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Columna
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La segunda muerte del general Pinochet

La opinión chilena le ha dado un bacheletazo al ex general golpista y fullero Augusto Pinochet Ugarte. El que fue sepulturero de la democracia chilena ya había sufrido una primera muerte política, desarrollada como a cámara lenta, cuando un juez español logró en 1998 que se abriera la veda judicial contra su persona, y ha vuelto a morir, de manera fulminante esta vez, al anunciarse el domingo pasado en Santiago que Michelle Bachelet, médica, mujer y socialista, había ganado las elecciones presidenciales. La colaboradora del presidente Lagos será la primera mandataria que gobierne el país sin flecos de pinochetismo, ni senadores impuestos, ni parlamentarios designados, desde la retirada del general en 1990.

Chile tiene la democracia más estable y el crecimiento más alentador de América Latina, aunque las desigualdades sean como abismos; el país, en cualquier caso, no pretende ser el más progresista del mundo. Sólo en 2004 se aprobó una ley de divorcio, no hay aborto legal, y la presidenta Bachelet, que fue hippy en los sesenta, no sueña con proponer una ley para que puedan contraer matrimonio personas del mismo sexo. Aunque hay cerca de un 15% de practicantes de uno u otro evangelismo sectario de origen norteamericano, la Iglesia católica aún tiene mucho más peso que todos los demás credos juntos. Por ello, la elección de una izquierdista, agnóstica, separada, madre de hijos de dos relaciones diferentes, tiene un significado añadido al de una elección de tipo más convencional. El sepulcro de Pinochet queda, así, doblemente precintado.

¿Pero qué izquierda y qué socialismo son los que llegan al Palacio de la Moneda? En su primera alocución al país, la presidenta electa ha dicho lo que en el mundo entero hoy sería sólo una banalidad: que va a gobernar para todos los chilenos, pero hay quien ha recordado en Santiago que Salvador Allende, derrocado por Pinochet en septiembre de 1973, también médico y líder del mismo partido socialista que Bachelet, se dirigió a la ciudadanía, tras su elección en 1970, para subrayar que él no iba a ser presidente de todos los chilenos. Las circunstancias no son las mismas, y la presidenta no cometerá el craso error de Allende, de invitar a Fidel Castro a una visita oficial que duró un mes.

La reciente inclusión de La Paz en el eje Caracas-La Habana por la elección del indio aymara, Evo Morales, a la presidencia de Bolivia, y la posibilidad de que con las numerosas ocasiones electorales que se presentan en América Latina este año, aumente el número de jefes de Estado izquierdistas, ha hecho que se formulara una apresurada taxonomía de esas izquierdas en buena parte de la prensa occidental. A un lado, los europeos o socialdemócratas, izquierdistas respetables que alientan la inversión extranjera, proporcionan seguridad jurídica, y a menudo votan con la mayoría de los países occidentales y Estados Unidos en la ONU; y al otro, los populistas, a los que se atribuyen designios expropiadores, carreras armamentísticas, e influencias desestabilizadoras, en general, en la zona.

Entre las figuras de respeto dentro de esa izquierda siempre ha estado el presidente chileno Ricardo Lagos, con lo que parece que la presunción de inocencia habría de extendérsele a Michelle Bachelet, y de igual forma se percibe el deseo de amparar en esa clasificación al presidente Lula de Brasil, así como que el argentino Néstor Kirchner más bien flota entre las dos categorías, probablemente por lo indefinible del peronismo. Y a extramuros de lo políticamente correcto, populistas de libro como el presidente venezolano Hugo Chávez, el boliviano Evo Morales, los que se esperan/temen en Nicaragua, Perú y México, y el paterfamilias de todos ellos, el cubano Fidel Castro.

El premio Nobel de Economía, el norteamericano Joseph Stiglitz, decía en una reciente entrevista que "si ser populista es preocuparse por los derechos de los que no tienen derechos, bienvenido sea el populismo". Bienvenida, pues, una presidenta que no esté pendiente de dónde la clasifican, en esa doble contabilidad de la política. Populista en la preocupación, europea en la educación.

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