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Columna
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Agrios

La citricultura española no vive sus mejores momentos. Hay naranjas para dar y vender. Los calibres de la fruta no son los apropiados, ni la ordenación de las variedades en oferta es la adecuada y, por si no tuviéramos bastante, la climatología de este inicio de campaña no ha sido favorable. Ni ha llovido aquí, donde madura la fruta, ni hace suficiente frío donde nos la compran en Europa. El resultado es, como en otras ocasiones, un tumulto entre los operadores que se inquietan al no poder cerrar las transacciones a precios rentables y la reacción de los mercados a la baja en unas fechas clave.

Éstas son, a grandes rasgos, las consecuencias cuando las naranjas se enfrentan a circunstancias adversas. Y las de este año son la prolongación de otra campaña aciaga que fue la anterior. Nos enfrentamos a una crisis de notable envergadura. Las naranjas, junto con las Fallas, son los dos elementos peculiares que caracterizan a la Comunidad Valenciana ante el mundo. Y si las naranjas se tambalean, algo muy nuestro se viene abajo. Los cítricos son fundamentales en los índices de producción agraria y además -esto es mucho más importante- es una cuestión que afecta a numerosas economías familiares y empresariales. Posiblemente se dejarán de hacer inversiones, no se llegará a una ampliación de capital, el piso no podrá comprarse o el coche no se cambiará. Muchos empleos dependen del monocultivo que ha prevalecido en la Comunidad Valenciana.

Los problemas mal resueltos provienen de cuando los cítricos dejaron de llamarse agrios. Y agrio se ha puesto el panorama para que recapacitemos sobre los cítricos. En torno a este sector económico se consolidó la más amplia y sólida red de distribución comercial, liderada por excelentes profesionales. Esta tupida y eficaz urdimbre partía de Valencia y Castellón. Tenía sus apéndices en Alicante, Tarragona, Murcia y Andalucía, pero se prolongaba por toda Europa. Tuvo desde 1972 una corporación de derecho público -creada por ley- llamada Comité de Gestión de Cítricos, que aglutinaba los intereses de exportadores, agricultores, cooperativas, industria -para los excedentes-, y todos ellos bajo la batuta de la Administración central. En su seno se vivieron las horas más gloriosas de la citricultura española y se dispuso de una serie de delegaciones -París, Bruselas, Francfort, Países Nórdicos, Londres, Perpiñán- que constituían un serio instrumento promocional y de defensa de los intereses sectoriales.

Contó con la Federación Española de Exportadores de Frutos Cítricos (1979-1986), que representaba a todos los empresarios españoles del sector desde Valencia. Fundó el Banco de la Exportación (1965) promovido por un grupo de exportadores asociados en la entidad Comercio Citrícola, SA, (Cocisa). Poco antes, en 1962, había constituido su propio periódico de información económica, Valencia Fruits, que incluso fue diario bajo la cabecera Al día.

Se ha desvanecido la solera, el señorío y el trellat de un sector económico que sabía de dónde venía y hacia dónde iba. Sólo resta el recuerdo de una historia apasionante. De todo ello saldría un excelente guión cinematográfico. Genio y figura de un sector que merece mejor fortuna.

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