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Reportaje:

Héroes de la paz

Desconocemos sus nombres y apellidos. Pero cada uno de sus gestos suma a la hora de construir un mundo en paz. Gente anónima que investiga, media, asiste social y psicológicamente, escucha o enseña en zonas desangradas por la violencia y las guerras. Éstas son algunas de sus historias.

Lola Huete Machado

Tres letras: paz. Si uno las escribe en un buscador de Internet aparecen 61 millones de veces. Otras seis, guerra: 28 millones. ¿Sólo la mitad? Quizá sea porque entre ambas, entre la guerra y la paz, entre esos dos conceptos que representan la vida y la muerte, se levanta un puente cada día; se está levantando, en este instante en que usted lee, en muchos rincones del mundo. Imagine: Elena Gulmadova, ginecóloga reconvertida en mediadora perfecta por su condición de hija de musulmán y cristiana, que intercede entre ambas comunidades en Macedonia para poder reconstruir pueblos antaño modelo de convivencia y hoy devastados por la guerra. "En tanto en cuanto la gente hable, no se dispara", dice ella. O un cura, el padre Giovanni Presiga, que parece no decaer jamás mientras la comunidad cercana a Medellín (Colombia) donde trabaja se desangra por la violencia: "Ayudar a los hombres, salvar vidas; sólo se trata de eso", dice. O un alicantino, Eduardo Bofill, el único blanco que tiene acceso a West Point, en Monrovia (Liberia), allí donde la crueldad de la guerra ha convertido en material de derribo hasta a los seres humanos.

"La paz no es ausencia de armas, es una conciencia colectiva, de todo un país"

Según el último informe de la Unidad de Alerta de la Universidad Autónoma de Barcelona, al cerrar 2005 las guerras en el mundo eran 21; había 35 países con procesos de paz abiertos, y 56, en situación tensa (23, muy tensa). La mayoría, en África.

Trabajadores por la paz. Su tarea consiste en tejer una pasarela, aunque sea frágil, y tenderla entre dos orillas. Se puede llamar diálogo, mediación, reconciliación… Todo lo que implica un proceso de paz. Si el puente resiste, si se puede cruzar, entonces se salvarán vidas. Son cientos de miles de personas, de todo lugar y condición, las que se afanan por levantarlo y mantenerlo: analistas, técnicos, maestros, médicos, psicólogos, estudiantes; cooperantes, personal contratado o voluntarios; religiosos o laicos; de instituciones públicas o privadas, nacionales, internacionales o locales; de Ong grandes o chicas (cada vez más influyentes y ya para siempre globales, como afirma Ignasi Carreras, ex director de Intermón Oxfam). "Ángeles de la paz" les llaman algunos. Manos que construyen escuelas y hospitales, que se ocupan de familias traumatizadas, escolarizan a niños soldado, suavizan enemistades entre bandos… Imagine: los habitantes de un pueblo llamado Neve Schalom; palestinos y israelíes que conviven, estudian, se aman y lo único que se niegan a compartir es el odio entre sus comunidades. "Tantas almas traumatizadas…", dice el abad Benedikt Lindemann, del monasterio de Hagia Maria Sion, en Jerusalén, zona cristiana libre de violencia. "Todos se sienten víctimas; nadie, culpable".

Un libro reciente, Die friedensmacher (editorial Hanser), prefiere denominarlos "pacificadores", gente que decide contrarrestar los efectos demoledores de las guerras. Su promotor, el periodista alemán Michael Gleich, explica la razón: "Un árbol que cae hace más ruido que un bosque que crece'. Así reza un proverbio tibetano. Y así sucede con la guerra: se oye mucho. La paz, sin embargo, no tiene sonido. Los efectos de los combates son instantáneos; los de la concordia, a largo plazo. Se destruye en un segundo lo que se tarda años en reconstruir. Los guerreros son siempre protagonistas; los pacificadores, raras veces". Por esto, Gleich decidió convertirse en 2003 en motor de un proyecto llamado Peace Counts: 15 periodistas y fotógrafos viajaron por el mundo para ver primero sobre el terreno y divulgar luego, mediante la palabra y la imagen, la labor que desarrollan algunos hombres y mujeres en sitios donde matar y morir es un ejercicio cotidiano.

