Cultura menos ciencia igual a humanidades
LA CIENCIA es cultura. No hay duda. Sin embargo, en casi todos los idiomas cultura es sinónimo de humanidades: arte, filosofía, literatura, religión... y las mal llamadas ciencias blandas, como la historia, la antropología o la sociología...
O sea: se entiende por cultura lo que queda de ella cuando se le ha extirpado todo lo sospechoso de ser ciencia. No se sabe qué duele más, si no ser culto o no ser humano. Pero ahí está el cisma: ciencia y humanidades.
La polémica empieza en 1959 con la publicación de Las dos culturas y La revolución científica. El título (sobre todo eso) hace fortuna. Su autor Charles Percy Snow señala el abismo abierto en la civilización occidental. Ni científicos ni humanistas se han molestado en anunciarlo. Snow empieza con un tirón de orejas para ambos. A los humanistas por su ignorancia e indolencia respecto de los conocimientos científicos más elementales, a los científicos por presumir de no perder tiempo con novelas y todo aquello que distrae la concentración y ablanda el rigor del buen investigador. Lo más incómodo para Snow es la opinión que se tienen unos de otros en materia política. Los científicos tienden a ver a los humanistas políticamente sospechosos, cuando no perversos y apocalípticos, mientras que se ven a sí mismos como intelectuales propios de su tiempo, con la mirada por encima del horizonte. Los humanistas en cambio ven a los científicos como optimistas simples e ingenuos, demasiado superficiales para percibir la tragedia de la condición humana. Snow entra aquí del lado de la ciencia. Los científicos también son conscientes de la naturaleza trágica de la vida humana. Ya lo sabemos: todos nos morimos en la soledad más radical. Pero una cosa es la condición humana individual y otra la condición humana social. La tragedia de la una no implica la de la otra. Snow, científico y novelista, invita a la mutua comprensión.
Después de Kuhn se extiende la idea entre los humanistas de que la ciencia es un hecho social. Los científicos, en cambio, creen en un mundo objetivo. Las leyes fundamentales de la naturaleza no dependen de una negociación sobre las convenciones sociales del momento, sino que están ahí haya o no alguien empeñado en descubrirlas (los árboles se caen en el bosque aunque nadie esté presente para anotar el incidente). La hipótesis del mundo real es el pilar de cualquier investigación científica. Alan Sokal dice "si la ciencia fuese un mero pacto social para acordar lo que significa verdadero, ¿por qué habría de dedicar la mayor parte de mi demasiado corta vida a la ciencia? ¡Yo no aspiro a ser la Emily Post de la teoría cuántica de campos!".
Si Snow es el primer acto del drama, Sokal es el segundo. Su hilarante parodia publicada en 1996 en la hasta entonces prestigiosa revista Social Text ('Transgredir las fronteras: hacia una hermenéutica transformadora de la gravedad cuántica') es una sonora bofetada a los humanistas que echan mano de la ciencia para darse una falsa pátina de rigor y dureza, un golpe en los bajos que corta el aliento del posmodernismo, el relativismo, el deconstructivismo
... Su antiguo maestro y uno de los físicos más brillantes del siglo, Steven Weinberg, se suma rápidamente con un artículo en The New York Review of Books (1996) que desata la furia de los humanistas. En él llega a afirmar que ciencias y humanidades sólo se abrazarán cuando la ciencia alcance la soñada teoría final de la naturaleza y los secretos del origen mismo del universo. Casi nada.
Hoy, cuarenta años después de Snow, la polémica sigue productiva: ¿Dos culturas? El significado de Lord Snow (F. R. Leavis), La tercera cultura (J. Brockman, editor), La nueva alianza (I. Prigogine e I. Stengers), Conscilience, la unidad del pensamiento (E. O. Wilson), Dos culturas ¿o tres filtros? (G. Hardin), Dos culturas ¿o sólo una? (P Grobstein)...
Nadie sale ileso de la frontera. Las grietas de la ciencia se llenan con pasta de ideología. Y viceversa. Sólo la crítica es innegociable. ¿Se avanza algo con la polémica? La pregunta forma parte de la propia polémica, pero algo queda. Por ejemplo, hoy no se puede hacer filosofía sin tener una buena idea de las leyes impersonales de la naturaleza, ni es buena idea hacer ciencia sin asomarse a los personales pensamientos de Hume, Descartes, Spinoza, Kant o Heidegger.
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