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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Chávez y Uribe

Los problemas afloran con alguna frecuencia en las relaciones entre Colombia y Venezuela. Caracas sostiene una histórica reclamación de límites contra Bogotá y el ingenio colombiano zanja el problema diciendo que "Venezuela tiene un amor sin límites" por su país; pero, en ningún caso, la sangre llegará al Caribe, porque pesa mucho más lo que une que lo que separa a ambas naciones. El último pie forzado ha sido el secuestro de un guerrillero de las FARC colombianas, dicen los servicios del presidente Chávez que en Caracas y los del presidente Uribe que en la frontera de ambos países. Y como los dos mandatarios necesitan mostrarse bragados ante sus respectivas audiencias, la cosa ha subido de tono, el bolivariano exigiendo disculpas oficiales, y el aliado predilecto de Washington replicando que no tiene de qué excusarse.

¿Cuál es la situación de fondo que limita, sin embargo, los efectos de tanta gesticulación para consumo interno, tanto en Caracas como en Bogotá? El crecimiento del comercio bilateral ha sido en los últimos años espectacular, con Venezuela convertida en el segundo socio comercial de Colombia, apenas detrás de Estados Unidos, y millón y medio o más de colombianos establecidos en el vecino país. En nada contribuye, de otro lado, a fomentar el sosiego que la Embajada de Washington en Bogotá haya tomado partido tan rápida como innecesariamente por Colombia, o que Condoleezza Rice, inminente secretaria de Estado, subrayara ayer sin motivo aparente el creciente disgusto de la Administración del presidente Bush con Caracas. Suele ser mejor consejera la prudencia, cualidad que cabe esperar de la próxima visita de Zapatero a Venezuela, una etapa añadida de improviso a su viaje iberoamericano de la semana próxima.

La solución diplomática está al caer, presumiblemente, de forma que ninguno de los dos dignatarios pierda la cara. Parece virtualmente probado que al guerrillero Rodrigo Granda se le detuvo en territorio venezolano, lo que acusa de mano larga y manga ancha a Bogotá. Pero no es menos cierto que el chavismo hospeda a representantes de las FARC, en situación de insurgencia contra la democracia colombiana, lo que no es un gesto exactamente amistoso. Ése es el problema de fondo que hay entre los dos países y que urge resolver cuanto antes.

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