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DESAPARECE UNA LEYENDA DE LA DANZA
Columna
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Un revolucionario dentro y fuera del flamenco

"Que la tierra sea tan leve sobre vosotros como vosotros lo fuisteis sobre ella". Con este epitafio de una bailarina gaditana, Antonio Gades concluyó su discurso en la Gala del Día Internacional de la Danza celebrada el pasado año en el teatro Albéniz de Madrid. Esta frase es como una saeta afilada y contundente. Llega directamente. Sin contemplaciones. Como lo hacía su baile.

Sus brazos estirados envolvieron de belleza los escenarios por los que triunfó la ética de la danza de este trabajador del baile. La primera vez que yo pude admirar el esbelto braceo con el que Gades revolucionó el baile flamenco masculino fue hace muchos años, en Zaragoza. Yo era un niño, de siete u ocho primaveras. Por aquel entonces, yo bailaba y cantaba como aficionado en el Teatro Principal y en el programa radiofónico Ondas infantiles. Mi fijación infantil no era otra que ser bailarín flamenco, lo único que yo conocía hasta el momento. De repente, en uno de los espectáculos a los que mis padres me llevaban, quedé engatusado ante la magia del primer bailarín de la compañía de Pilar López. Una buena tarde de mediados de los cincuenta, la silueta y el arte de Antonio Gades se impregnaron en mi retina, y en mi corazón, para siempre. "Yo quiero ser como él", les repetí una y otra vez a mis padres, mientras, calladamente, mi mundo interior recreaba el aleteo de esos brazos, que como cuchillos se movían ágilmente por las tablas. Yo no había visto nunca nada igual.

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Al día siguiente, antes de la nueva representación de Gades, mi grupo actuó en el Principal de Zaragoza. El destino quiso que aquel profesional viera el juego de niños en el que yo participaba. Al terminar, buscó a mis padres para decirles: "Ustedes saben que tienen un artista en la familia, ¿verdad?". Yo no daba crédito a lo que estaba viendo y escuchando. "Su hijo debería ir a Madrid a estudiar y perfeccionar su baile con buenos maestros", añadió Gades, ante mis estupefactos progenitores. Aunque he de reconocer que el que estaba realmente ensimismado y sin parar de rasgarse los ojos era yo.

Éste fue mi primer e inolvidable recuerdo de Antonio Gades, mi primer descubridor realmente. Al tiempo, cuando coincidí con él como colega, le recordé aquella anécdota, la de aquel cañamón zaragozano de ocho años que aspiraba a emular a otro gran Antonio, Antonio Ruiz Soler, al único que yo conocía hasta la fecha, imitando el zapateado de Sarasate.

Mis gratos recuerdos dan paso a la constatación de la importante aportación que Antonio Gades ha ofrecido al mundo del flamenco. Tanto como bailarín, como coreógrafo, Gades ha sido extraordinario. Marcó una forma de bailar. Fue innovador. El movimiento de su cuerpo destilaba aires de pureza, de belleza y de la estética que sólo se manifiesta tras un profundo trabajo ético. Le dio la vuelta a la danza flamenca. Sin duda, Antonio Gades revolucionó el baile como ya hicieran Vicente Escudero o Antonio Ruiz Soler.

El braceo afilado de Gades se podía apreciar hasta con los ojos cerrados. No era necesario mirar. Sobraba con sentir su perfecta armonía, sutil como la fuerza de su peculiar impronta. Este maestro del baile flamenco también se comprometió hasta la médula con su entorno social y político.

Por tanto, hoy es un día de tristeza y de compasión hacia el profesional y el ser social que Antonio Gades eligió ser.

Es difícil olvidarle. Sin embargo, su duelo sólo lo podemos cubrir plasmando los recuerdos bellos de su vida, aquellas imágenes que seguramente a él le gustaría que quedaran en nuestra memoria. Ojalá, cuando pase la emoción de su pérdida sigamos siendo conscientes del importante legado que este artista deja a la sociedad y a la cultura españolas. Un auténtico patrimonio intangible que se debe resguardar de la intemperie de la dejadez o la apatía.

Un gran bailarín y coreógrafo se nos ha ido. Un transformador del baile flamenco. Su huella queda con nosotros. Su enseñanza, la que transmitió desde la fortaleza y vitalidad de su alma, hoy se hace eterna, para mostrarnos a quienes dedicamos nuestra vida al mundo del baile, que nuestro efímero paso por la tierra no ha de olvidar nuestra responsabilidad y sensibilidad hacia lo que nos rodea y nos identifica: la naturaleza y el ser humano. Gracias, Antonio, por tu arte. Descansa en paz.

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