Los retos del idioma
PREÁMBULO:El mundo quiere hablar español. Cada vez más. Y las circunstancias ayudan a su expansión. Pero la batalla del idioma se libra en muchos territorios y hay que ganarla con más diplomacia que enfrentamientos, aunque también con armas y herramientas que faltan aún por definir. Consulte la Fotogalería
La realidad supera los deseos más optimistas, y para la mayoría de agentes que se afanan en este asunto de la expansión de la lengua ha llegado el momento de utilizar todos los recursos para afianzar aún más el castellano como lenguaje internacional en las esferas del poder, en las empresas, en la vida cotidiana, en las relaciones humanas de un mundo cada vez más globalizado; algo que, por otra parte, le viene de perlas. Es ahora o nunca. El español es el tercer idioma más hablado en el mundo, con más de 350 millones de personas, por detrás del chino mandarín y el inglés, que cuenta con 500 millones. Se acaba de celebrar el Congreso de la Lengua Española en Argentina, y lo que sigue es el glosario de un diccionario que, de la A a la Z, contiene los protagonistas, los usuarios, los retos, los problemas y las soluciones que deben aplicarse y se necesitan para convertir el español en lengua consolidada. Por Jesús Ruiz Mantilla.
ACADEMIA. En los tiempos difíciles fue un elemento de cohesión, sobre todo en la época de la independencia, que fue política, pero no lingüística, después de que alentara la creación de academias del español en cada uno de los países que se desgajaban de España hasta formar 22. En ese contexto, el español dio sus primeros signos de poder para el futuro. Cuando se convirtió en un elemento de cohesión para el centro y el sur del continente americano, que conseguía entenderse en una lengua en vez de en las miles que les separaban. La Academia vivió también sus horas difíciles y sus épocas de torre de marfil. Pero desde hace años ha salido a buscar la lengua en la calle y en el mundo, y ha dejado de lado la sacrosanta verdad de la regla para empaparse de variantes y riquezas que hoy acepta con más naturalidad que condescendencia. La modernización de la Real Academia Española (RAE) fue emprendida por Fernando Lázaro-Carreter, que la sacó del escondrijo residual en que se encontraba, sin medios económicos y cerrada a la sociedad, para que paseara por el mundo. Hoy, Víctor García de la Concha, su director, la ha convertido en un referente y un motor para la expansión del idioma. "¿Por qué la gente quiere hablar español?", se pregunta García de la Concha en su despacho en Madrid. "Porque es práctico". Respuesta contundente, real y esperanzadora.
El español ha dejado de ser una lengua que se quería aprender por razones cultas -lo que ocurre ahora con el francés, el alemán y el italiano- y ha pasado a ese estadio ideal que hace del inglés el idioma internacional por excelencia. Si aprendes español, cobras más en algunos lugares. Y los anuncios para buscar trabajo en Estados Unidos, Europa y Brasil demandan eso. Otra razón: "Es fácil", dice García de la Concha. Fácil de aprender. Su lectura coincide con su escritura y goza de una enorme unidad que permite que un chileno y un catalán se entiendan a la perfección sin variantes que estorben la comunicación. Son factores que hay que aprovechar al máximo. A la RAE le corresponde afrontarlos con recetas como la elaboración de su Diccionario panhispánico de dudas, que acaba de presentar en el Congreso del Español en Argentina. Se ha construido en consenso con las 22 academias y ofrece respuestas a las dudas del uso práctico del idioma. Su elaboración ha servido para reactivar el motor de la acción conjunta de las instituciones que velan por la lengua porque la RAE ha comprendido que el eje vertebrador no está en su país de origen, sino en América. "Hay que unir esfuerzos con América y crear sinergias para expandir el idioma. Los españoles somos un 10% de los hablantes, el motor está allí", asegura.
AMÉRICA. Su poder demográfico, los movimientos de sus gentes hacia el norte, son los que han provocado la gran expansión del español. Una de las razones paradójicas y maravillosas que explican la escalada vertiginosa del castellano en el mundo es ésta: que los angloparlantes de los todopoderosos Estados Unidos de América lo demandan. Dos de cada tres estudiantes estadounidenses lo reclaman como segunda lengua, y Estados Unidos es la cuarta nación del mundo con hablantes de español, con casi 40 millones, que en 2050 serán 95, un 24,5% de su población. Ahí sí que imperan las razones prácticas. Una vez arrancados de cuajo los complejos de quienes en principio no querían u ocultaban su procedencia hispana, el orgullo se ha implantado y ha prevalecido como forma de cultura aceptada. La amenaza que ve en la cultura latina contra los valores anglosajones wasp del norte el politólogo ultraconservador Samuel Huntington va a ser realidad. Como indica el brillante indigenista mexicano Miguel León Portilla: "Lo que yo más deseo es que se cumpla".