Primero fue la creación de una fundación homónima y luego la publicación del libro que nos ocupa y el montaje de una exposición itinerante. "Si muchos ciudadanos en muchos lugares dan muchos pequeños pasos en la dirección adecuada se podrá cambiar el rostro de este mundo", dijo uno de los presentadores en la inauguración de la muestra en Alemania. En España, hoy, sólo según los datos de la Coordinadora de Ong para el Desarrollo, son casi 30.000 personas (el 86,6%, voluntarios; el 13,4%, personal remunerado) las dedicadas a estas tareas. Uno de esos españoles que se afanan sobre el terreno es Eduardo Bofill, de 35 años, psicólogo, de Elda (Alicante), desde hace un año voluntario en Monrovia (Liberia).

Bofill no aparece en el libro Die friedensmacher, pero debería. Como deberían también Chema Caballero, que sueña por devolver la ilusión por la vida a cientos de niños soldado en Sierra Leona; Carlos Rodríguez Soto, en el norte de Uganda; Kike Figaredo, obispo en Camboya, y tantos otros y otras, religiosos y no religiosos, por amor a Dios o al prójimo… Bofill es laico y trabajó como educador de calle; un día cerró capítulo de su vida y se marchó a Liberia formando parte del Servicio Jesuita al Refugiado (JSR), allí donde la mayoría de chavales ha sido o son soldados de una de las guerras más sangrientas de los noventa. Es el único blanco que puede entrar a West Point, en los arrabales de la capital. "La violencia está en todas partes: entre las chabolas de hojalata; en las calles sin asfaltar, sin nada… Y sí, soy de los pocos que pueden entrar incluso de noche. Un gran éxito para mí, invitado en su mundo. Pero de lo que se trata es de que sea un gran éxito para ellos", cuenta.

Al aterrizar en tu destino, asegura, tienes una idea de lo que habrá. Pero siempre te quedas corto: "Lo que encuentras es tan brutal que debes ajustar tus expectativas una a una; asumir la realidad para poder ponerte a trabajar en ella. Y vas valorando lo que haces por las sonrisas, las miradas y los gestos que te ofrecen. Así te das cuenta de si sirve o no lo que realizas. Con datos, no; los datos no sirven en África".

De analizar conflictos y soluciones

para ellos se ocupa desde hace un cuarto de siglo Mariano Aguirre, fundador del Centro de Investigaciones para la Paz (CIP) en los ochenta y codirector hoy de la Fundación para las Relaciones Exteriores y el Diálogo Exterior (FRIDE): "Antes hablabas de prevención, de vinculación entre desarrollo y democracia, de desarme, y te miraban como diciendo: ¡uf!, cosas de pacifistas. Hoy, muchas de esas cosas están en la agenda de los Gobiernos". Asegura que hay un consenso general en la comunidad internacional de guerra, no: "España se encuentra en posición intermedia: no entre los avanzados en iniciativas, como Holanda, Noruega o Suecia, pero tampoco entre los que no hacen nada". Para Manuela Mesa, directora del CIP, los españoles somos antibelicistas: "Vivimos una guerra no hace tanto y eso está aún presente. Esa oposición se vio en la respuesta ante la de Irak". Y hay cierta voluntad política. Hace nada, en el BOE del 1 de diciembre de 2005, se publicó la Ley de Fomento de la Educación y la Cultura de la Paz. En ella se habla de "potenciar la educación para la paz, la no violencia y los derechos humanos". Pero para conseguirlo, asegura Mesa, "faltan recursos, financiación para investigar… Hay más interés, sí; muchas iniciativas; más convergencia entre organizaciones, y un deseo creciente por entender los distintos aspectos de los conflictos armados, las secuelas, el posconflicto… Por eso se demanda más análisis e información".

