Lo necesitamos todo
Para favorecer el desarrollo personal y la formación para la ciudadanía democrática no es bueno prescindir de ninguna ayuda. Alguna de las propuestas que pretenden alcanzar estos objetivos, más que oponerse, se deberían complementar. En este sentido, una asignatura de educación para la ciudadanía nos parece una idea muy conveniente, aunque por sí sola no sea una propuesta suficiente. Formar ciudadanos requiere más que una asignatura. Si colocamos esta materia en el curriculum, proporcionará información sobre los principios, valores y formas de proceder de las sociedades democráticas; contribuirá a detectar las situaciones en que estos valores se vulneran; y motivará la participación de todos para restaurarlos y sostenerlos. Buenas aportaciones de una asignatura a la formación de ciudadanos. Buenas pero insuficientes, hay facetas que no se pueden alcanzar con una asignatura; y buenas pero no exclusivas, desde otros momentos escolares también se realizan contribuciones semejantes. Resulta fundamental contar con la tarea de proximidad de la tutoría, con la aportación transversal de las demás materias escolares y con una cultura escolar que invite a los jóvenes a vivir valores en cada una de las actividades del centro. Sólo así, sumando todas estas aportaciones singulares, lograremos una acción educativa completa que haga todo lo posible por transmitir los conocimientos y las habilidades que precisan los ciudadanos en una sociedad democrática. Por tanto, lo necesitamos todo. Pero veamos las cosa con algo más de calma.
Formar ciudadanos requiere más que una asignatura de aportaciones buenas pero insuficientes
¿Qué pretende la educación para la ciudadanía? La educación para la ciudadanía se ocupa del aprendizaje de la vida en común en una sociedad democrática. Un proceso que consiste en llegar a formar parte de una colectividad, tras alcanzar un buen nivel de civismo, o respeto por las normas públicas, y convertirse en un ciudadano activo: una persona que sabe exigir sus derechos, cumplir sus deberes para con la comunidad y contribuir al bien común. Es decir, un ciudadano que colabora en el mantenimiento de un espacio democrático que haga posible la participación activa de todos en la formación de la opinión pública, la toma de decisiones y la realización de proyectos cívicos. Y ello en beneficio de una sociedad justa y democrática, que respeta el pluralismo y las diferencias, que busca el entendimiento, el diálogo intercultural y la resolución de conflictos, y que promueve la paz y los derechos humanos.
¿Qué debe enseñar la educación para la ciudadanía? Para formar ciudadanos son necesarios dos tipos contenidos, a unos los llamaremos saberes y a los otros, por resumir, habilidades. Los saberes nos ayudan a entender y dar sentido a la realidad. Se adquieren bastante bien mediante las tareas habituales de las asignaturas escolares. En el caso del aprendizaje de la ciudadanía nos referimos a conocimientos tales como: las nociones económicas y jurídicas necesarias para entender el orden social; la aproximación al funcionamiento de los sistemas públicos de salud, educación, transporte, asistencia social y otros, así como del sistema impositivo y de solidaridad intergeneracional; el estudio del sistema político local, nacional e internacional, incluyendo la comprensión de los textos legales fundamentales; el conocimiento de la Declaración de los Derechos Humanos, de las situaciones en que no se respetan y de las instituciones que velan por su cumplimiento; la aproximación a las teorías éticas y políticas que fundamentan el sistema democrático; el análisis de las situaciones que presentan dificultades más acuciantes y, finalmente, aunque sin ánimo de haber agotado todas las cuestiones, los saberes de las demás áreas curriculares que nos ayudan a comprender críticamente la realidad humana y social.
El segundo grupo de contenido, las habilidades, se refiere a destrezas personales y virtudes cívicas que nos ayudan a conducirnos en la vida social. Se transmiten con mucha dificultad mediante asignaturas porque exigen procedimientos más vivenciales donde el compromiso, el afecto, el ejercicio y, en definitiva, la participación activa son condiciones esenciales para su adquisición. En el caso del aprendizaje de la ciudadanía nos referimos, entre otras, a destrezas personales como la sensibilidad ante la injusticia, la capacidad de argumentar, de escuchar, de esforzarse por entender los puntos de vista ajenos o de tratar los conflictos de forma constructiva. Por otra parte, el aprendizaje de la ciudadanía incluye también un conjunto de virtudes cívicas que, quizás no se enseñan directamente, pero se aprender por el uso. Virtudes cívicas como la defensa del bien común, la responsabilidad, la participación, la tolerancia, la colaboración o la profesionalidad.
¿Qué medios precisa la educación para la ciudadanía? Para ofrecer saberes, destrezas y virtudes cívicas a los jóvenes se requiere la acción concertada de varias propuestas. De una asignatura de educación para la ciudadanía que, al final de la Secundaria Obligatoria y del Bachillerato, contribuya a fijar aprendizajes ya esbozados, a dar nombre y fundamentar principios o simplemente a informar al alumnado. Pero se precisa también la acción de todo el profesorado para que de modo transversal aborde en sus respectivas materias temas y actividades necesarios para la correcta formación de ciudadanos. Junto a estas tareas bien conocidas, resulta imprescindible dar a las tutoras y tutores un nuevo protagonismo en nuestros centros: colocarlos en un lugar central que les permita regular la convivencia, que les de tiempo suficiente para tratar con su alumnado cuestiones personales y sociales relevantes para sus vidas, que les facilite el trabajo con cada uno de los chicos y chicas a su cargo y con sus familias. En definitiva, que los convierta en puntos de referencia que confirmen la opinión que los centros son de calidad cuando tienen una buena acción tutorial. Finalmente, la educación para la ciudadanía requiere la creación de una cultura escolar impregnada de valores y abierta al entorno. Una cultura que predisponga a la relación cálida entre adultos y jóvenes, que abra vías reales de participación y que ofrezca posibilidades de servir a la comunidad. Y que todo ello la escuela pueda emprenderlo en colaboración con otras instituciones del entorno. Quizás cueste, pero es un deber ético que además será rentable.
Josep Maria Puig Rovira es catedrático de Teoría de la Educación de la Universidad de Barcelona
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