"Ahora es un hecho tan incontestable que se aprecia en las empresas. Saber español hace que se gane más. En algunos empleos, hasta 7.000 dólares más", asegura Humberto López Morales, puertorriqueño, secretario de las 22 academias, experto en las variantes del español y estudioso de la implantación del idioma en EE UU. Eso ha hecho que en ciudades como Miami no sólo lo estudien los angloparlantes, sino que los hispanos de tercera generación que habían descuidado su idioma materno acudan a clases de refuerzo. "Que 120.000 hispanos asistan a estas clases es algo inaudito que da idea de la fuerza que tiene". También certifica eso la muerte del spanglish para López Morales. "La gente prefiere saber dos lenguas, hablar bien inglés y español, a inventos raros", asegura el profesor.
Otro frente que contribuye de manera decisiva a que la proyección del español sea una realidad de futuro es Brasil. El Gobierno de ese país acaba de aprobar su enseñanza obligatoria en las escuelas y eso abre un campo de 50 millones de futuros hispanohablantes más, que son los menores de 15 años allí. Francisco Moreno, catedrático de sociolingüística de la Universidad de Alcalá de Henares, que dirigió el Instituto Cervantes en São Paulo (y hoy el de Chicago), explica que el interés por el español había sido "escaso" hace cinco años, pero que ahora se ha convertido en algo unido a "la bonanza y el prestigio". El bolsillo también se impone: "La creación de MERCOSUR ha hecho aumentar la demanda de profesionales que lo hablen, además de la implantación de empresas españolas en el país". También se ha desarrollado de forma imparable la industria editorial en castellano. La demanda de libros desde 1995 ha crecido un 500%.
CERVANTES. Es la marca del español. El autor de El Quijote da nombre a la institución encargada de expandir la cultura en español por el mundo, el Instituto Cervantes. Fue creado en 1991 y hoy cuenta con 42 centros internacionales más 8 aulas Cervantes en algunas universidades. Vive una época de cruce. Un momento que puede ser el de su despegue definitivo como instrumento de expansión cultural si la retórica se transforma en hechos, porque la realidad le desborda y debe aglutinar un liderazgo para el que necesita medios. Sus dirigentes son conscientes de ello. Pero ¿qué dice el Gobierno? Y sobre todo, ¿qué hace?
Las cifras que ofrece el Instituto Cervantes aún son pequeñas. No hay una relación que una la potencia de la lengua a sus resultados. En el curso 2003-2004 se registraron 93.000 matrículas, 4.000 actos culturales, 2.000 usuarios de sus bibliotecas cada día, 7 millones de visitas al Centro Virtual Cervantes, su salida en Internet. Todo bajo el paraguas de 60,077 millones de euros, un 7% más que en 2003. ¿Bastante? Con respecto a otras instituciones de igual vocación como el Instituto Francés, el Goethe -para Alemania- o el British Council, es sencillamente ridículo. Los franceses, en retirada -lo hablan 181 millones en el mundo-, cuentan con 430 centros entre la Alianza Francesa y el Instituto Francés en el mundo, y le dedican más de 500 millones de euros, mientras que el British Council -con 220 centros en el mundo y 50.000 alumnos sólo en España, el 50% de lo que tiene el Cervantes en todo el mundo- usa unos recursos de 687 millones de euros, que son en su mayoría propios, sin apenas subvención.
Situación del Cervantes, pues: en pañales respecto a sus colegas. "Debemos trabajar con lo que hay. No tenemos otra solución", dice César Antonio Molina, director del Cervantes. "El presupuesto es el que nos asigna Hacienda y debemos buscar recursos también fuera, que existen. No podemos ponernos a llorar", asegura. Molina es a la fuerza optimista: "Éste es el siglo del español", predica. ¿Por qué? Muy sencillo. "Se ha perdido el complejo de inferioridad. Debemos hacernos valer como lengua culta. En América, la cosa es imparable, en Europa estamos en expansión. Crecemos en Europa del Este, y en Francia y el Reino Unido somos segunda lengua". Cuenta con sus estrategias y sus alianzas para penetrar en Estados Unidos, la clave de la expansión, y un país en el que, pese a los crecimientos espectaculares, sólo hay tres centros: Nueva York, Chicago y Albuquerque. "La solución es unirnos con México para expandirnos por el sur. Ellos tienen sus locales, nosotros les podemos proporcionar los medios y actuar conjuntamente", afirma Molina. La política de alianzas con los países americanos se impone. Es la hora de la humildad y la diplomacia, algo que hay que liderar en consenso con retos inmediatos como la implantación del Dele, el examen que debe prevalecer como título internacional de español.
