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EL CONFLICTO DE ORIENTE PRÓXIMO
Columna
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Las cuentas de Sharon

La doctora Rice se ha paseado por Oriente Próximo con la pretensión de recuperar una iniciativa que el presidente Bush, tras un octubre infernal en el que se ha pasado de 2.000 soldados muertos en Irak; su propio partido republicano le ha negado el nombramiento de Harriet Miers al Supremo; y ha sido procesado Lewis Libby, primer colaborador del vicepresidente Cheney, necesita más que nunca para aliviar el clima de catástrofe en la Casa Blanca.

Frente a Condy se halla el primer ministro israelí, Ariel Sharon, líder de la derecha nacionalista del Likud, que seguramente tendrá que adelantar a la primavera las elecciones legislativas porque su aliado en el Gobierno, Simón Peres, ha sido apeado de la dirección del laborismo, pero que, pese a ello, sigue siendo dueño del centro del campo, y, sobre todo, es el único capaz de regalar a Washington esa iniciativa.

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¿Qué interés puede tener Sharon en gratificar a Bush? Para responder a esa pregunta cabe hacer un balance de su mandato, que data de marzo de 2001. En ese tiempo, el conflicto ha sufrido grandes cambios en tres planos o guerras diferentes: la militar, la política y la de la propaganda ante la opinión internacional.

La guerra militar está más perdida que nunca para los palestinos. Hamás observa más o menos una tregua desde febrero porque necesita recobrar el resuello, así como para competir con el partido del Gobierno en las legislativas de enero. Israel, en cambio, puede permitirse no observar tregua alguna. Según el negociador palestino Saeb Erakat, sólo en lo que va de año Jerusalén ha construido viviendas en los territorios ocupados para alojar a 30.000 colonos a sumar a los 250.000 ya in situ, y desde la retirada de Gaza en agosto se han producido 30 de los llamados asesinatos selectivos, casi 700 detenciones de palestinos, y el Ejército israelí ha desencadenado más de mil operaciones de castigo.

La guerra política sobre la reanudación de las negociaciones va igual de mal para la Autoridad Palestina. De un lado, los atentados terroristas, aunque esporádicos, justifican ante la opinión israelí que no haya ni remotamente fecha para relanzar los contactos. Y, de otro, el presidente palestino, Mahmud Abbas, se reconoce impotente para hacer que cesen por completo, al menos en tanto Israel prosiga la colonización de Cisjordania. Mientras tanto, los territorios están cada día más ocupados.

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Finalmente, la guerra de la propaganda, aquella en la que los palestinos habían llevado en momentos del conflicto la mejor parte, ha sufrido un vuelco que tiene callada a Europa, alineados servilmente a los Estados Unidos con el anexionismo de Sharon, y la guerra de Irak reforzando la posición del primer ministro, que, como Bush, combate al terrorismo. Todo ello es obra del líder judío más intelectualmentemenospreciado de la historia de Israel. Lo que ha hecho Sharon, sin embargo, es auténtico encaje de bolillos, bien que al servicio de intereses que no son los de la paz.

En esta su cuarta visita en 2005 a la zona, Condoleezza Rice se ha fijado objetivos realistas: permeabilidad de las fronteras de Gaza con Cisjordania, medidas que mejoren las condiciones de vida en los territorios y, con suerte, algún próximo anuncio de retirada israelí de las ciudades palestinas. Pero Sharon sabe que la más mínima concesión hay que venderla a alto precio político; que todo aquello a lo que se renuncie ha de presentarse como una muestra de generosidad. Y en ese juego del primer ministro de hacer como que se mueve sin avanzar nada, Rice se lleva es ese acuerdo de reapertura de pasos fronterizos, que ya es la enésima vez que concede Israel.

Isaac Shamir -otro primer ministro del Likud- accedió a personarse en la conferencia de Madrid en 1991, porque Bush padre amenazó con no avalar un crédito de 10.000 millones de dólares para poblar de sionistas lo que ya lo estaba de árabes. Fue sólo una finta sin consecuencias, porque Shamir demostró ser un artista en perder-ganar tiempo. Pero Sharon ha ido más lejos porque, aupado por la Casa Blanca a las más altas cimas de la moralidad, desde allí dice que espere al pueblo palestino.

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