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La casa taller de Oteiza entra en el recorrido de Alzuza

La residencia del artista se abre al público y la biblioteca a los expertos

La Fundación Museo Jorge Oteiza abre hoy al público la casa taller del artista vasco en Alzuza. El escultor convirtió los 800 metros cuadrados de su vivienda en "la casa de todos los hombres con sensibilidad estética", afirmó ayer Alberto Rosales, director del museo contiguo, obra del arquitecto Francisco Javier Sáenz de Oiza. El Museo Oteiza fue inaugurado la pasada primavera en esta localidad navarra en la que el escultor residió junto a su esposa, Itziar Carreño, desde 1975 hasta entrada la década de los años noventa.

En la casa taller de Oteiza (que el jueves visitaron los duques de Lugo) se muestran los escenarios íntimos del artista, aquellos que quedaban vedados a casi todo el mundo, excepto a sus amigos, detrás de uno de los carteles que Oteiza colocaba en la puerta del caserón para reivindicar lo único que le quedaba, el tiempo, y que ahora permanece en el mismo sitio: "Déjenme tranquilo. Estoy tratando de sobrevivir". También a partir del próximo lunes se abrirá parcialmente a los investigadores la biblioteca legada por Oteiza y el centro de documentación ubicado en dependencias del museo, dotado con más de 5.000 volúmenes y documentos del artista.

Cuando Oteiza y su amigo Sáenz de Oiza trabajaban en el diseño del museo que albergaría el legado artístico donado en 1992 al pueblo navarro, el escultor reivindicó que la entrada al laberinto diseñado por el arquitecto navarro se realizara a través de su propia casa. Lamentablemente, no será así. El reducido espacio de las estancias y la exhibición de un gran número de sus objetos personales, libros, ensayos, fotografías, escritos, bustos, esculturas, tizas y dibujos, junto a la rehabilitación de sus mesas de trabajo, estanterías y otros muebles obligarán a un acceso independiente y regulado en pequeños grupos de visitantes.

Tres son las estancias principales del recinto. En el laboratorio se puede contemplar el proceso creativo y una muestra de la obra en fase de ejecución. Se enseñan sus utensilios y herramientas, así como un buen número de materias primas en proceso de talla. Hay piedras como esculturas potenciales, elementos para la construcción en hierro o esculturas soldadas antes de viajar a la calderería, junto a algunas de sus cajas metafísicas, bustos de los apóstoles de la basílica de Arantzazu o fundiciones seriadas como pruebas de diferentes pátinas.

Tras el laboratorio se accede a la casa, decorada con más de doscientas fotografías del álbum personal del creador vasco. Imágenes de Orio, Madrid, São Paulo, Agiña, Irún o Alzuza, testimonio de sus encuentros con artistas como Lecuona, Balenciaga, Chillida o Basterretxea, arquitectos como Fullaondo o Sáenz de Oiza, o momentos de amistad con Juan Huarte, Paco Ibáñez, Miguel Pelay o Julio Caro Baroja. Todo ello bajo la presencia permanente de Itziar, su esposa, cuyo fallecimiento en 1991 generó un paulatino desapego de Oteiza hacia la casa de ambos. "Sin ella me da miedo entrar", confesó a sus amigos. Prefirió pasar sus últimos años en un humilde piso de protección oficial de Zarautz, donde residió hasta su muerte, ocurrida en San Sebastián el pasado mes de abril.

Los arquitectos Concha Lapayese, Darío Gazapo y Vicente Sáenz son los responsables de la reordenación de la casa taller.

El recorrido se completará, en breve plazo de tiempo, con la apertura del taller donde Oteiza montaba sus piezas tras la fase experimental. Se trata de una estancia abierta al patio de la casa que estará especialmente habilitada para las actividades didácticas y programas de trabajo con los escolares, que responde a los principios fundacionales del legado de Oteiza, muy preocupado por trabajar la formación estética del niño.

La infanta Elena y Jaime de Marichalar, el jueves en la casa taller de Jorge Oteiza.
La infanta Elena y Jaime de Marichalar, el jueves en la casa taller de Jorge Oteiza.LUIS AZANZA

Las pizarras negras

La casa taller exhibe una buena cantidad de los experimentos realizados sobre tizas, sobre cortezas de árbol, sobre simples alambres. También los libros y discos preferidos del escultor, sus botellas de whisky, sus cajas de puros Cohiba, sus gafas, sus diminutas libretitas donde plasmaba múltiples cálculos de desarrollo espacial. Y las omnipresentes pizarras negras. Siempre junto a las ventanas, las ventanas por donde entraba la luz del mediodía, del sol naciente o del ocaso y por las que Oteiza, desde la formidable atalaya que es Alzuza, veía permanentemente el cielo y las montañas circundantes. Pizarras donde siguen escritas sus palabras, sus citas, sus preocupaciones, incluso sus ecuaciones moleculares del espacio.

La casa es el cordón umbilical, el espacio primigenio de creación donde Oteiza reventaba de ideas en forma de poemas, de cálculos, de cuboides Malevitch, de bronces, de desocupaciones de espacios, de ensayos lingüísticos sobre el euskera o de proclamas sociopolíticas. La cocina donde se gestaba una obra definitiva que se puede contemplar después a un simple paso, en el museo. Y ahora los visitantes pueden verla cuando Oteiza apenas la había pergeñado.

La irrupción en la fascinante intimidad de Oteiza llega al extremo en su dormitorio. Los muebles no se conservan, pero sí se ha recuperado un reclinatorio donde, al despertar en plena noche, plasmaba sus ideas. En el reclinatorio hay una cuartilla. Es un mensaje de amor y disculpa por no haber recordado un aniversario. En el escrito, Jorge pide perdón a su esposa: "Este año no tengo regalito tampoco". Y le promete "obedecerle en todo", viajar con ella a Italia e inaugurar oficialmente la casa con su nombre.

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