DELE. Diploma de Español como Lengua Extranjera. Es el examen que debe acreditar el nivel de español. Va abriéndose camino, pero le cuesta. El Cervantes y la Universidad Nacional Autónoma de México son sus mayores impulsores. Existe un criterio de unificación, pero también económico, porque con el pago de la matrícula se ingresarían recursos para todos. Los interesados en pasarlo crecen cada año. Los 27.510 de 2004 representan un 12% más que los 24.514 de 2003, pero ese millón y medio de matriculados anuales para conseguir los títulos de Cambridge, los más prestigiosos en el inglés, quedan en otra galaxia. Por eso es necesaria una urgente labor de coordinación que no mantenga los criterios académicos dispersos, como ahora. Entre otras cosas, para no permitir barbaridades como las que se leen en algunos manuales de español para extranjeros, como les sucede a los italianos que aprenden con el libro ¡Vamos!, de Susana Mendo, donde se sostiene que una de las fiestas más populares en el País Vasco se celebra en Pamplona, los sanfermines.
Otro de los problemas de dispersión que existen es el de la formación de profesores de español, que se hace casi en todas las universidades de España y América Latina. Crece la necesidad de abrir centros de formación de este tipo de enseñantes, algo que no existe aún, pero para lo que hay ya tres proyectos. Uno en la Universidad de Alcalá, otro en la de Salamanca y otro en la de Comillas, Cantabria, cuyo Gobierno impulsa la rehabilitación de la antigua Universidad Pontificia para convertirla en gran Universidad del Español.
EUROPA. La expansión en Europa es creciente. Pero en el continente pintan bastos por varias razones. El Cervantes calcula que 23,5 millones de personas en Europa saben español, aparte de los 40 que lo dominan como lengua materna. Más de 3,4 millones lo estudiaron como lengua extranjera en 2000-2001 atendidos por 33.000 profesores. Francia acapara el 60% de esos estudiantes; el Reino Unido, el 15%, y Alemania, el 11%. Además, en los países nórdicos y en el Este, el crecimiento es imparable y sorprende en Polonia, donde supera a la demanda del inglés. La expansión es alentadora, pero más lenta que en América. El problema es natural, por la variedad; pero también artificial, por la competencia y la conciencia de ella que existe entre las autoridades de Francia y Alemania. Las asociaciones de hispanistas de los dos países han denunciado que ambos alientan el aprendizaje de sus respectivos idiomas en perjuicio del español, algo a lo que se une la queja de Víctor García de la Concha, quien asegura que "debe abrirse un frente diplomático en la UE" para que el idioma tenga el rango que se merece. "La Unión Europea, que tanto cacarea su deseo de buenas relaciones con América Latina, debe darle al español en sus instituciones el rango justo".
GLOBALIZACIÓN. La globalización le conviene al español. Se ha adaptado a ese hábitat. Al ser una lengua muy mayoritaria, ha jugado bien su papel de poder. Es más, López Morales asegura que ha nacido ya el español globalizado. Surge cuando se trata de homogeneizar el idioma. "Se acude a los términos que neutralizan la variedad léxica de la comunidad. Así, se usa autobús frente a micro, colectivo o guagua, y acera en vez de banqueta, bordillo, senda o andén". En estos casos, todos los hispanohablantes entienden la voz que neutraliza los términos más locales y se impone así una globalización. "El proceso se afianza cuando las variantes autóctonas se sustituyen por otras más generales, prestigiosas o útiles", afirma Morales, un proceso que tiene protagonistas clave: medios de comunicación.
