Un titán de la biología
Francis Crick ha sido un titán de la biología en la segunda mitad del siglo XX. Su aportación fundamental fue, en colaboración con James Watson, el descubrimiento de la estructura replicativa del ADN. Esta estructura estaba siendo perseguida, hace 50 años, por varios grupos de investigación, entre ellos el de Linus Pauling, que con rapidez propuso un modelo, que resultó ser falso, de una triple hélice. Así, Crick y Watson se encontraron más tranquilos a la hora de proponer con calma su propio modelo, esta vez correcto, de la doble hélice.
Este modelo significa que la herencia se reduce a una estructura material y, más adelante, cuando se supo que la información para la síntesis de proteínas la posee el ADN, se abrió el camino para entender las bases genéticas del desarrollo y los cambios genéticos que han tenido lugar durante la evolución. Así pues, el descubrimiento de la naturaleza del ADN es central en biología.
Su inquietud le llevó a atreverse con el último misterio de la biología: cómo funciona el cerebro
Sin embargo, en mi opinión, la gran contribución de Crick a la biología estuvo en su etapa inmediatamente posterior. Consistió en proponer y verificar los mecanismos por los cuales la información de la secuencia de nucleótidos del ADN es transformada en la secuencia de aminoácidos en las proteínas. Esto es la base de la biología molecular. Al descifrado de estos procesos de transformación de información contribuyó fundamentalmente Crick por su intuición, su capacidad analítica, su capacidad de vertebrar informaciones dispersas y de corregir y de ir modulando los datos que salían en una ferviente sociedad científica en aquellos años. Esto es lo que le da el gran mérito a Francis Crick.
Era un gran teórico, pero un muy pobre experimentador, y me refiero a trabajar en el laboratorio, hasta el punto de que cuando se planteó la hipótesis de que cada aminoácido estaba codificado por tres nucleótidos -la hipótesis que se denomina de los tripletes- quienes estaban realizando los experimentos en Cambridge le pidieron, por favor, que no trabajase él directamente con las bacterias por miedo a que rompiese las placas de cultivos.
Después del tremendo paso adelante que protagonizó con la estructura del ADN, la inquietud intelectual de Crick -era un hombre muy culto, además de muy inteligente- le llevó a atreverse con lo que él consideraba el último misterio de la biología: cómo funciona el cerebro y cuál es la base orgánica de la memoria y de la conciencia. Esto supuso un cambio de tema de trabajo para él, pero sirvió de guía para otros muchos investigadores que iniciaron lo que se puede llamar la diáspora desde el modelo de Escherichia coli [una bacteria] a organismos con sistemas nerviosos muy desarrollados.
La contribución de Crick en este campo ha sido menos notoria que en el primero, fundamentalmente porque él era un hombre muy cauto a la hora de hacer proposiciones científicas. Quería entrar en este mundo nuevo para él (su formación era la de un químico-físico) y tan complejo que necesitaba de mucha más información experimental; un mundo donde las especulaciones de alto nivel -que otros investigadores intentaban e intentan- a él le parecían prematuras. Esto habla de su honestidad científica.
Crick dejó su Reino Unido natal para marcharse a trabajar a EEUU, donde prácticamente fue el cerebro y guía del Instituto Salk en San Diego, con tan buenos investigadores en tantas áreas de la biología. Quizá esta tercera faceta suya, la de mentor o inspirador crítico de la investigación, sea la que ha tenido más influencia en el mundo de la biología.
Él era un hombre muy seguro de sí mismo -lo cual le creaba algunos rechazos-, pero muy noble, muy extrovertido y, en el fondo y en privado, muy cariñoso y emotivo. Quizá sea ésta su faceta menos conocida, pero está en el fondo de todos los grandes hombres.
Otra de sus inquietudes teóricas era el origen de la vida. La pobreza de datos experimentales para duplicar las condiciones de la Tierra hace 4.000 millones de años le llevó a sugerir que probablemente la vida habría llegado a la Tierra procedente del universo y transportada, por ejemplo, por meteoritos. Es la teoría denominada de la panespermia, que está, como todo lo relacionado con el origen de la vida, en el ámbito de lo desconocido y, quizá, de lo indemostrable.
Conocí a Crick en 1972 y le estoy muy agradecido porque escribió un artículo muy encomiástico sobre un trabajo que habíamos realizado en Madrid sobre la estructura modular del desarrollo, artículo que posiblemente ha tenido más impacto que nuestro trabajo original que él comentó.
Antonio García Bellido es profesor de investigación del Centro de Biología Molecular Severo Ochoa (CSIC/UAM).
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