_
_
_
_
CATÁSTROFE EN ASIA | Testimonios
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Los pozos negros

No es difícil vaticinar que el año que empieza lo tenemos ya marcado por los terribles estertores del que acaba de concluir. Una catástrofe inverosímil acaba de dejar en terrible evidencia nuestra vulnerabilidad como especie. Nos ha dejado muy claro que la nave en la que cruzamos el tiempo de nuestra existencia con mayores o menores sinsabores, tragedias y alegrías, nos puede parecer una mísera barca remendada de Sri Lanka o los salones de primera clase del Titanic, pero siempre lleva el naufragio en el plan de singladura. Vivimos tan de espaldas a la muerte en las sociedades desarrolladas que su irrupción masiva en nuestra vida nos provoca, horror aparte, un desequilibrio abismal que hay que compensar con explicaciones para que no se altere en exceso nuestro devenir. De ahí que ante tragedias grandes o del todo inconcebibles como ésta, los espíritus sencillos se pongan a buscar y vender motivos y culpables. Al margen de las tan manidas religiosas y milenaristas, ya han surgido "explicaciones" que culpan -cómo no- a EE UU de hacer experimentos secretos en la atmósfera y bajo la superficie terrestre, de negar información a los afectados y de sabotear las ayudas de la ONU. Yanquis, ricos y militares, una vez más, aliados para sembrar muerte y miseria entre los desheredados. Mentiras ante el pozo negro.

Más información
Un accidente en un aeropuerto bloquea durante horas el reparto de ayuda en la zona más afectada

Todas estas sandeces son inocuas comparadas con las manifestaciones de algunos turistas que revelan el grado de encanallamiento que se ha instalado en las sociedades ricas, que ignoran la muerte y por tanto las limitaciones humanas. "He perdido todo: el pasaporte, el dinero y toda mi ropa", decía un alemán, rodeado de cadáveres de indígenas y compatriotas. "No entiendo la falta de previsión del tour operador", espetaba un sueco. "Nadie se ocupa de nosotros", protestaba un padre pese a su inmensa suerte de recuperar a mujer e hijos. "Me van a oír en el ministerio. Así no se nos puede tratar", coreaban otros turistas. Miserias en el pozo negro.

Cierto que frente a estos deplorables ejemplos están la inmensa marea de solidaridad que bate todos los recórds, la movilización de Estados grandes y pequeños, millones de actuaciones individuales y gestos conmovedores. La solidaridad es sincera, aunque de corto recorrido. Son ahora los vivos los que demandan consuelo y ayuda. Paliar el dolor y generar esperanza son los máximos objetivos. Hay que volver a hacer posible la vida allí para que al tsunami no siga un seísmo cultural y político que convierta el sur de Asia en otro pozo negro. Ante los efectos de una catástrofe de dimensiones bíblicas, casi resulta una obscenidad hablar de nuestras inquietudes inmediatas. Y, sin embargo, este "año canino" también nos tiene reservado a nosotros, los españoles, su tsunami político que nos asoma al pozo negro. Amenaza a la vida y la hacienda de centenares de miles de compatriotas en el País Vasco y con dinamitar nuestro modelo de convivencia. Como ante la tragedia asiática, en esta crisis tan mezquina, la mayoría quiere creer que, puesta una vela a las víctimas, retornaremos a la vida de siempre. Tampoco aquí tiene razón. Nuestra catástrofe nacional, gestada sobre los cadáveres de casi mil españoles por una alianza entre el terrorismo y el nacionalismo de cuello blanco -ante la pasividad e indiferencia de tantos-, entró en fase de consumación en Vitoria el 30 de diciembre. Como en la Alemania de los años treinta, políticos formados en la democracia han decidido traicionarla para unir fuerzas y compartir fines con asesinos. En condiciones semejantes no ha lugar reforma alguna de la Constitución. Antes, los dos grandes partidos habrán de defenderla de la agresión. En Europa siempre ha despertado perplejidad que el éxito de España del último cuarto de siglo se viera continuamente cuestionado por nacionalismos cada vez más agresivos. Hoy se ve con estupor cómo sus instituciones violan las leyes y no pasa nada. Si ante este desafío la democracia española no se defiende con éxito, el estupor pronto tornará en desprecio. Nosotros chapotearemos en el pozo de la vergüenza y no pocos en el de la ignominia.

Conocer lo que pasa fuera, es entender lo que pasará dentro, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_