GOBIERNO. El de hacer respetar la lengua en los foros internacionales es uno de los retos del Gobierno español. Como también lo es dar otro salto. "Hay que pasar de la retórica a los hechos", asegura García de la Concha. Y eso supone subir presupuestos, asumir que la expansión del español y el liderazgo de la misma es una prioridad y necesita recursos. Muchos más. Desde el Gobierno aseguran que existe una clara concienciación al más alto nivel. Todos señalan a José Luis Rodríguez Zapatero como la persona que ha fijado la agenda urgente. Pero las cifras cantan. Leire Pajín, secretaria de Estado de Cooperación, con mando sobre el Instituto Cervantes, y Marifé Santiago, responsable del gabinete de Educación y Cultura de Presidencia del Gobierno, así lo atestiguan. "Es el presidente el primer interesado", afirman. Pero piden tiempo. "Hemos heredado una situación de desorden y debemos hacer políticas visibles y contundentes", dice Pajín. La designación de un auténtico gestor cultural al frente del Cervantes, como es César Antonio Molina, ya es un cambio para un puesto que ha sufrido demasiados directores tipo florero, salvo excepciones que siempre han coincidido con breves periodos de tiempo. El liderazgo debe afrontarse con mano izquierda, humildad y tacto. "Debemos enfrentarlo de manera coordinada con otros países hispanos", asegura la secretaria de Estado. "Tenemos que apearnos de nuestra conciencia de imperio lingüístico y animar a los países donde existe una clara conciencia ya de políticas del idioma", propone De la Concha.
MEDIOS DE COMUNICACIÓN. Son los reyes en la expansión del idioma. Proliferan y son conscientes de su responsabilidad en su uso. Sólo en Estados Unidos existen 1.500 publicaciones en español y por Internet se accede a casi 400 cabeceras. Pero la reina sigue siendo la televisión. Ese estigma de falta de cuidado, barbaridades gratuitas y agresiones que le han colocado algunos no se corresponde con la realidad para otros. Es curioso el caso de las televisiones internacionales. López Morales ha estudiado el asunto: "En la CNN en español que se hace desde Estados Unidos son muy conscientes. Establecen controles, eliminan anglicismos y marcan planes rigurosos. Casi no hay tropiezos". Raúl Ávila ha investigado ese comportamiento, como recoge López Morales, y ha observado que el uso tiende a un español globalizado en todos esos canales y a la huida de los localismos. En Televisa se usaba un 99,5% de términos globales, y en CNN, un 99,75%. En la ficción también se impone esa marca. En telenovelas como Desencuentro (Televisa) o Miradas de mujer (Televisión Azteca), entre 29.097 palabras, los localismos no pasaban del 0,1%. Dentro de poco, no muchos podrán identificar a Betty la fea con Colombia, ni a Cristal con Venezuela. También es perder un poco la gracia.
Con TVE Internacional (60 millones de hogares) pasa algo parecido. Hay conciencia, pero menos medios. También en ese canal abunda la retórica y faltan los hechos. Javier Martín Domínguez, director de desarrollo y canales temáticos, responsable hasta hace poco de los canales internacionales, espera que la expansión por el mundo del canal deje de ser una cosa residual. "Tenemos una buena distribución, pero no los medios, nuestras redes comerciales deberían ser más amplias", asegura cuando se le dice que es fácil ir a cualquier hotel internacional y encontrar siempre la RAI, BBC o TV5 de Francia, pero que es una lotería que exista TVE. A ellos corresponde también enseñar el idioma por ahí, establecer un vínculo con los hispanohablantes que no pueden acceder a entornos donde es fácil hablar el español. "Han existido y existen ese tipo de contenidos con programas como Tírame de la lengua, Al habla, Cultura en ñ o, el más especializado, Hablemos de negocios en español", asegura.
Sí. Pero ¿no vamos con retraso en lo que respecta a un buen curso de español para extranjeros? Parece que ahora van a tomar cartas en el asunto y ya hay una negociación entre TVE y el Cervantes para ponerlo en marcha.
NUEVAS TECNOLOGÍAS. A este capítulo, el español ha llegado tarde. Pero se ha incorporado con avances prometedores. Lo más grave hasta hace años era la adecuación de los sistemas y los teclados al idioma. Los acentos eran una pesadilla; las eñes ni existían. Eso va solventándose a medida que los hispanohablantes acceden a las nuevas tecnologías. "Ha sido un problema de rentas per cápita, no existía capacidad para comprar muchos ordenadores, las industrias se despreocupaban", asegura De la Concha. Hoy, consciente de eso, la RAE tiene acuerdos con IBM y Microsoft para elaborar programas idiomáticos conjuntos.
