Diplomacia en las tumbas de Normandía
Bush asistirá al 60º aniversario del desembarco entre medidas de seguridad sin precedentes
Inútil buscar el nombre del capitán Miller en el cementerio norteamericano de Normandía. La cruz del oficial que recibió la orden de "salvar al soldado Ryan", después de haber visto diezmada su compañía, no se encuentra entre las 9.386 tumbas alineadas en un césped impecablemente conservado, en una balconada sobre la playa de Omaha. Aquí reposan los restos de combatientes auténticos y es el primero de los lugares que visitarán mañana los presidentes norteamericano y francés, Georges W. Bush y Jacques Chirac, para iniciar las celebraciones del 60º aniversario del desembarco aliado.
Este campo impresionante de cruces blancas y estrellas de David recuerda que Omaha Beach resultó la más sangrienta de las cinco playas en las que desembarcaron 156.000 soldados durante la Batalla de Normandía. Pero el cementerio estadounidense no es el que conserva más restos: la región cuenta con otras 27 necrópolis militares, que contienen en total unas 100.000 tumbas, recuerdo mudo de la guerra.
Chirac ha invitado a los supervivientes alemanes y al canciller Gerhard Schröder. La novedad es grande respecto a las celebraciones de 1994 porque el entonces canciller, Helmut Kohl, rehusó tomar parte en las ceremonias de Normandía al saber que François Mitterrand tenía dificultades para obtener el acuerdo de otros aliados.
Un centenar de jóvenes de varios países homenajearon ayer a la paz en el cementerio alemán de La Cambe, que guarda los restos de 21.300 cuerpos, implícitamente excluidos, sin embargo, del llamamiento de una asociación privada a honrar con flores los "cementerios aliados".
Polémica presencia alemana
La presencia de los alemanes todavía suscita prevenciones: sus veteranos han sido invitados a asistir en traje civil. "Es inapropiado que Schröder venga aquí", sostiene Jacques Vico, veterano de la resistencia francesa, para quien la reconciliación exige que los antiguos ocupantes pidan perdón, por más que la Alemania actual no se parezca a la de Hitler. Para él y otros resistentes sigue vivo el macabro episodio de la cárcel de Caen, donde decenas de prisioneros de la resistencia fueron ejecutados por los nazis horas después del desembarco aliado.
La invitación de Chirac a Schröder para una celebración conjunta constituye todo un gesto diplomático. Las tumbas de los combatientes también se prestan a servir de escenario al intento de parchear el cisma que ha separado a Europa y Estados Unidos, a causa de Irak. A una veintena de kilómetros del cementerio norteamericano se encuentra el pueblecito de Arromanches, en lo que fue el sector británico del desembarco, donde mañana se reunirán 17 jefes de Estado y de Gobierno y 800 supervivientes de Normandía, entre otros invitados.
Septuagenarios y octogenarios, cargados de medallas y de recuerdos, algunos de ellos casi no pueden tenerse en pie. La organización les ha confiado al cuidado de 250 enfermeras y son el blanco predilecto de las cámaras de los turistas en el paseo frente al mar. No se aprecia solemnidad, ni tampoco calor popular para unas ceremonias que, por el momento, más bien parecen un mosaico abigarrado de curiosos, policías, militares y vendedores de recuerdos.
Algunas de las celebraciones ponen el acento en el recuerdo a los franceses muertos durante la operación. Toda Normandía recibió un castigo terrible cuando el fuego aliado, que buscaba a los ocupantes alemanes, se abatió sobre la población civil. El diluvio de bombas destruyó gran parte de la ciudad de Caen y arrasó Saint-Lô, entre otras. Esta última, en especial, ha preparado varios homenajes a sus víctimas. El historiador Jean-Pierre Azéma estima que resultaron muertos entre 45.000 y 50.000 habitantes de Normandía antes de la operación aliada, durante la misma y en los meses siguientes.
La vigilancia es extrema en torno a las playas y acantilados del desembarco, que han conservado los nombres en clave dados por los aliados. "No hay precedentes de una operación de seguridad comparable a ésta", reconoció ayer la ministra de Defensa, Michèle Alliot-Marie, a quien acompañaba el titular de la cartera de Interior, Dominique de Villepin, tras pasar revista a los puestos de mando instalados en Caen. Ambos pudieron saludar a fuerzas militares en traje de protección NBQ (contra riegos nucleares, bacte-riológicos y químicos) que efectuaron maniobras en la zona.
De modo que algunos de los 130.000 habitantes de la región, después de haber tenido que proveerse de una acreditación para poder circular durante el fin de semana, dudan entre salir o quedarse ante el televisor. Ya habrá tiempo de visitar los antiguos búnqueres costeros, la exposición ¿Ciencias de guerra o de paz? (dedicada a la penicilina, el radar moderno y otros inventos acelerados por las necesidades bélicas) o la reproducción del Despacho Oval de la Casa Blanca, de próxima inauguración.
Minutos antes de la medianoche de hoy se iluminarán 80 kilómetros de costa con fuegos artificiales simultáneos. En ese momento, 60 años atrás, quedaban aún siete horas para que comenzara el asalto a las playas fortificadas y el mar empezara a ennegrecerse de obuses. Justo en ese momento, Georgette Bertot se puso de parto en Saint-Mère-Eglise y un oficial médico de los aliados terminó ayudándole a traer al mundo al bebé. Madre e hijo siguen bien.
Los españoles, olvidados
Muchos españoles tomaron parte en la campaña militar iniciada por los aliados en junio de 1944 para liberar a Francia de los nazis, pero no figuran entre los invitados a las ceremonias del 60º aniversario de la batalla de Normandía.
Además de los que colaboraron con la resistencia, cientos de españoles lucharon en Francia, de uniforme, encuadrados bien en una unidad británica, la Spanish Company number one, bien en la Segunda División Blindada francesa.
Ambas desembarcaron en Normandía después del 6 de junio. La segunda de ellas, dirigida por el general Leclerc, fue la primera que entró en el París todavía ocupado por los nazis en agosto de 1944. Una de las puntas de lanza de la liberación de París fue la compañía llamada "La Nueve", en castellano, a causa del enorme número de españoles que la formaban.
Manuel Fernández es uno de los supervivientes de la Spanish Company number one. Soldado de tres guerras, nacido en Esfiliana (Granada), se vio metido sucesivamente en una contienda tras otra y peleó con tres uniformes diferentes.
Fue guardia de asalto de la República durante la Guerra Civil española y en 1939 pasó a Francia, donde fue desarmado e internado en un campo de concentración, como tantos otros republicanos españoles. Aceptó enrolarse en la Legión Extranjera de este país cuando, atormentado por un dolor de muelas insoportable, se dio cuenta de que no había otro modo de que le atendieran que alistarse en la Legión. Con ella combatió en Noruega contra la invasión nazi de este país.
Tras la derrota francesa de 1940 hubo de reembarcar para el Reino Unido en medio del desastre. Segundo campo de refugiados y segundo reenganche, esta vez en una unidad del Ejército británico.
Con ella volvió a Francia en 1944 y tomó parte en la campaña de este país y la de Bélgica. Tiene tres condecoraciones británicas y una francesa, vive en un pueblo de la región de las Ardenas y ya tiene 88 años.
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