Guzmán el bueno
El autor alaba la andadura profesional del juez chileno Juan Guzmán, que narra en sus memorias los avatares
Conocí a Juan Guzmán los primeros días de mayo de 2001. El juez había venido a España para pronunciar una conferencia en la Universidad de Girona. El organizador del evento, el catedrático de Derecho Penal de dicha universidad, Hernán Hormazábal, amigo y compañero de estudios de Guzmán, me sugirió que viajara a Girona porque, además de conocer al juez, podría convivir con él bajo el mismo techo algunos días, alojándome en la misma casa en la que él era huésped.
Hablamos mucho en aquellos días de Girona. Más tarde, estuve con el juez en Santiago. En su despacho y en su casa particular. En Santiago, al visitarle, un hecho me impactó. Fue su insistencia en que debía conocer al juez de la Corte de Apelaciones de Santiago, Carlos Cerda, quien en marzo de 1986 -en plena dictadura militar- interrogó al jefe de la policía política de Pinochet, el director de la siniestra Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), Manuel Contreras.
La clase política podía aguantar todo en 2001, salvo el procesamiento de Pinochet
Tras tomarle declaración, Cerda dictó, el 14 de agosto de 1986, una orden de arresto de 40 miembros del cuerpo de Carabineros, Investigaciones y la Fuerza Aérea Chilena (FACH). Treinta y tres estaban en servicio activo o eran jubilados de la Fuerza Aérea. Entre ellos se encontraba el ex comandante en jefe Gustavo Leigh, uno de los inspiradores del golpe del 11 de septiembre de 1973.
Para hacer esta larga historia muy breve, quería llegar a esto: la Corte Suprema chilena revocó la medida y sancionó a Cerda. Cuando Cerda lo supo, dijo: "Mi actuación va de la mano con el juramento de fidelidad a la justicia, la verdad y la paz que los jueces hacemos cuando asumimos nuestras funciones".
Una tarde de noviembre de 2003, finalmente, el juez Guzmán me presentó en una pequeña sala de la Corte de Apelaciones a Carlos Cerda, un hombre admirable. La devoción con que Guzmán miraba y escuchaba a Cerda hablar de las presiones y dificultades en la investigación judicial de los crímenes de la dictadura era el espejo en el que él mismo reconocía su propia actuación. Para esa época, Guzmán ya había procesado dos veces a Pinochet y las presiones que sobre él se ejercieron fueron enormes.
Se dice pronto hoy que Guzmán admitió a trámite la primera querella contra Pinochet en el Chile de enero de 1998. Merece la pena recordar que cuando Guzmán se hizo cargo de la querella y la admitió a trámite, Pinochet era todavía comandante en jefe del Ejército chileno y los militares se presentaban como los guardianes de una transición política donde los crímenes quedarían impunes, decreto-ley de autoamnistía de 1978 mediante.
"Se me anudaba un conflicto en las entrañas: lo que iba descubriendo se oponía radicalmente a lo que deseaba creer", nos cuenta Guzmán en su libro sobre sus primeras investigaciones. "Amanecía pringoso cada mañana empapado de sudor, como a la salida de una pesadilla demasiado verosímil. Sin embargo, no había soñado esos crímenes. Realmente habían ocurrido", añade.
En los meses en que Guzmán desenterraba este pasado, Pinochet era ya senador vitalicio de Chile y gozaba de fuero parlamentario. En sus memorias, el juez narra la gran sorpresa y el terremoto que, ocho meses después de hacerse cargo de la investigación, produjo en Chile la detención del ex dictador en Londres por orden del juez Baltasar Garzón.
Si se proyecta en un cuadro tridimensional esa detención se comprende fácilmente lo que es la jurisdicción universal, ese concepto que la Fiscalía General del Estado y la Fiscalía de la Audiencia Nacional, bajo la batuta de Jesús Cardenal y de Eduardo Fungairiño, respectivamente, combatieron hasta sus últimas fuerzas, llegando a comparar la figura institucional de Pinochet con la del rey Juan Carlos. Esa escena en tres dimensiones es la siguiente: el juez Baltasar Garzón dicta la orden de arresto en España, el juez Juan Guzmán se encuentra en un cementerio del norte de Chile excavando fosas en busca de osamentas de detenidos-desaparecidos y la Policía Metropolitana de Londres se dispone a practicar el arresto del general Pinochet en una suite de la London Clinic, en la capital británica. Una justicia universal complementaria de la jurisdicción nacional. Un arresto cuyo impacto sobre la justicia chilena e internacional ni el regreso del ex dictador a Chile, en marzo de 2000, pudo mitigar. Nueve meses después de su retorno, Pinochet era procesado por Guzmán en diciembre de 2000 por primera vez.
Las memorias de Juan Guzmán constituyen un libro abierto sobre su vida. Hay una cosa que este hombre, acaso por modestia, no nos dice. El caso Pinochet truncó su carrera judicial. Haber traicionado, como le advertía uno de sus amigos, a su clase social, resultó en su caso bastante más que una frase retórica. Para Guzmán fue el ostracismo social y político interior. Su inevitable ascenso a la Corte Suprema de Santiago se vio frustrado para siempre. En aquel Chile donde Juan Guzmán, en 1998, se abría paso se podría parafrasear versos de su padre, el poeta Juan Guzmán Cruchaga. En ese Chile, "tus ojos perseguidos todavía tiemblan de miedo. Oscuras jaurías de angustia los acosaban".
Querido Juan, déjame decirte: la frustración de una carrera de altos cargos en la magistratura como resultado, paradójicamente, de tu actuación a favor de la justicia, ha rendido a la historia chilena y a los crímenes contra la humanidad uno de los tributos más extraordinarios.
En un diálogo de hace pocos días, el juez Guzmán dijo que la clase política chilena podía aguantar, en los años 2000 y 2001, todo. Menos una sola cosa: el procesamiento de Pinochet. Y rápidamente, cuando Guzmán le procesó, intentó desactivarlo.
Este comentario evoca casi inevitablemente una frase. "Las leyes son como telas de araña a través de las cuales pasan las grandes moscas y se quedan atrapadas las pequeñas". Es de Honoré de Balzac, según quedó escrito en su novela La Casa Nucingen. Hoy sabemos que el juez Guzmán intentó, en el caso del gran dictador, Augusto Pinochet, que no fuera así.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.