Por otra parte, Internet se ha convertido en una herramienta poderosísima para el Instituto Cervantes, que con su Centro Virtual Cervantes (CVC) ha desarrollado un arma muy eficaz que pronto desbordó sus previsiones. "Recibimos siete millones de visitas al año", asegura su responsable, Andrés Elhazaz. Allí trabajan 30 personas que han elaborado ya 50.000 páginas de información. "Lo creamos en 1997, y no sé si fue por coincidir con el auge de la Red, pero crecimos inmediatamente". La intención fue en principio trasladar lo real a lo virtual. "El CVC tiene los elementos de un Cervantes normal: aulas, biblioteca, sala de exposiciones", afirma Elhazaz. Y sus foros de debate. "Hemos creado una auténtica plaza Mayor de la Lengua con 70.000 intervenciones sobre diversos aspectos de la misma".
El CVC es una de las joyas de la corona. Igual que el AVE (Aula Virtual del Español, en ave.cervantes.es), el curso que imparte la institución con las más seductoras nuevas tecnologías y dirige Juan Pedro Basterrechea: "Hemos puesto los mejores adelantos al servicio de la didáctica y transformado un modelo educativo no flexible en algo que sí lo es".
ZACATECAS. Fue el punto de partida de la gran reunión internacional en torno a un idioma que planteaba preguntas, retos, necesidades a las que dar respuesta. En la ciudad mexicana se celebró el I Congreso Internacional del Español en 1997, con aquella propuesta radical de Gabriel García Márquez en torno a la ortografía. Siguió en Valladolid en 2001 y esta semana se ha desarrollado en Rosario (Argentina), donde se han debatido los grandes retos de la lengua en un mundo globalizado. El idioma está vivo, es una realidad que no espera torpezas y se adapta a las necesidades crecientes que le demanda una sociedad civil y unas instituciones independientes que han comprendido la fuerza de su expansión con una visión más amplia que sus Gobiernos y sus Estados. Todavía hay tiempo para que las autoridades se suban al tren de una lengua viva, aunque lo hagan con retraso.
Emilia Victoria Berge. El empeño alemán.
Alumna de preescolar. Cinco años. Nacida en Berlín. Visitante frecuente de la isla de Mallorca. Acude cada día al Kindergarten El Caracol, una de las seis escuelas infantiles bilingües (alemán-español) que han abierto sus puertas en los últimos años en la capital alemana .
Emilia habla español porque su madre ha querido. Su progenitora, Johanna, fue a dar con sus huesos en Mallorca a los 19 años y allí se quedó un lustro, por trabajo, por amor, por gusto. De regreso a Berlín y de vuelta de una relación sentimental alemana y breve nació Emilia. "Yo quería que mi nena hablara castellano, hacerla crecer en las dos lenguas". Su método fue simple: le hablaba cada día en ambas. "Todo el mundo decía que yo poseía un perfecto español, y por eso me decidí". Un libro le dio el impulso definitivo: "Teorizaba con que la educación bilingüe debían llevarla a cabo dos personas, y yo me dije: '¿Ah, sí?, veremos qué pasa si yo hago como si fuera doble". Y le salió bien. Hoy, Emilia se comunica en alemán y español. Completaron la tarea otras ayudas externas: "Viajamos mucho a España y procuré que viviera en la onda del país, con amigos allá; además del papel de la escuela y de las niñeras latinas". Por Lola Huete Machado. Fotografía de Attila Hartwig
Ding Wenlin. Gracias a la revolución china.
Decano del departamento de español de la Facultad de Lenguas Extranjeras de Beida (Universidad de Pekín). Nacido en Pekín, en 1952.
Llegó hasta el idioma español por los avatares de la historia china. Nacido en los cincuenta, vivió su juventud en plena Revolución Cultural, el movimiento lanzado por Mao Zedong en 1966 para renovar el espíritu de la revolución china, que duró hasta 1976. Como millones de jóvenes de las ciudades, fue enviado a las zonas rurales para ser reeducado por los campesinos. "Estuve dos años en la provincia de Heilongjiang, en el norte de China. En invierno hacía allí tanto frío que en las paredes de mi habitación se formaba una capa de hielo", recuerda. "En 1971, cuando Beida [la Universidad de Pekín, la más prestigiosa del país] volvió a admitir alumnos —durante dos años estuvieron paralizadas las actividades educativas—, las autoridades me pusieron en el grupo que debía estudiar español. No elegíamos. Pero poco a poco me fui enamorando de esta lengua, y ahora me parece la más bonita del mundo". Tras graduarse en 1974, Ding se quedó de profesor en Beida. Ha pasado varios años en México, Chile, Brasil y España. Desde 1995, es decano del departamento de español. Ha traducido al chino obras, entre otros, del argentino Ernesto Sábato y del mexicano Alfonso Reyes. Actualmente está enfrascado con La Celestina, de Fernando de Rojas. También es autor de una monografía sobre el premio Nobel Camilo José Cela. Por Jose Reinoso. Fotografía de Simon Lim
Bohlali Mohlathe. El idioma del exilio.
