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Reportaje:LA CIENCIA Y LA CULTURA

Arqueólogos del futuro

No son novelas de ciencia-ficción, pero la ciencia ocupa en ellas un lugar destacado. Se llaman tecnothriller o tecnoficción y utilizan una bibliografía científica que sazona los elementos habituales de los best sellers. Los autores son científicos o asimilados y en la trama la ciencia ocupa un lugar destacado. Rescatar un meteorito caído en el sur de Chile, viajar en el tiempo, construir un parque con dinosaurios, descubrir a seres extraños que pululan por el Museo de Historia Natural de Nueva York o enfrentarse a un enjambre de nanomáquinas furiosas, la ciencia sostiene la trama. Sin embargo, como en el Frankenstein de Mary Shelley, el pesimismo es la tónica dominante; el abuso de la ciencia es peligroso.

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Julio Verne es el más visible de los ancestros de estas novelas, pero hay escritores que antes que él utilizaron la ciencia como base de sus narraciones. Luciano de Samosata, por ejemplo, llevó un viajero a la Luna en el siglo II antes de nuestra era; el autor coruñés Antonio de Sanmartín describió, en 1871, un viaje a Júpiter, el mismo escenario elegido por Ramón y Cajal para uno de sus Cuentos de vacaciones. Pero Verne es, por excelencia, el autor que hizo de la novela con trasfondo científico un género. H. G. Wells, Aldous Huxley, Arthur C. Clark, Orwell, Asimov, la nómina de escritores es inmensa, con amplias zonas de contacto (como quería Carl Sagan) con la ciencia-ficción pura, pero con un carácter específico que se ha hecho más visible desde que Michael Crichton se ha convertido en una fábrica de hacer best sellers tencocientíficos.

¿Es posible extraer sangre del estómago de un mosquito muerto hace 140 millones de años y conservado en ámbar? Quizá no lo sea, pero podría serlo, podría haberlo sido. Ése es el armazón, científicamente aparente pero débil, de estas novelas . Su éxito se basa en que "el lector está persuadido de que lo que lee es ciencia, y es plausible, y la verdad es que te suena a ciencia si no sabes demasiado del asunto", dice Javier Ordóñez, catedrático de Historia de la Ciencia en la Universidad Autónoma de Madrid.

Michael Crichton (Chicago, 1942) se licenció en antropología en la Universidad de Harvard, y se pagó posteriormente los estudios de medicina escribiendo novelas de espionaje bajo seudónimo. Se le llama el padre del tecnothriller y ha vendido unos cien millones de libros en todo el mundo. Congo, La amenaza de Andrómeda, Parque Jurásico, Esfera, Rescate en el tiempo, Devoradores de Cadáveres y esta última, Presa, son sus tecnonovelas más conocidas, aunque ha escrito muchas otras. Buena parte han sido llevadas al cine con enorme éxito, y ha dirigido seis películas.

Douglas Preston (Massachusetts, 1956) y Lincoln Child (Connecticut, 1957) son dos autores que escriben al alimón y que utilizan la ciencia como armazón de sus novelas, también, llevadas al cine con éxito, como Relic. Además han buscado meteoritos en el sur de Chile en Más allá del hielo y son autores de varias intrigas científicas más, como Nivel 5, El pozo de la muerte, La ciudad sagrada y En la boca del dragón, todas ellas con numerosas ediciones en nuestra lengua. Los asesinatos de Manhattan, su última novela aparecida en España, narra una serie de crímenes cometidos en 1881 y que se empiezan a reproducir en la actualidad con las mismas características. El agente especial Pendergast, Nora Kelly y otros conocidos de los lectores habituales comenzarán la búsqueda de un asesino de hace cien años y uno actual, ¿o es el mismo? Una mezcla de ciencia forense y arqueológica y, por el medio, visitas a los gabinetes de curiosidades, los precursores de los museos de ciencia actuales, componen una novela que cuesta dejar en la mesilla de noche. Still life with crows (naturaleza muerta con cuervos)

es el libro más reciente de Preston y Child y aparecerá en España febrero de 2004.

Presa, lo último de Michael Crichton, es una historia de nanotecnología en la que una empresa, trabajando para un laboratorio de investigación militar, desarrolla unos microingenios que posteriormente el ejército no quiere, así que tratan de reconvertirlos para uso médico. Pero la tecnología siempre tiene caras ocultas y lo que no era más que un desarrollo vanguardista se escapa de control y se convierte en un peligro. Todo ello narrado con un pulso del que cuesta separarse.

