de reaccionar con cólera, cerrando la puerta al diálogo, el Gobierno de Botha se vio obligado a reconocer que tarde o temprano tendría que negociar con el CNA, y específicamente con Mandela. Dos años después de aquella carta, Botha ordenó a sus dos hombres de más confianza -Kobie Coetsee, ministro de Justicia, y Niel Barnard, jefe de espionaje del apartheid- que iniciaran conversaciones con Mandela. A lo largo de dos años y medio se reunieron más de 60 veces. Fue el episodio decisivo en la historia de la Suráfrica contemporánea.

Mandela llevó a la mesa todo su encanto personal, todos los estudios que había hecho de la mentalidad afrikáner, toda su astucia de abogado y la sabiduría acumulada a lo largo de tanto sufrimiento y tantos años de prisión. Logró todos sus objetivos. Negoció primero la liberación de ocho de sus compañeros de cárcel más veteranos, más importantes dentro del CNA. Negoció luego su propia liberación. Pero ante todo logró el gran objetivo estratégico de su vida: convencer al Gobierno blanco de que participara en negociaciones cuyo fin sería la solución pacífica, democrática del conflicto surafricano.

El éxito que tuvieron esas conversaciones secretas se demuestra en una de las fotos del libro Un prisionero en el jardín, quizá la última tomada de Mandela siendo aún prisionero. Mandela, vestido de camisa y corbata, sonríe ante la atenta mirada de cuatro hombres blancos, también de traje y corbata. Uno de ellos es Coetsee. En la foto, Coetsee le está entregando un maletín de cuero a Mandela, como "regalo de despedida", pocos días antes de su liberación. Otro de los hombres en la foto es Barnard, que en una entrevista diez años después, posterior a las elecciones en las que Mandela le expulso a él y a los suyos del poder, definió gran parte del secreto del éxito político de su antiguo contrincante: no haber tratado a sus enemigos como ellos le habían tratado a él. "Cuando uno ha sufrido penalidades no humilla a la gente", dijo Barnard, un hombre cuya admiración por Mandela no tiene límites. "Porque las penalidades le permiten a uno entender mucho mejor los miedos de los demás. ¿No es eso lo que trasciende en Mandela? Lo que quiero decir es que él, en el fondo, cree en la construcción de este país, y ha trabajado más que cualquier otro, a costa de enormes sacrificios personales, para conseguirlo".

Pero tampoco todo en la cárcel fue sacrificio para Mandela. Ese don para embelesar a la gente que demostró en el caso del preparadísimo Barnard, reconocido intelectual del mundo afrikáner, también lo demostró en su trato con los sencillos hombres rurales que ejercían de guardianes en la cárcel. "Hasta el punto", como dijo una vez Mac Maharaj, prisionero en Robben Island con Mandela, "de que empezaron a acudir a él en busca de consejo cuando tenían conflictos con sus superiores".

Fue extraordinario el grado en que Nelson Mandela impuso su voluntad sobre sus carceleros, como descubrió George Bizos, su abogado durante cuatro decenios, durante una visita a la isla. "Había con él ocho guardianes, todos blancos", recordó Bizos. "Los presos no suelen marcar la pauta a sus vigilantes, pero era evidente que, en su caso, lo hacía. Me dijo 'hola' y le devolví el saludo. De pronto se apartó y me dijo: 'Perdona, George, no te he presentado a mi guardia de honor'. Y me presentó a cada uno de los guardianes por su nombre. Estaban absolutamente asombrados, pero se comportaron como si verdaderamente fueran una guardia de honor. Me dieron la mano con todo respeto".

El respeto y la confianza que llegaron a tener algunos guardianes con Mandela se demostró de manera incluso más sorprendente un día en 1980, cuando Winnie Mandela fue a visitarle con su primer nieto, de apenas tres meses, envuelto en una manta. Mandela, que normalmente sólo tenía contacto con su mujer a través de una gruesa ventana de cristal, pidió a los dos guardianes de turno que le dejaran coger al niño, algo que no había hecho desde hacía 20 años. Los guardianes intercambiaron miradas nerviosas. Pero no pudieron resistirse a la petición de Mandela. "Cogí al niño por la puerta posterior", recordó años después uno de ellos, "y llamamos a Mandela. Le pusimos al niño en brazos sin previo aviso y le dijimos que tenía que mantenerlo en secreto. Podíamos perder nuestros puestos. Respondió '¡oh!', cogió al niño y le besó. Había lágrimas en sus ojos. Nadie supo jamás que Mandela había visto al niño".

En 1998, cuatro años después de asumir la presidencia, Mandela organizó una gran fiesta en la casa de gobierno en Pretoria para celebrar su cumpleaños. No sólo cumplía 80, sino que ese mismo día anunciaría que, tras haberse divorciado de Winnie dos años antes, se iba a casar con su actual esposa, Graça Machel. Invitó a la fiesta a tres de sus guardianes de sus tiempos en la cárcel. Todos vivían en los alrededores de Ciudad del Cabo, cerca de Robben Island. Ninguno de ellos se había subido jamás a un avión, pero Mandela les organizó el vuelo. Uno de los invitados fue Christo Brand, en el que Mandela ya había dejado de depositar la más mínima confianza en cuanto a su habilidad de superarse. Pero, siempre optimista, Mandela quiso creer que quizá la siguiente generación de la familia Brand lo haría mejor.

Una de las cartas más sorprendentes del libro se la escribe Mandela al hijo de Brand en 2000. Escrita a mano, pone lo siguiente: "Querido Riaan, me cuentan que acabas de cumplir 16 años. ¡Enhorabuena! Si estudias duro es probable que llegues a ser uno de los líderes más importantes de nuestro país. ¡Nunca olvides lo que te digo! Te saluda, el tío Nelson".

'Un prisionero en el jardín. Fotografías, cartas y anotaciones de Nelson Mandela durante sus 27 años de prisión", de la Fundación Nelson Mandela, está editado por Penguin.

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