Trabaja como secretaria ejecutiva. Nacida en Soweto (Johanesburgo, Suráfrica). 32 años. Habla español desde la adolescencia.
A Madrid llegó en 1989, con 17 años, junto a su familia: sus tres hermanas, su hermano, sus padres. Todos eran exiliados. Ninguno de ellos hablaba una palabra de español. Bohlali vivía fuera de su país desde los cinco años, cuando toda la familia huyó a Swazilandia. Su padre, Ben Mohlathe, era un líder comunista que trabajaba junto al Congreso Nacional Africano en la lucha contra el régimen racista del apartheid. Madrid inmediatamente le fascinó, pues era "muy diferente a Swazilandia o Tanzania", a los lugares donde había crecido. Como buena y aplicada adolescente, rápidamente aprendió el idioma y ahora admite que los culebrones fueron una herramienta vital en el proceso. "Todavía recuerdo a algunos de los personajes, a La Señora y a Topacio", dice. Quizá por eso, ella encuentra que el español es un idioma esencialmente romántico. Bohlali retornó a Suráfrica poco después de acabar la secundaria en la International School, en La Moraleja. Hoy trabaja como secretaria ejecutiva en la filial de la firma Nestlé en Suráfrica y vive allí con su hijo de cuatro años. Por Pía Díaz. Fotografía de Naashon Zalk
Cynthia Koyama. Por sevillanas en Brasil.
Farmacéutica. 28 años. Nacida en São Paulo (Brasil). Descendiente de japoneses y españoles. Habla español desde los siete años, tan fluido casi como el portugués.
Su abuela Leonor, que llegó a Brasil procedente de Jaén, batalló desde el primer día para que la nieta estudiara en una escuela bilingüe, hasta que los padres la inscribieron en el colegio Miguel de Cervantes de São Paulo. Además de su segunda lengua, Cynthia descubrió en esa escuela su gran pasión: el flamenco. "A los siete años bailé mi primera sevillana", recuerda. A los 16 se hizo profesional con la maestra Ana Esmeralda, española afincada en Brasil desde hace mucho, con escuela propia. Cuando estaba en segundo año de carrera, con 19 años, estuvo a punto de dejarlo todo por el baile. Pudo más la presión familiar para que no dejara la carrera de farmacia. "Dedícate a los dos cosas y luego elige lo que más te guste", fue el consejo paterno. "Terminé los estudios, pero nunca paré de bailar". Farmacéutica y bioquímica, trabaja hoy en los Laboratorios Pfizer, en el departamento de desarrollo de nuevos productos. Dice que el uso del español aumenta en Brasil. "Se nota en las empresas. En la mía, por ejemplo, antes todos estudiaban inglés; ahora muchos van a clases de español". Ella tiene con quién practicar, con sus muchos amigos españoles y argentinos. Y el flamenco la ayuda siempre. "Viajo a España para asistir a cursos, y dos veces al año vienen aquí, a la compañía, bailarines españoles para dirigir talleres". Por Francesc Relea. Fotografía de Rogério Voltan
María Ribakoba. Nieta de la Guerra Civil.
Periodista. 45 años. Nacida en Kimri, a unos 150 kilómetros de Moscú. Estudia español desde los 14 años.
Empezó a aprender por su cuenta y por razones familiares de peso: su madre fue una de tantas españolas que llegaron a la Unión Soviética en 1939, aquellos miles y miles de "niños de la guerra" que tardarían mucho o nunca regresarían a su país. Pero en su casa no se hablaba en castellano porque vivían junto a la familia paterna, que era rusa. María se sintió siempre avergonzada por no dominar la lengua de su progenitora, que tanto le había gustado siempre. Así es que un buen día consiguió un manual universitario y un viejo diccionario de español de la época estaliniana y se puso, decidida, manos a la obra. Otro estímulo: en el colegio leyeron una tarde el libro Platero y yo, de Juan Ramón Jimenez, y el relato la cautivó. Aquello la acabó de convencer. Cuando cumplió los 19 años visitó por primera vez la tierra materna, España. Y hace dos se inscribió en el Instituto Cervantes de Moscú y terminó el nivel superior, además de asistir a cursos de conversación. María acostumbra a leer varios libros a la vez, "y siempre uno de ellos es en español". Por Rodrigo Fernández. Fotografía de Natalia Goloubeva
Nabil Arafeh. Castellano en Jerusalén.