La paz se enseña. Imagine: el japonés Yoshioka Tatsuya, que cansado de tópicos guerreros sobre su país se hizo con un barco, lo bautizó Peace Boat y desde 1983 lo mueve por los océanos convertido en Universidad de la Paz, donde 1.000 pasajeros aprenden el modo de arreglar las pugnas de este mundo al grito de "la paz es posible". O la Escola de Cultura de Pau, en Barcelona, donde cursan estudios 250 personas. O la Universidad Jaume I de Castellón, con su Máster Internacional para la Paz y el Desarrollo: un centenar de alumnos de todo el mundo a los que subvencionan ayuntamientos de la zona.

'¿Pacificadores?'. En el CIP no gustan de usar esta denominación. "Preferimos 'personas que participan en procesos de paz'. Pacificar se puede hacer desde fuera", afirma Mesa. Y con las armas. "¿Qué es la paz? ¿La ausencia de armas? No. Porque la violencia se traslada entonces a otros ámbitos, a la familia, a la calle. Aquí, en Monrovia, encuentras chavales que pasan de uno a cien en un segundo… No tienen recursos para evitarlo", dice Bofill. "La paz no es ausencia de armas, es una conciencia colectiva, de todo un país. Y si no se construye desde dentro, no hay nada que hacer". Para Mariano Aguirre, hay que romper con la idea de que desde fuera se puede arreglar la vida de los de dentro; deben ser agentes locales los que lleven las riendas: "Debemos ayudar a construir instituciones, el llamado 'imperio de la ley'; aumentar la educación y la justicia; formar una nueva policía, que el ejército incluya excombatientes… Y sobre todo, el compromiso de la comunidad internacional debe ser a largo plazo. Esto es básico".

"La paz es un proceso a menudo lento y doloroso. Esto lo saben bien los pacificadores. Un acuerdo es sólo el principio. Habrá retrocesos, dificultades, y como éxito se considera cada pequeño paso hacia la conciliación, cada dolor evitado", apunta Gleich. Impotencia. Una constante. "Lo peor de esto", dice Bofill, "es la sensación de que lo que haces es a pequeñísima escala, que la gente va a seguir en esa situación durante años. Las dudas son como tu Pepito Grillo. Piensas: ¿cuántos chavales hay en la zona?, ¿35.000?; ¿cuántos llegan a nosotros a través de los programas de ocio y tiempo libre, de mediación familiar o escolar, de calle?, ¿1.000 o 1.500? Te sientes desbordado por el número, por la magnitud de sus carencias, por las brutalidades que han sufrido…". Esas situaciones en que no puedes hacer nada, "cuando lo único que puedes aportar es tu presencia". Sabe Bofill, saben todos, que su trabajo sirve. "Miras atrás y no ves disminuir las guerras, sí. Y quizá por eso te apuntas. A ver si sumamos y sumamos, te dices. Pero no soy optimista. La violencia depende de la situación socioeconómica, y eso no es fácil que vaya a cambiar. Aunque al menos impedimos que la situación sea aún peor". ¿Y desde el terreno del análisis? "Sirve. Se sacan a la luz temas que están fuera del debate. Sucedió con las minas antipersona, con el uso de la tortura, con las ventajas del comercio justo, con tantas cosas…", dice Mesa.

Con el tiempo, la profesión de pacifista hasta se ha convertido en respetable: "Es perfectamente aceptable para una familia media española que una sobrina trabaje en la Ong tal, o que el hijo de fulano abandone todo para irse a África", afirma Aguirre. Algo nuevo. Una nueva generación de movilizados. "Ya no hace falta ser Jesucristo, Gandhi o la madre Teresa de Calcula para comprometerse", opina Gleich, quien dibuja un retrato robot de esa persona corriente que puede llegar a convertirse en pacificador de éxito: "Visionario, creativo, autocrítico, realista, de gran empatía, buen manager, que no se resigna fácilmente, con capacidad de negociación, paciencia, constancia, sabe relacionarse y comunicarse con distintos actores, bueno trabajando en red…".

