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Reportaje:LA CIENCIA Y LA CULTURA

Nuevas metáforas, últimos mitos

Dime, papá ¿por qué el cielo es azul?". La pregunta del niño de cinco años plantea un dilema. La respuesta puede tomar el camino de una difícil mitología ("el cielo es la panza de Franco, un burro gigante, cuando iba vestido de general de aviación") que quizá estimule la fantasía del niño, pero entorpezca su "verdadero" conocimiento de las cosas. La otra senda nos lleva por la fronda de lo científico. Así, para explicar que el cielo es azul, el adulto no tiene más remedio que recurrir a las teorías sobre la dispersión de la luz en el espectro solar, detallar cómo se constituye la parte superior de la atmósfera, divagar sobre el efecto lumínico en las moléculas de aire, relacionar, en fin, para la completa satisfacción de su vástago, la teoría oscilatoria, el electromagnetismo, la termodinámica y la mecánica cuántica. Cuando la conferencia llega a su fin y el niño ya está preguntando por qué las vacas tienen cuernos, el padre sabe que necesita un libro de divulgación científica. Sin duda, percibe también que, de no poseer una formación altamente especializada, tiene muchas posibilidades de que le engañen. Porque esa reciente magia parece haber sustituido a los antiguos mitos por otros nuevos, su hermetismo emana los gases narcóticos de una nueva religión.

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Arqueólogos del futuro

Hoy día, aunque sepamos que a Newton no le cayó ninguna manzana cuando leía a la sombra amena, que fueron otras inquietudes más complejas las que le llevaron a formular sus leyes y principios, tenemos la seguridad de que la ciencia se ocupa de reconocer una gran profundidad en la más ingenua de las preguntas, y que, a partir de ahí, elabora una visión del mundo con inauditas consecuencias. Al parecer, la filosofía, la literatura y las artes ya no están en ese empeño. Aunque cueste reconocerlo, aunque crujan los arquetipos, asuntos como la creación artificial de la vida, o los agujeros negros (o grisáceos), o la neuroquímica de eso llamado conciencia, arruinan el caudal de la trascendencia, estrechan los límites de la esperanza y hacen saltar por los aires la tradición humanística de la que quizá un día formaron parte.

Quien sienta curiosidad por esta ruptura y sus dilemas y recurra a los libros de divulgación ha de saber que dos son los asuntos que se tratan en esos volúmenes. Por un lado, el modo en que los científicos, como hombres y mujeres, miran el mundo. Por otro, la capacidad de explicar los fenómenos a un público lego "con buenas dosis de ingenio, simpatía y paciencia".

La editorial Tusquets, en su colección Metatemas, integra esas dos vertientes, visión y explicación, dando preferencia a la primera. Es emblemática la obra La tercera cultura de John Brockman, donde se hace hincapié en el hallazgo de una filosofía natural y, ay, nuevas metáforas para describir al ser humano y su relación con el universo. Espasa Calpe y Crítica son otras editoriales que han fomentado, de un modo serio, la divulgación científica. De la primera, destaco la reciente publicación de El dedo de Galileo, de Peter Atkins, donde se repasan los diez grandes intereses actuales de la ciencia. La editorial Crítica, en cuyo sello Drakontos han aparecido las notables obras sobre la evolución de Stephen Jay Gould, conoció la abundancia con el best seller de Stephen Hawking Historia del tiempo, en el que la peculiaridad física del autor sobre el contenido de su obra haya ensombrecido con una metáfora no por rancia menos vigente a esas nuevas metáforas. Ese "factor humano" ha abierto una nueva posibilidad de divulgación a través de la biografía. Así, Una mente prodigiosa (Mondadori) nos instala en las complicaciones de la teoría de juegos al tiempo que narra las grandezas y calamidades de John Forbes Nash. Y es que, pese al ímpetu de la conjetura y la refutación, aún nos cuesta dejar de lado las inmanencias de la esperanza, del esfuerzo humano, la desprestigiada y ambigua voluntad de la anécdota.

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