Médico gastroenterólogo. Nacido en Jerusalén. Palestino. Vecino del barrio de Shuafat (Jerusalén Este). 54 años.
Nabil forma parte de esa legión de ciudadanos árabes, especialmente originarios de Siria, Líbano, Jordania y Palestina, que en los sesenta y setenta se marcharon a España a estudiar medicina. Como le sucedió a él mismo, muchos de ellos se casaron con españolas y convirtieron luego su hogar en una pequeña Babelia, en la que se habla al tiempo castellano y árabe. Los tres hijos de Nabil viven y estudian en España. Los dos mayores, de 29 y 26 años, españoles de nacimiento, acostumbran a hablar con su padre en árabe, mientras que, paradójicamente, el menor, de 19 años, nacido en Jerusalén, suele hacerlo indistintamente en castellano o catalán. Una parte importante de los pacientes que recibe a diario este doctor en su consulta de Jerusalén Este, frente a la Puerta de Damasco, la constituyen inmigrantes de origen latinoamericano que, procedentes de todos los rincones de Israel, aprovechan la festividad judía del Shabat para ir a su gabinete y ser atendidos en su lengua natal. Por Ferran Sales. Fotografía de Mushir Abdelrahman Planes
Jack Anselm Odhiambo. El 'Lazarillo' en Nairobi.
Intérprete y profesor de filosofía y de español en la Universidad de Nairobi. 45 años. Nacido en Kisumu, en la zona oeste de Kenia, junto al lago Victoria.
Durante sus estudios universitarios en el Strathmore College, en Nairobi, optó a una beca en la Universidad de Navarra. La consiguió y llegó a España en el año 1979 con intención de estudiar arquitectura, pero una vez aquí decidió cambiarlo por literatura y filosofía. Al final, su estancia se prolongó durante diez años. "El español es un idioma contundente y auténtico", dice Odhiambo. "Fonéticamente me resultó fácil aprenderlo, porque es similar a la lengua de mi tribu, los luo, y también al suajili, el idioma oficial de Kenia". Su libro favorito es, dice, el Lazarillo de Tormes. "Porque tiene un español antiguo y muy divertido. Me ayudó, además, a comprender la estructura y el orden del idioma". Odhiambo imparte ahora clase en su país a un grupo de 25 estudiantes cada año. "Hay un creciente interés en Kenia por aprenderlo, especialmente por parte de la gente que trabaja en el sector del turismo". Y sonríe: "También muchas mujeres que ven en televisión los culebrones latinoamericanos se interesan por este idioma, y aseguran que el español es muy romántico". Por I. Cremades. Fotografía de Evelyn Hockstein
David Elwell. Un idioma y una esposa.
Técnico de iluminación de cinematografía. 30 años. Nacido en Oakland (California), Estados Unidos. Lleva sólo cuatro años estudiando español en serio. Estuvo casi tres lustros tonteando con él, aunque sin mucho interés ni resultados.
Comenzó a estudiar español en el colegio, pero apenas aprendió. Y cuando le hizo falta enriquecer su educación, pensó que una lengua era el mejor punto de arranque. Así que en 2000 se fue unos meses a Costa Rica y Guatemala. Y su empeño fructificó: "Gracias al español encontré a mi mujer, una actriz latinoamericana a la que conocí en el rodaje de una película en Ecuador". Consiguió el trabajo gracias a sus conocimientos. Un nuevo idioma abre puertas. Es riqueza. Para David, cada lengua expresa, además, la forma de ver la vida de un pueblo: "El inglés es muy funcional, práctico; por algo se ha convertido en idioma de los negocios. El español expresa mejor las emociones, es más cultural y poético". Él se divierte jugando con nuevas palabras, pero aún le cuesta entender el sentido del humor. Es 'fan' de los cómics y ahora se empeña en las peripecias de 'Mafalda', las tiras del dibujante Quino. "Complicado", dice.
