Los traductores muestran la riqueza de su apasionada relación con 'El Quijote'
Coloquio de Grossman, Van der Pol, Schuman, Lange, Mansic y Canavaggio en Nueva York
Quizá sean muy pocos los que saben de ellos y habrá quienes ni reparan en su trabajo. Son, sin embargo, de los que mejor conocen a Cervantes y a su obra. Se han fundido con El Quijote y han hecho suyo el libro para devolverle la vida en otra lengua. Edith Grossman, Barber van der Pol, Aline Schulman, Aleksandra Mansic, Susanne Lange y Jean Canavaggio hablaron ayer de su relación con El Quijote, de las dichas y los tormentos de la traducción, en el Instituto Cervantes de Nueva York.
"El gran protagonista del Quijote es el lenguaje", dijo Susanne Lange, traductora de la obra al alemán. "La mayor parte del tiempo los protagonistas están de camino, van de un sitio a otro, y hablan. Pero ni uno ni otro responden exactamente a los arquetipos con que los han definido: Don Quijote, el idealista, y Sancho, el pragmático. Lo interesante es observar cómo van cambiando, cómo evolucionan, cómo cada uno adopta cosas del otro".
De una lengua a otras lenguas. Trasladar una obra escrita en español en el siglo XVII al inglés, al alemán, al francés, al holandés y al serbio que se hablan hoy. De eso se trató ayer. Y, aunque se habló de conceptos y de abstracciones, lo que se contó sobre todo fue la experiencia de hacerlo, la aventura de sumergirse en El Quijote y de traducirlo. Aline Schulman, responsable de una reciente versión al francés que ha tenido mucho éxito, lo resumió así: "No hay decisiones que sirvan siempre, no hay un método: traducir es dar un paso detrás de otro". Como escribir.
Y en eso hubo acuerdo: si no fueran también ellos escritores, traducir sería una empresa condenada al fracaso. Eso sí, su escritura es un tanto peculiar. "No podía servirme de palabras que se hubieran empezado a utilizar en francés después de 1650", explicó Schulman. ¿Qué es, entonces, traducir de manera moderna si hay que respetar el léxico utilizado cuando el libro se escribió?, se preguntó. "Creo que de lo que se trata es de encontrar un nuevo ritmo, una nueva melodía de la frase que esté de acuerdo con la sintaxis contemporánea". Edith Grossman, autora de una reciente versión en inglés, vino a decir lo mismo en el coloquio: "El oído no me perdona nunca lo que me perdonan los ojos. A veces salgo de un atasco y resuelvo el problema, pero cuando oigo lo que he escrito me doy cuenta de que no va, que no cuela".
"Lo que nunca sirve es traducir de manera literal", dijo Barber van der Pol, traductora del Quijote al holandés. "Nada de arcaísmos, pero respetando siempre cierta distancia y siendo conscientes de que es una obra que sigue estando ahí, viva, desde hace 400 años", comentó Jean Canavaggio, autor de una biografía de Cervantes, de un ensayo sobre los mitos del Quijote y también de una versión de la obra al francés (con la colaboración de otros tres traductores) hecha para la célebre colección La Pleiade (Gallimard). "El gran desafío es mantener la polifonía del texto y rejuvenecerlo, dándole otro ritmo, otro respiro".
Aleksandra Mansic, que está terminando su traducción del Quijote al serbio, fue a los detalles concretos. Habló de los duelos y quebrantos (huevos con tocino o chorizo) con que se alimentaba Alonso Quijano los sábados, de la utilización del "vos, tú o usted" en el libro, y de nombres propios como el de Micomicón o el de Teresa Panza. Explicó que, a veces, determinados "malentendidos" (traducciones que no son literalmente exactas) permiten un entendimiento razonable del libro.