Sin embargo, la consulta a los expertos sobre el nivel científico de este tipo de libros llega siempre a las mismas conclusiones. Para Javier Armentia, astrofísico y director del Planetario de Pamplona "las cuestiones de mi especialidad se me quedan cortas, me parecen un poco vacías, pero de aquello de lo que no sé me parece que lo dicen estupendamente, aunque mis amigos biólogos dicen lo mismo que yo de sus campos". Buena parte del éxito es, precisamente, lo digerible que hacen la ciencia para el público general. Miquel Barceló, profesor de la Universidad Politécnica de Cataluña y director de la colección Nova, de Ediciones B, asegura que se trata de "una simplificación de la ciencia-ficción en la que cada novela se puede reducir a dos palabras: dinosaurio clonado; viaje en el tiempo...".

"La ciencia", prosigue Barceló, "se hace en los laboratorios y en las revistas especializadas, no en las novelas. La ciencia que usan es coherente, las explicaciones seudocientíficas son creíbles, pero la novela no está en ese asunto, sino en el thriller que se monta en torno a eso". No se trata, en todo caso, de novelas de divulgación científica, asegura Javier Ordóñez, "igual que Frankenstein no se escribió para explicar el efecto del galvanismo en los tejidos, sino que era una reflexión moral sobre un mito que sigue funcionando".

El mito es el efecto perverso

de la manipulación de la naturaleza. Estas novelas tienen en común su pesimismo, tratar de los horrores de la ciencia. Los dinosaurios se vuelven incontrolables, las nanoabejas son asesinas, el afán de conseguir el meteorito o de crear nuevos fármacos acabará en desgracia. Todo ello, en el mundo que reconocemos con facilidad, y ésa es, precisamente, su baza principal: "El encanto", dice Javier Ordóñez, "es que lo ponen muy cerca del ciudadano medio. Estos autores tienen un sismógrafo para averiguar qué teme la gente, qué miedos sociales hay. Son libros de apocalipsis preventivo".

Para Ludolfo Paramio, sociólogo, investigador del CSIC y lector de este tipo de novelas, "cumplen un papel de divulgación de ideas que andan sueltas en el debate científico y pueden crear situaciones dramáticas interesantes. Pero, también se lleva mucho, desde Frankenstein, insistir en que indagar en el mundo natural tiene inevitablemente consecuencias negativas, románticas, antimodernas. Lo más interesante es el conflicto de intereses entre la sociedad y la ciencia; no veo mucha diferencia entre el contenido social de estas novelas y otras de, por ejemplo, Le Carré. Toda la serie de Parque Jurásico es un homenaje al yuppy desconsiderado que pone en peligro la naturaleza para ganar dinero".

"Hay que reconocer", señala Barceló, "que se lo trabajan bastante y que estudian los artículos científicos, pero presentan una idea simplificada y poco explicada de la ciencia para que quede al alcance de la gente en general. Les faltan los matices de las buenas novelas de ciencia-ficción".

Bacterias
Imagen microscópica de una 'giarda lamblia', una especie de bacteria.

Los peligros de la nanotecnología

"LOS PELIGROS de la nanotecnología dependen de en manos de quién caiga, como todo en la ciencia. De políticos, militares, investigadores y otras gentes de malvivir". Fernando Briones, director del Centro Nacional de Microelectrónica, del CSIC, es experto en nanotecnología. A su juicio no habrá tantas sorpresas en el futuro inmediato: "Tenemos una capacidad de adaptación tremenda; no nos sorprendemos ni siquiera de lo que vemos".

La especificidad de la nanotecnología es que ciencia básica y aplicada van de la mano. No hay casi pasos intermedios entre el laboratorio y la tienda. La ley de Moore establece que cada 18 meses se duplica la capacidad de memoria de un chip, lo que significa que "en este campo no hay distancia entre la investigación y la tecnología, sino continuidad entre el laboratorio y la industria. Eso obliga a que los tiempos de desarrollo de un producto a partir de nuevos avances científicos sean muy pequeños".

Por supuesto, las investigaciones en nanotecnología son especialmente golosas para la industria de la defensa, tal y como se refleja en la novela de Crichton. "Hay mucha investigación militar", dice Briones, "y mucho interés" . En Presa "hay muchos intereses en defensa, por ejemplo, contra el terrorismo, pero todo lo que es defensivo puede ser usado para atacar. Los métodos de protección pueden servir para agredir" .

En cuanto a las posibilidades de establecer controles, este nanotecnólogo es escéptico. "No hay ningún control posible. En un sistema de libre competencia entre empresas, laboratorios y científicos, no se puede ni plantear el intentar frenar nada".

En Presa, el riesgo surge de la unión entre nano y bio. "La unión de nano y bio ya la inventó la evolución", señala Fernando Briones. "Es lo más natural y pronto será una de las salidas más comunes de la nanotecnología; será lo que se podrá explotar antes".

"Estas novelas", dice Briones, "están muy bien construidas porque las que tienen disparates no se venden, pero el interés es comercial. Creo que están sesgadas por aprovecharse del miedo de la gente. Les faltan aspectos optimistas, como tener en cuenta el desarrollo de la cultura que supone la ciencia; hoy la mayor parte de la cultura es científica".

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