En la frontera por Antonio Muñoz Molina
En torno a 190 idiomas distintos hablan los hijos de emigrantes que llegan a las escuelas públicas de Nueva York. Pero entre ellos, sólo el español tiene una presencia tan universal como el inglés, y no sólo, como suele decirse a veces con una mezcla de ignorancia o desdén, porque lo hablen las limpiadoras y los camareros. Lo hablan los emigrantes recién llegados de México, de América Central y de Colombia, pero también los puertorriqueños que vinieron hace dos o tres generaciones y los dominicanos que pueblan la parte alta del oeste de Manhattan. Muchos de ellos, hijos de trabajadores poco cualificados, llegan ya a las universidades, trabajan en los bufetes de abogados que se anuncian en español y en inglés en los vagones del metro y en los bancos, que atienden a una clientela hispánica cada vez más numerosa y próspera. En los años veinte, treinta y cuarenta, hijos de emigrantes judíos e italianos accedían a las universidades públicas e iban ejerciendo sus talentos diversos, sus energías de segunda generación nacida y criada ya en el país, dispuestos a ocupar posiciones cruciales en las ciencias, en las artes y en la literatura. Quizá ahora es el momento de esa irrupción de los hijos de hispanos -ellos suelen preferir que los llamen latinos- que empiezan a alcanzar una visibilidad creciente en los campos más diversos de la vida pública, y que se encuentran con la fuerza duplicada de pertenecer a un mundo y a otro, de vivir entre dos lenguas y poder saltar ágilmente de la una a la otra. En un almuerzo, el responsable de las cuentas personales de los clientes más ricos de un banco muy conocido -un latinoamericano- me cuenta que entre su personal hay quinientos ejecutivos hispanos. En la serie de más éxito que se ha estrenado este año -Desperate housewives-, una de las protagonistas está casada con un joven profesional de origen hispánico, que no tiene menos éxito profesional ni una casa menos amplia que sus vecinos, pero que cuando habla con su madre, que emigró de México y ve los culebrones de la televisión, lo hace en un perfecto español.
En Nueva York, el español es un idioma de frontera, y como en todas las fronteras, los intercambios y contagios son frecuentes, y es admirable escuchar cómo una persona cruza la línea invisible y salta sin esfuerzo de un idioma a otro, y un regalo para el oído encontrar todos los acentos posibles de este idioma que hace mucho dejó de ser exclusivamente nuestro, y ver cómo invade al inglés, y cómo se mezcla muchas veces con él, dando lugar a híbridos que para algunos puritanos resultan escandalosos, y que para otros son la muestra de una tercera lengua que estuviera naciendo delante de nosotros.
Hay palabras, giros, traducciones literales que suenan chocantes o cómicas, chispazos que saltan en todas las fronteras; pero aquí la frontera se extiende sinuosamente casi en cada calle, en cada casa en la que conviven dos o tres generaciones, en la conciencia y en la memoria de cada persona que vive entre los dos idiomas, en las oficinas y en los trenes del metro, en las escuelas, en los mercados callejeros, en una frase que empieza en español y termina en inglés, o viceversa. Bajo a la portería de mi edificio a explicar que no funciona el congelador del frigorífico y el portero le da su versión de mi problema al handyman que tiene que resolverlo: "El freezer de este señor no frisea".
Pero nadie se engaña, y cualquiera con un poco de juicio sabe que tan ventajoso como hablar un inglés excelente es hablar un español de primera calidad, y si el emigrante recién llegado siente complejo por no dominar la nueva lengua, también es muy posible que se reconcilie con la suya al ver que personas cultivadas e influyentes se expresan en ella, y que puede usarla al abrir una cuenta bancaria, al resolver los trámites de la Seguridad Social, al usar una tarjeta telefónica o sacarse un abono de transporte en las máquinas expendedoras del metro. Según The New York Times, en esta campaña electoral, tanto los demócratas como los republicanos han gastado más dinero que nunca en hacer propaganda política en español.
Es saludable moverse por esta frontera, tan porosa, tan enredada, tan ajena a las diversas claustrofobias de los países hispánicos. Los españoles vivimos encerrados en una habitación muy pequeña de una casa muy grande. Nos vendría bien asomarnos al aire libre, respirar la intemperie de un idioma que es mucho más anchuroso que nosotros. No es triunfalismo: es simple estadística. No es imperialismo cultural: la presencia del español no implica ni mucho menos la visibilidad de la cultura española, cuya penuria exterior está muy lejos de aliviarse. Y tampoco hay motivo para la suficiencia: para moverse con soltura por Estados Unidos sigue siendo imprescindible el inglés.
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