Hasta ha cambiado su aspecto exterior: "En vez de estampas de Jesucristo, jerséis de lana y pegatinas de la paz, ahora llevan portátiles, móviles, se comunican vía Internet y difunden sus iniciativas por el mundo". Imagine: casi medio millar de Ong que denuncian al unísono las violaciones al alto el fuego en pequeñas poblaciones de Filipinas que se han autodeclarado zona neutral, hartas de muerte, de combates entre el ejército y los rebeldes. Una red cada vez más densa en la que el secretario general de la ONU, Kofi Annan, ve una fuerza tan poderosa como la de los Estados, empresas y multinacionales. "Y gracias a Internet se consigue algo fundamental: conectar el mundo del que procedes con el otro, al que vas. Comunicarte con los tuyos: su apoyo es básico para seguir adelante. Y no sólo eso. Trasladas tu experiencia al lado rico del mundo, para que deje de ser puro asistencialismo, para generar reflexión, para llegar a los que tienen influencia, para aumentar el compromiso civil. La información es clave".

Imagine: Joe Doherty y Peter McGuire, ex terroristas en Irlanda del Norte, que trabajan hoy como asistentes sociales con jóvenes de su comunidad. "No se trata de hacer de los malos, buenos, no; sólo de aclararles que tienen alternativas", dicen.

Más información en la página 'web': www.peacecounts.org.

Brasil. Las armas que impiden la vida

Situación. Morir asesinado no es raro en Brasil. Les sucede a 40.000 personas al año. Hay guerra tras cada esquina en Río. Una organización, Viva Río, le ha plantado cara en Cantalago, antes reino de la mafias de la droga. Imagen. El policía Franca enseña un almacén en Río con 17.000 armas que serán destruidas.

Cantalago era zona 'libre' de Estado, como tantas: sin policía, ni juzgados, ni hospital, ni canalizaciones… El asesinato de niños hace una década removió la conciencia de empresarios, artistas, periodistas y políticos que decidieron actuar contra corruptos y criminales. Viva Río mantiene hoy medio millar de proyectos en 354 favelas. www.vivario.org.br.

Irlanda del Norte. De terroristas a trabajadores sociales

Situación. 35 años de guerra, 4.000 muertos, un acuerdo de paz que flaquea por la falta de futuro para los más jóvenes, los paramilitares, la enemistad entre católicos y protestantes. Imagen. Peter McGuire, ex terrorista, enseña hoy alternativas a la violencia.

Joe Doherty era ya soldado del IRA a los 17 años. Fue capturado. Al salir era una bomba de odio andante. Conoció bien la lucha. ¿Y la paz? Sobre ella aprende cada día. Peter McGuire recorrió igual senda, pero en lado enemigo, el UDA, unionistas, aún activos, el mayor grupo paramilitar protestante. "Si nos hubiéramos conocido antes, nos habríamos matado", dicen. Una historia cotidiana. Doherty y McGuire comparten hoy tarea: enseñan a los jóvenes alternativas a la guerra para evitar que caigan en manos paramilitares.

Sri Lanka. Un territorio plagado de minas y esperanza

Situación. Secuelas de 20 años de guerra civil: el norte, destruido; 70.000 muertos; campos de minas; huérfanos y viudas; militares y guerrilla tamil. IMAGEN. Una maestra enseña a Ravindran en la escuela para sordomudos de la organización Seed, en Vavuniya.

