Mendoza reivindica la literatura como gran referencia moral de los ciudadanos
Peter Esterhazy, Carlos Fuentes, Juan Goytisolo y Nélida Piñón, entre otros, participan en el debate
Ayer tocaba hablar de lenguas, diversidad, traducciones, lo local y lo global. Y se hizo, pero volvió con fuerza la propuesta del primero de estos diálogos literarios del Fórum, que acabaron anoche: ¿es el escritor el referente moral de la sociedad? Algunos estudiantes se declararon decepcionados por lo oído el día anterior, cuando Pérez-Reverte y Saramago evitaron arrogarse dicho título. Así que ayer Eduardo Mendoza volvió a la carga: la literatura es moral, los escritores son el referente que construye el imaginario colectivo. Por alusiones, Saramago volvió a salir al atril. Y proclamó: "Compromiso social, todo; referente moral, lo que ustedes digan". Carlos Fuentes, Esterhazy, Goytisolo y Tomás Eloy Martínez se sumaron al debate.
Carlos Fuentes: "El escritor no está obligado con la política sino con la imaginación"
Para el húngaro Peter Esterhazy, "la gran batalla de la escritura es el talento"
"La dictadura de Bush es ridícula. Pero ¿cómo acabamos con ella?". La pregunta lanzada ayer al aire por Carme Riera en el diálogo matutino explica bien lo que ha pasado en estos cuatro debates literarios organizados en el Fórum por el escritor mexicano Sealtiel Alatriste. El mundo se hunde bajo nuestros pies y los escritores y los lectores vuelven a hacerse la eterna pregunta: qué hacemos aquí, para qué nos sirve la literatura.
Y así, la discusión que el martes desencantó a algunos sobre el compromiso y la condición (o no) de referente moral de la literatura regresó a la interracial y moderna sala 113 del Centro de Convenciones con renovados bríos y argumentos puestos al día.
Soltó la liebre Eduardo Mendoza, sarcástico y brillante, cuando, hablando de lenguas y lenguajes narrativos y tras confesar que él empezó a aprender idiomas para ligar, dijo: "La diversidad es la literatura, que corta transversalmente todas las lenguas y nos permite entender a los otros. Si leyéramos sólo nuestra literatura, no conoceríamos realmente la literatura. Por eso el escritor es un referente: por el mero hecho de serlo. Una pesada obligación, que no puede rehuir. Porque eso sería como si un delincuente dijera: 'Mire, es que yo robo y mato para ganarme la vida".
Tras la primera andanada, Mendoza continuó, sereno y dulce en apariencia, pero igual de incisivo: "El escritor es un referente. No sé si moral, pero desde luego literario. Yo no veo diferencia entre moral y literatura. La moral es una conducta frente al mundo como lo percibimos. Y percibimos el mundo como nos lo enseña la literatura, y el cine, y el teatro. La representación del mundo, con todas sus implicaciones morales, es la literatura".
A su lado estaban la mallorquina Carme Riera, que abogó por el escritor que escribe y el ciudadano que se compromete; y Peter Esterhazy, otro irónico indómito, flamante premio de los libreros alemanes en Francfort, que advirtió de que en su discurso haría varias referencias a la anunciada, pero ausente, Susan Sontag, y lamentó entre bromas la "escasa fiabilidad organizadora" de los españoles.
Luego, el húngaro recogió el guante mendocino. Dijo que la creación es una cosa "oscura y llena de barreras", y que la política sólo es una barrera más. Y afirmó que la novela es una herramienta estética más que moral. Pero se desmintió enseguida: "La gran batalla de la escritura es el talento", dijo Esterhazy, "pero para mí el lenguaje del poder, el ruso, ha sido materia prima. Me permitía jugar, incorporar el habla de la dictadura para ridiculizarla con indirectas. Algunos libros míos de esa época eran puro lenguaje de poder: no se entendía nada, todo eran indirectas, mentiras. Cuando las dictaduras son ridículas, tienen los días contados. Y uno no puede ser apolítico en una dictadura. Pero cuando no se entiende un libro, uno tampoco se entiende a sí mismo. Así que mejor que todo vaya bien: absténganse, por favor, de imponer más dictaduras". Esterhazy también habló de Céline, ese "hijo de puta" que fue "el mejor prosista" de su tiempo, para determinar que es mejor confiar en la obra que en el autor.
