El largo acoso del Parkinson
La enfermedad que el Papa sufre desde 1992 explica todos sus signos de deterioro físico
No hay que esforzarse mucho en buscar las causas del deterioro físico del Papa. No sólo los evidentes temblores, sino también los desconcertantes suspiros, la progresiva incapacidad para andar, las aparentes dificultades respiratorias, los engañosos signos de cansancio, la cabeza desplomada sobre el pecho, la saliva vertida, la mirada furtiva, la cara inexpresiva, la propensión a las infecciones respiratorias y hasta la caída que sufrió en la bañera en 1994 se deben a la misma causa: el Parkinson.
Hay una excepción. Durante su última visita a Madrid, Juan Pablo II reveló un aspecto relativamente mejorado y una mayor facilidad de palabra, pero también unos movimientos extraños, de apariencia espasmódica, que a veces retorcían levemente su mandíbula o su brazo. Los neurólogos llaman a esto discinesia, y saben que no es un síntoma directo del Parkinson, sino un efecto secundario de la levodopa y los inhibidores de la dopa-descarboxilasa, los medicamentos habituales contra esa enfermedad. El Papa no suele tomarse sus pastillas, pero hizo una excepción para su visita a Madrid.
El Parkinson del Papa no viene de 1999, cuando su deterioro empezó a alarmar a la opinión pública, ni siquiera de 1996, cuando los observadores más agudos vieron temblar su mano durante una visita a Hungría. Juan Pablo II padece Parkinson al menos desde enero de 1992, cuando tenía 71 años. En una persona de esa edad, el Parkinson progresa más deprisa que en un paciente más joven. Casi doce años de convivencia con esa enfermedad neurodegenerativa, unidos al escaso fervor del pontífice por los medicamentos, han sido más que suficientes para dejarle postrado ante sus cada vez más atónitas audiencias.
El neurólogo José Manuel Martínez-Lage, profesor de la Universidad de Navarra y uno de los mejores especialistas europeos en Parkinson -dirigió en 1970 el primer ensayo clínico con un inhibidor de la dopa-descarboxilasa-, vio por primera vez a Juan Pablo II en 1985. "Mi mujer y yo celebrábamos nuestras bodas de plata y le saludamos en una audiencia", recuerda. "Ya había sufrido el atentado de Alí Agca [había sido en 1981], pero era un hombre arrollador, cariñoso y acogedor, y era obvio que disfrutaba de una salud de hierro".
Seis años después, Martínez-Lage reparó en el primer signo de óxido en ese hierro. Ocurrió en Roma, durante la beatificación de José María Escrivá de Balaguer, el fundador del Opus Dei. "Fue en enero de 1992, y ya era evidente el primer síntoma característico del Parkinson: los folios que el Papa sujetaba con su mano izquierda oscilaban rítmicamente. Su mano derecha no mostraba temblores. El llamado Parkinson puro, causado por daños en la sustancia negra cerebral, siempre empieza afectando a un solo lado".
Los temblores arreciaron después. "Era fácil verlo por televisión", dice Martínez-Lage, "sobre todo cuando levantaba las manos para rezar, o cuando alzaba el cáliz o la hostia".
A partir de ahí, los demás síntomas fueron apareciendo progresivamente. Primero empezaron a fallar los "reflejos posturales", que normalmente corrigen cualquier movimiento brusco para equilibrar el centro de gravedad del cuerpo. "Entre 1994 y 1995", explica el neurólogo, "el Papa sufrió al menos tres caídas -en una de ellas se fracturó el fémur derecho- como consecuencia de la pérdida de reflejos posturales típica del Parkinson". Juan Pablo II también empezaba a revelar otros signos característicos como la bradicinesia (movimientos cada vez más lentos) y la hipertonía (tensión excesiva en los músculos que conduce a la rigidez).
Pese a todo ello, el Vaticano persistía en silenciar la enfermedad incluso a finales de los noventa. "Me sorprende que no se dijera nada, o incluso se negara", confiesa el neurólogo. "Supongo que habría razones de orden diplomático, afectivo o psicológico, pero el caso es que cualquier especialista en Parkinson hubiera podido diagnosticarlo sin más que ver al Papa por la tele. Lo mismo ha pasado con otros líderes como el mariscal Tito, Mao y Franco".
Los síntomas han seguido su curso: mirada furtiva debido a la inmovilidad de los párpados y la lentitud de los movimientos oculares (algunos especialistas llaman a esto ojos de reptil), desaparición de la mímica facial, sialorrea (caída de la saliva por falta del reflejo labiolingual que suele contenerla), cifosis (encorvamiento del tronco), cabeza desplomada sobre el pecho, incapacidad para andar y progresiva dificultad para hablar.
"El Papa se va a morir con Parkinson, pero no de Parkinson", subraya el neurólogo. "El Parkinson puro, que es el que padece el Papa, no ataca a los órganos vitales, ni tampoco a la mente. Tiene arteriosclerosis, y lo más probable es que muera de un infarto, una hemorragia cerebral o una neumonía, que, como dijo Sir William Osler, nunca falta a la cita".
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