Un tamil exiliado en Alemania, P. N. Narasingham, regresó a su tierra para ayudar en la reconstrucción. Fundó en los años noventa una organización, Seed, en Vavuniya, con un presupuesto que sólo le alcanzó para levantar 10 cabañas. Tenía sobre la mesa 850 solicitudes. Descubrió así que su manera de ayudar no era la más adecuada para la zona. Que no se trata de sobreproteger, sino de asesorar, educar: enseñar a aprovechar lo que se tiene, dotar de recursos para sobrevivir en las crisis, crear esperanza.

Estados Unidos. La policía es del barrio

Situación. New Haven (Connecticut) sufría los estragos del tráfico y consumo de drogas, con altas tasas de violencia y delincuencia. El programa Community Policing ha convertido a la policía en parte activa de la vida social y cultural del lugar. imAGEN. El agente Joe Dease, junto a un 'ángel', durante una fiesta navideña.

La revolución llegó de la mano de una mujer, Kay Codish, activista antiguerra de Vietnam, pro derechos homosexuales, que se hizo cargo de la escuela de policía de New Haven hace tres lustros, convirtiéndose así en la única civil en Estados Unidos en dirigir tal institución con criterios pacifistas: lo cambió todo, abrió la academia a los habitantes del barrio. Latinos, mujeres y negros son hoy agentes. Y lo mismo estudian leyes que poesía, lo mismo entrenan con armas que montan obras de teatro o se suben a un monopatín. La delincuencia ha descendido en un 60%. El lema de Codish: "Una detención en el barrio significa que hemos fracasado en la prevención".

Malí. Los caballeros controlan el desierto

Situación. Una vida marcada por la sequía, el desierto y el hambre. La necesidad alentó la rebelión de las tribus del norte contra el Gobierno del sur. Resultado: un lustro de guerra, todos contra todos. IMagen. Tuaregs de diversos clanes pactan sobre unos terrenos de uso conflictivo.

Una pareja de europeos, los Papendieck, economista y socióloga, representan a la la organización alemana GTZ, que ofrece apoyo técnico en distintos lugares del mundo. Llegaron a Malí, reunieron a las tribus enfrentadas -los songhai, tuareg o bellah- y les dijeron: "Hay fondos, pero serán para lugares donde reine la paz". Muchos entendieron la idea de beneficio mutuo. Así empezó todo. Superaron dificultades, sequías, plagas; construyeron pozos; instalaron bombas de agua; enseñaron alternativas para el cultivo de los campos… Y como hay tradiciones a las que los europeos no pueden llegar, buscaron un representante, una persona de la zona que tomara las riendas de los proyectos a largo plazo; que supiera entusiasmar, mediar, dar esperanza en momentos difíciles. Lo encontraron en Yehia Ag Mohammed Alí. www.gtz.de/en/

Macedonia. La neutralidad en una misma persona

Situación. Durante décadas fue modelo de multiculturalidad: albaneses, turcos, romaníes, serbios y la mayoría macedonia vivían en relativa armonía hasta que en 2001 estallaron los conflictos entre albaneses musulmanes y macedonios cristianos: una guerra civil que duró siete meses y un acuerdo de paz cosido con hilo muy fino. imAGEN. La mezquita de Matejce fue destruida por el ejército macedonio.

En Matejce, una ginecóloga tayika, Elena Gulmadova, trabaja en la reconstrucción de la zona a través de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa. Esta hija de musulmán y cristiana representa la neutralidad en persona. Sabe de lo que habla cuando busca la reconciliación entre los distintos grupos y partidos. A base de diplomacia, consejos, iniciativas y contactos (quién podría reparar la calle, quién dar dinero para la escuela, quién eliminar las minas…) se ha ganado la confianza de los traumatizados habitantes. La tarea es dura. "Estás muchas veces al borde de las lágrimas, pero con la pena o la piedad la gente de aquí no consigue nada; sólo sirve la ayuda práctica", dice. www.osce.org.