La fidelidad es la clave, que no la literalidad. "Sancho Panza utiliza mucho el subjuntivo imperfecto para expresarse", dijo Schulman. "Pero hoy ya nadie usa ese tiempo verbal, resulta arcaico, anticuado. Suena como si Sancho fuera un docto profesor ataviado como campesino, y no es ése el personaje de Cervantes". Por tanto, en su versión francesa actual prescindió del subjuntivo imperfecto. "Cuando vi al Sancho de la película de Orson Welles supe que en nuestro tiempo jamás podría expresarse así". La película de Welles ayudó a Aline Schulman a visualizar a sus personajes. "Tienes que tener una idea de cómo son, si no es imposible traducir", reconoció en el coloquio. Barber van der Pol se refirió a la complejidad de un libro que no sólo es de aventuras, sino también de desventuras, y en el que conviven héroes con antihéroes. "Eso tiene que estar en la traducción".
La variedad de registros que utiliza cada personaje, los refranes y juegos de palabras, las alusiones enmascaradas y los poemas, la mezcla de territorios reales e imaginarios, la irrupción del docto tono de los clásicos en las banales conversaciones entre el caballero y su escudero, la comicidad que resulta de la yuxtaposición de discursos diferentes, los caprichos e invenciones, y así sucesivamente: todo eso tiene que traducirse, cuanto puso Cervantes en su libro del siglo XVII tiene que llegar al lector del siglo XXI.
¿Cómo enfrentarse a ese apasionante desafío? ¿Convertirse a estas alturas de nuevo en Miguel de Cervantes o hacer como Pierre Menard, aquel personaje del cuento de Borges que decidió volver a escribir el Quijote, palabra a palabra, línea a línea, párrafo a párrafo? La alternativa la propuso Susanne Lange. Y contestó, como ya hiciera Borges en su historia, diciendo que volver a ser Cervantes era un camino demasiado fácil. Que cada traductor debía intentar seguir siendo él mismo, como hizo también Pierre Menard, y volver a escribir El Quijote (en otra lengua), palabra a palabra, línea a línea, párrafo a párrafo.
Inteligencia, ironía y sentido del humor
El español tiene sus reglas y hay que aceptarlas, pero lo justo sería hablar de traductoras al tratar del encuentro de ayer. Salvo Jean Canavaggio y Antonio Muñoz Molina, director del Instituto Cervantes y moderador del encuentro, la presencia femenina en la mesa fue abrumadora.
La sesión se desarrolló en una atmósfera distendida, llena de complicidades, y las intervenciones destacaron por su inteligencia, ironía y sentido del humor. El público, que llenó el recinto y en el que hubo muchos jóvenes, se implicó a fondo, y el coloquio, que las más de las veces no es más que una excusa, se prolongó durante largo tiempo sin hacerse enojoso.
Lo habitual en estos fastos del IV centenario es tratar a Don Quijote como al gran héroe de la modernidad. Sus peripecias sirven así para desencadenar grandes interpretaciones y de lo que se trata es de exaltar la obra, la lengua, la escritura, el mensaje. El encuentro de ayer, en cambio, fue próximo, y se habló de cosas concretas, de momentos del libro, de refranes, de nombres. Todo era pequeño y había así lugar para la pasión. Y la ternura. Edith Grossman, por ejemplo, utilizó ese término para describir a Cervantes. Y dijo que fue la ternura del autor de El Quijote la que la ayudó, tantas veces, a seguir adelante.
Aline Schulman explicó que lo importante de la traducción es recuperar la relación original que la obra establece con su lector. "Un libro no es una colección de signos, es una relación", dijo. Y Aleksandra Mansic se refirió a los riesgos. Sin asumirlos, sin saber que es imposible la perfección, no se hace nada. "Imagino que traducir El Quijote es como escribirle una carta a alguien que habita en otro tiempo y otro espacio", comentó.
Susanne Lange, por su parte, al referirse a la variedad de refranes y proverbios que hay en el libro, dijo que había allí un amplio margen para la libertad y confesó que en su traducción estaba pensando en asomarse ella misma al texto, como ha hecho tantas veces Hitchcock en tantas de sus películas.
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