La larga vida de un dictador
El 20 de noviembre se cumplen 30 años de la muerte de Franco. Nuevos y viejos libros analizan su figura y su régimen
"El régimen fue tanto peor cuanto más activo fue Franco, y fue mejorando progresivamente, tanto en su eficacia como en sus objetivos, cuando su papel disminuyó", escribe Edward Malefakis en Franquismo. El juicio de la historia (Booket), el libro colectivo (participan también Fusi, García Delgado, Juliá y Payne) que acaba de rescatarse con motivo del 30º aniversario de la muerte del dictador. Malefakis se propuso en su texto situar al régimen de Franco entre otras dictaduras, entender si fue fascista (en el sentido estricto del término), comprender sus mecanismos.
Han pasado ya muchos años de la muerte de Franco, pero, como ocurre con la Guerra Civil, la larga y espesa sombra de su figura vuelve sobre el presente, incluso como reclamo de los nostálgicos que consideran que "entonces se vivía mejor", ya fuera "a favor", ya fuera "en contra". Y vienen las nuevas generaciones, que poco saben del Caudillo, y es entonces cuando surgen acaso los problemas con la interpretación del pasado.
"En vez de intentar la reconciliación, eligió emprender una feroz represión" (Malefakis)
La ayuda a los judíos "no fue pequeña, pero sí menor de lo que se afirmó" (Rother)
"La extraordinaria longevidad del régimen le permitió cambiar si lo deseaba, y los tiempos en los que imperó sufrieron muchas más transformaciones que cualquier periodo equivalente de la historia", explica Malefakis. Estuvo el denominador común de la figura del dictador, pero la España que gobernó cambió muchas veces de rostro (siempre, eso sí, dentro de unos límites). No es pues posible meter la época franquista en un único saco. El pragmatismo de Franco permitió que mudara muchas veces de rostro.
Lo peor, como explica Malefakis, ocurrió al principio. "La sociedad española vivió bajo el estado de guerra formalmente declarado por la Junta de Defensa Nacional el 28 de julio de 1936 hasta bien avanzado el año 1948", escribe Santos Juliá en su aportación al libro citado, y siguió valiendo la consigna de "El Director" del golpe de Estado contra la República, que se formuló en la Instrucción reservada número 1: "La acción ha de ser en extremo violenta, para reducir lo antes posible al enemigo, que es fuerte y bien organizado".
Y violentos fueron. El régimen, entonces, "desplegó un grado de inhumanidad poco habitual. En vez de intentar la reconciliación, eligió emprender una feroz represión que excedió en brutalidad cualquier cosa hecha por el fascismo de preguerra..." (Malefakis).
Luego, las cosas cambiaron, se inició una tímida apertura, vino el crecimiento económico, la consagración de los tecnócratas... El aniversario de los treinta años de la muerte de Franco ha desencadenado un aluvión de títulos que permiten así reconstruir todos los franquismos de la dictadura. Hay libros de carácter biográfico, como la recuperación de Mis conversaciones privadas con Franco (Planeta), que escribió su primo Francisco Franco Salgado-Araujo y que presenta al dictador en el ámbito doméstico, hablando de todo sin la pose oficial ni la pompa de los discursos, o Las cartas de Franco (La Esfera de los Libros), de Jesús Palacios. El general Franco. Un dictador en un tiempo de infamia (Crítica), del periodista gallego Carlos Fernández Santander, apareció hace 20 años, y fue de las primeras aproximaciones rigurosas al dictador, y ahora reaparece reescrita y actualizada. Uno de sus apéndices muestra sin ambages la falta de vergüenza ajena de sus aduladores: "De estatura baja, de piernas cortas, de voz atiplada, de manos sudorosas, de mirada inquieta, de calva prematura, de bigote pequeño y recortado. Así era Franco visto de cerca. Para sus turiferarios, sin embargo, era 'alto y hercúleo', de 'complexión robusta', de 'voz de hierro', de 'rostro broncíneo', de 'mirada firme' y de 'pulso seguro".
En Franco: el César superlativo (Tecnos), edición reconstruida de un título escrito hace 10 años, Alberto Reig Tapia vuelve sobre el dictador para ver cuánto hay de verdad en los distintos discursos que lo presentaron como "salvador de la patria". Para quienes prefieran la distancia de un historiador extranjero, ahí está Franco (Booket), de la francesa Andrée Bachoud, y para los que quieran una visión menos crítica tienen el Franco (Ariel) de Luis Suárez.