Israel-Jerusalén. Dios habita entre los dos frentes

Situación. Territorio marcado desde hace medio siglo por el odio entre judíos y musulmanes: la ocupación, la valla, la violencia cotidiana. Imagen. El abad Benedikt Lindemann, en Jerusalén. "Las conversaciones no lo son todo, pero sin ellas no hay nada", dice.

Los monjes benedictinos oran y laboran. Llevan un siglo haciéndolo en Jerusalén. Son aceptados como interlocutores por israelíes y palestinos. Cada día recorren los territorios ocupados, pueblos aislados por la valla levantada por Israel, intentando paliar sus necesidades. Ofrecen su monasterio cristiano (es la comunidad religiosa más pequeña) como zona neutral para conversaciones. Atienden a víctimas de atentados suicidas. Apoyan a los pacifistas de ambos bandos, incluso con un premio: el Mount Zion Award. www.hagia-maria-sion.net.

Colombia. Allí donde el demonio instaló su reino

Situación. Colombia es una sociedad aterrorizada, con una guerra civil que dura ya cuatro décadas entre el Ejército, la guerrilla y los paramilitares. Secuestros y asesinatos están a la orden del día. Imagen. El padre Presiga, junto a un herido por la guerrilla.

El padre Giovanni Presiga creció cerca de Medellín, y allí permanece, fiel a esos campesinos que viven en situación insoportable, atacados por todos los frentes: los carteles de la droga, los paramilitares, la guerrilla o el Ejército, a cual más corrupto y violento; matones con el crucifijo al cuello. Unos 2.000 raptos se produjeron en un año sólo por la guerrilla. Presiga asiste, media, consuela, sonríe… "Siempre hay razón para la esperanza", dice. "Uno nunca sabe" es la frase que mejor define la indefinición y el sobresalto en que transcurre su vida.

Suráfrica. El baile y el teatro nos hacen sentirnos libres

Situación. En Suráfrica, los conflictos no se terminaron con el 'apartheid'; uno de los escenarios más violentos son las prisiones, como la de Pollsmoor, en Ciudad del Cabo. Imagen. Los internos bailan para relajarse antes de un seminario sobre derechos humanos.

Una zona de acción del Centro para la Resolución de Conflictos es la prisión de Pollsmoor. Las reyertas entre bandas criminales alcanzaron una brutalidad incontrolable hasta que llegaron profesionales como Victoria Maloka, con sus programas de transformación para todos, guardias y presos. Les enseñan a resolver sus diferencias a través del teatro, la danza, la educación; a fomentar su autoestima y el respeto al otro. "¿Cómo os sentís hoy?", les pregunta ella. "Nos sentimos libres", responden. www.ccrweb.ccruct.ac.za.

Filipinas. Islas de tranquilidad en tierra de rebeldes

Situación. En Mindanao, desde hace 30 años combaten ejército y rebeldes: 100.000 muertos. Algunos pueblos se han declarado zona neutral. Una red de observadores vigila el alto el fuego. imagen. Soldados y rebeldes forman los controles de vigilancia.

Las llaman zonas de paz, y son medio centenar en todo el territorio. Lugares donde los bandos enemigos vigilan juntos y se encuentran para hablar e intentar buscar soluciones al conflicto, donde conviven niños cristianos y musulmanes en las escuelas, donde los campesinos de todo credo se ayudan, donde las violaciones al alto el fuego se convierten en noticia a través de los mensajes SMS de los teléfonos móviles de los campesinos y de una red cibernética que comparten 400 ONG de todo el mundo.

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Sobre la firma

Lola Huete Machado
Jefa de Sección de Planeta Futuro/EL PAÍS, la sección sobre desarrollo humano, pobreza y desigualdad creada en 2014. Reportera del diario desde 1993, desarrolló su carrera en Tentaciones y El País Semanal, con foco siempre en temas sociales. En 2011 funda su blog África no es un país. Fue profesora de reportajes del Máster de Periodismo UAM/El País

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