Mendoza bromeó: "Sí, también nuestra dictadura tenía los días contados: pero eran 28.500". Entonces, añadió: "Saramago puso ayer el ejemplo de Tolstói para negar que es un referente. Quizá el escritor no es un predicador, pero debemos tenerlo claro: es un referente. Porque colabora en construir el imaginario colectivo".
Saramago no aguantó más alusiones directas y caminó a grandes zancadas hacia la mesa entre los aplausos de todos. "Siento que algunos estén frustrados, pero lo que vieron ayer aquí fue un ejercicio de honestidad intelectual. Una cosa es el compromiso social y otra ser un referente. Referente moral eran esas señoras que iban por el mundo como Dios, Jesucristo o un gurú. Eso no somos. Por lo menos, yo no. Tengo mi sentido moral de la existencia, claro, y respeto esas reglas en la medida que puedo. Compromiso social, todo lo que puedo. Referente moral, lo que ustedes quieran. Puede que lo sea para algunos. ¡Pero yo no busqué esa cruz!".
Ahí estaban otra vez las conciencias en marcha: la vieja polémica del escritor comprometido, de la que el programa había tratado de huir explícitamente, arrasaba de nuevo. Carlos Fuentes, Tomás Eloy Martínez, Juan Goytisolo y Nélida Piñón, moderados por el escritor mexicano Ignacio Solares, se citaron por la tarde para hablar de globalización y centros de poder.
Nélida Piñón realizó un elogio de mestizaje y criticó la forma en que el mercado y las grande corrientes silencian las literaturas periféricas: "Pocos españoles conocen a Machado de Asís, pero seguro que todos conocen el fútbol".
Fuentes declaró solemnemente "superado el mandato sartreano del compromiso político". "El escritor no está obligado con la política, sino con la imaginación y con el lenguaje. Pero, ¿por qué entonces las dictaduras matan, encarcelan o exilan a los escritores? Porque ellos tienen una imaginación distinta de la del Estado, un lenguaje diferente. Eso encumbró a Thomas Mann, a Milan Kundera, a 20 más: el empleo de la imaginación y el lenguaje en plena libertad. Ésa es nuestra única responsabilidad". Y coincidió con Riera: "Después, todos tenemos derecho a tomar la opción política que más nos convenza. Como ciudadanos". También afirmó que hay que luchar por proteger el sentido ético de la palabra frente a los caprichos del comercio: "Si nos quitan eso podemos darnos por muertos".
El argentino Tomás Eloy Martínez cree que no se puede desvincular el texto literario del receptor: "Los referentes morales los construyen los lectores. Cuando hay dictaduras violentas y el poder es sordo y ciego, la literatura no tiene peso ni posibilidad de construir nada. Si el poder es iletrado y analfabeto, la literatura no sirve. Para eso hace falta que el poder se deje impregnar o impresionar. Argentina es la demostración de eso. Y ahora ocurre lo mismo en Estados Unidos: el rol del intelectual ha desaparecido por la ceguera del poder político, que aniquila las voces negándose a oírlas. Por mucha pasión que ponga, el escritor solo no puede hacer nada".
Juan Goytisolo -que denunció la dictadura del mercado y los imperios mediáticos- animó a defender con uñas y dientes el legado de la diversidad cultural y se mostró escéptico respecto al valor moral de la literatura. "Una cosa es la creación y otra la labor cívica. Cada día me veo obligado a tomar partido, sobre todo desde que mi aversión a Aznar se convirtió en una cosa física, en una pesadilla. Fuera de eso, distingo el compromiso y la escritura".
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