El franquismo (Paidós), de Giuliana di Febo y Santos Julià, recorre de manera sintética todas las fases de la dictadura, entre 1936 y 1975, la sitúa en el contexto de otras dictaduras del siglo XX y muestra también las estrategias de quienes se movilizaron para derribarla. La libertad encadenada. España en la dictadura franquista, 1939-1975 (Alianza), de Encarna Nicolás, se ocupa también del periodo: las grandes familias del régimen, su trato con los nacionalismos, la situación económica (y la emigración), la cuestión monárquica..., son algunos de los temas que aborda. José Luis Rodríguez Jiménez, en Franco: historia de un conspirador (Oberón), cuenta cómo el franquismo se valió
de la amenaza ficticia de un contubernio judeo-masónico-comunista
para conservarse en el poder. El libro de Pío Moa, Franco. Un balance histórico (Planeta) viene a decir con su tono publicista habitual (no duda en comparar, para sacarle brillo, al Caudillo con Castro) que el dictador derrotó a la revolución, que evitó que España entrara en la Segunda Guerra Mundial y que dejó un país próspero, y que ésas son grandes hazañas. Carlos Blanco Escolá, por su parte, prosigue con su labor radicalmente desmitificadora, y lo que muestra en Franco. La pasión por el poder (Planeta) es justamente eso: cómo su inmensa ambición le sirvió para dejar atrás su inseguridad y vulgaridad. El egocentrismo del militar que triunfa en Marruecos, los recursos de la propaganda que descubre con Millán Astray, los afanes para afianzar su prestigio personal, su habilidad para sortear los escollos y su pragmatismo.
Hay libros que se ocupan de aspectos específicos, como los de Julián Casanova -La Iglesia de Franco, que recupera Crítica- o Los banqueros de Franco (Oberón), de Mariano Sánchez Soler, pero acaso el fenómeno editorial más llamativo sean novedades que abordan una época decisiva, los años de la Segunda Guerra Mundial, para iluminar la situación del régimen durante ese tiempo. Bernd Rother se ocupa en Franco y el Holocausto (Marcial Pons) de estudiar lo que el régimen de Franco hizo frente a los judíos que persiguieron los nazis. El Gobierno alemán permitió en 1942 que 10 países (entre ellos España) pudieran repatriar a sus súbditos judíos que habitaban en los territorios ocupados por Hitler. El objetivo de Franco fue evitar "al máximo la cantidad de judíos que residieran permanentemente en el país", pero aun así, el régimen prestó una ayuda que "no fue demasiado pequeña, pero sí mucho menor que la que, después de 1945, se afirmó haber prestado".
En El franquismo en guerra. De la destrucción de Checoslovaquia a la batalla de Stalingrado (Península), Frances Vilanova estudia cómo el régimen apostó durante sus primeros años decididamente por la Europa nazi. Hay, en fin, dos títulos similares que abordan la relación entre España y el Reino Unido durante aquellos años. En Churchill y Franco (Debate), Richard Wigg se pregunta cómo fue que la invocación a "los ideales democráticos de libertad individual" que se utilizó para que los Aliados derrotaran a los fascistas no se tuviera en cuenta para precipitar el fin de la dictadura de Franco. Enrique Moradiellos, en Franco frente a Churchill (Península), investiga también las relaciones entre ambos países entre 1939 y 1945.
El palo y la zanahoria
Había que pararle los pies, fuera como fuera, a Alemania. Ésa fue la idea obsesiva de Winston Churchill cuando se insinuaban en el horizonte los afanes expansionistas de Hitler. Y a ello subordinó toda su política: a constituir "una gran alianza entre las democracias occidentales europeas, Estados Unidos y la Rusia soviética", que sirviera para frenar la mayor amenaza para la paz y los intereses británicos, "el totalitarismo hitleriano y sus aliados europeos (Italia) y asiáticos (Japón)". Lo cuenta Enrique Moradiellos en Franco frente a Churchill (Península), una exhaustiva investigación que continúa la iniciada en un libro anterior suyo, La perfidia de Albión.
Churchill defendió la democracia frente al totalitarismo. Y ¿cómo se situó frente a la dictadura franquista? "Durante la guerra, Churchill temía una España soviética y abominaba de los crímenes contra la nobleza y la Iglesia, por lo que estuvo a favor de la no intervención", explica Moradiellos. "Cuando Hitler invade Polonia, lo que le interesa es que la España de Franco permanezca neutral. La dictadura y los excesos del régimen son cuestiones secundarias. Así que no pone trabas para que lleguen productos extranjeros a España (petróleo y alimentos, de los que dependía y Gran Bretaña controlaba el comercio marítimo), pero limita su número (no fuera a acumular medios para entrar en la guerra). Fue la política del palo y la zanahoria. Cuando Franco exalta al Eje en un discurso de 1941, Churchill decide ocupar las Canarias sin declaración de guerra. No lo hizo, porque los rusos resistieron la embestida nazi. Pese al apoyo dado a Alemania con la División Azul, al final Franco aplicó su pragmatismo y no intervino de forma activa en la guerra".
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