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Columna
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Mares sin peces

Todo el mundo llevaba tiempo avisando, pero no se hizo nada cuando se podía. Ahora parece haber llegado el momento de clamar al cielo por las escasísimas capturas de anchoa. Entre todos la mataron y ella sola se murió. Ese parece ser el triste resultado de un conjunto de factores que, como consecuencia de la acción humana, han llevado a lo que algunos consideran la posible desaparición de esta especie en aguas del Cantábrico, como antes desaparecieron el besugo y otros peces.

Hace tan sólo unos meses, en diciembre de 2004, el comisario europeo de pesca planteó la necesidad de recortar, para este 2005, las capturas de anchoa en un 85%, permitiendo la pesca de un máximo de 5.000 toneladas. Sin embargo, días después, en vísperas de navidad, el Consejo de Ministros de Pesca rechazaba esta propuesta y decidía permitir una cuota de 30.000 toneladas. Tal acuerdo fue calificado, por muchos medios de prensa, como un gran éxito negociador en defensa de los intereses del sector. No era la primera vez que esto sucedía. De hecho, para 2004, la comisión europea había recomendado reducir las capturas a 11.000 toneladas en el Golfo de Vizcaya, si bien los ministros del ramo se encargaron, también entonces, de mantener la cifra permitida en 33.000 toneladas: otro "gran éxito" político. Antes, en 2002, la Comisión propuso un recorte del 40% y entonces los pescadores vascos -que pedían un aumento de la cuota- celebraron que dicho recorte no se aprobara finalmente.

La gestión de los recursos pesqueros del planeta, por unos u otros gobiernos, ha sido y es sencillamente desastrosa, pero creo que, siendo sinceros, todos tenemos algo de culpa en ello. Tal vez mi memoria sea frágil, pero no recuerdo ninguna manifestación convocada por el sector pesquero para protestar por la permisibilidad de los gobiernos a la hora de mantener la sobreexplotación de los mares. Las protestas, al menos durante los últimos años, han venido concentrándose en la denuncia de los conocidos como Acuerdos de Arcachon, que repartían la cuota permitida de anchoa entre Francia y España, pero sin plantear una rebaja global en las capturas. Es cierto que, en los últimos tiempos, las denuncias han comenzado a extenderse a la forma en que se realiza la pesca, y que las cofradías vascas han protestado por la utilización de diversas artes más dañinas por parte de los barcos del otro lado de la frontera, pero tampoco podemos pensar que aquí hemos sido siempre unos angelitos. Las hemerotecas están ahí para recordar, años atrás, la imagen de pesqueros vascos apresados en otras latitudes por usar redes prohibidas.

Según la FAO, el 10% de los stocks pesqueros del mundo está agotado; más del 15% está sobreexplotado: y casi el 50% se encuentra al máximo posible de su rendimiento. La solución a este grave problema -que no sólo nos afecta a nosotros sino también, y muy especialmente, a las generaciones futuras- no puede estar en la disputa entre unos y otros países por el acceso a los distintos caladeros. Hoy se mantienen abiertos más de 100 conflictos pesqueros en el mundo pero, mientras tanto, los mares se quedan sin peces. Resulta absurdo seguir disputando derechos de explotación del mar, pues llegará un día en que no haya nada para disputar. Lo importante es llegar a un acuerdo racional sobre el uso de nuestros recursos y, para ello, los gobiernos han venido demostrando una manifiesta incapacidad, pues sólo buscan satisfacer intereses de corto plazo de sectores sociales específicos que, por el eco que alcanzan en la opinión pública, pueden favorecer o perjudicar sus opciones electorales.

A este paso, llegará un momento en que los niños estudiarán lo que fue la vida en los mares a través de videos grabados muchas décadas antes. Es un consuelo que el avance registrado en las tecnologías de la comunicación permita que dejemos testimonio para la posteridad de lo que fue un día nuestro planeta. Lástima que todavía no se haya inventado nada para dejar constancia también del majestuoso sabor de las anchoas del Cantábrico.

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