'Schussangst', una escandalosa Concha de Oro
Laia Marull y Luis Tosar, protagonistas de 'Te doy mis ojos', premios de interpretación
Parafraseando al clásico, esta crónica podría comenzar con un "como decíamos ayer...", porque ayer precisamente decíamos que Schussangst, el tercer largometraje del georgiano afincado en Berlín Dito Tsinsadze, era un canto al desperdicio: del oficio narrativo del realizador, del presupuesto económico de la producción y del criterio de sus guionistas al idear una historia absurda en la que un objetor de conciencia que practica el piragüismo en sus ratos libres se enamora de una enigmática joven a la que pretende cuidar y proteger, lo que no consigue en absoluto. Pues bien, es precisamente a esta fallida película -de improbable distribución en España- a la que el jurado internacional ha tenido a bien conceder el máximo galardón del certamen, la Concha de Oro. Dicho con otras palabras: el tan citado jurado internacional ha dictaminado que Schussangst es la mejor película exhibida en el certamen. Un disparate.
El filme ganador del máximo premio del jurado es un desperdicio de oficio y dinero
La mayor ovación se la llevó Eduardo Serra por su premio a la mejor fotografía
Decir que es un premio polémico es favorecer la decisión del jurado. Para que fuera polémico tendría que existir disparidad de criterios, lo que no es el caso. En la rueda de prensa en la que se comunicó la relación de premios, la Concha de Oro fue la única que recibió una muy mayoritaria bronca, pitos y abucheos por parte de los periodistas presentes. A ello se puede añadir que, por ejemplo, de los ocho críticos de diarios nacionales que juzgan a bote pronto el filme visto, Schussangst sólo obtuvo dos aprobados, y con un 6 sobre 10; los otros seis restantes la suspendieron. El público presente en las proyecciones mostró una casi total indiferencia y el título no aparecía en ninguna de las quinielas posibles previas a la concesión oficial de los premios. El por qué se le concedió la Concha de Oro, y al margen de los retóricos argumentos del jurado: "Es la película más original y perturbadora de las proyectadas" afirmó su portavoz, el brasileño Hector Babenco, queda en el secreto de las deliberaciones, las componendas y los compromisos de los seis jueces supremos. Original es decir mucho; perturbadora, es decir, capaz de provocar disturbios, es, en cambio, una muy ajustada definición.
En fin, todo parece indicar que la monótona rutina del protagonista, el trabajo civil sustitutorio del servicio militar -lleva comida precocinada a ancianos berlineses y a una prostituta de mediana edad de la que no se explica por qué tiene derecho al catering-, le permite conocer a una serie de personajes moderadamente disparatados que poco o nada tienen que ver con la historia central pero que sirven para llenar los 102 minutos de su duración.
El resto de los premios oficiales, salvo el de mejor guión, están concedidos sin embargo desde el sentido común, que es exactamente lo que faltó en la Concha de Oro. La Concha de Plata al mejor director, que recayó en el surcoreano Bong Joon-Ho, responsable de Memories of murder, un thriller tragicómico basado en una historia real de 1986 sobre un asesino en serie que aún no ha sido detenido, es una decisión correcta o, cuando menos, no es disparatada, como también es perfectamente asumible el que Laia Marull y Luis Tosar, protagonistas de la excelente Te doy mis ojos, de Icíar Bollaín, obtuvieran las Conchas de Plata a la mejor actriz y al mejor actor, respectivamente: los dos están espléndidos en sus papeles de marido violento y esposa maltratada.
Tom McCarthy y su The station agent, la sencilla, intimista y poética historia de tres marginados sociales, realizada desde las coordenadas del cine independiente y premiada por el público en el Festival de Sundance. El Premio del Público fue para el coreano Kim Ki-Duk por Primavera, verano, otoño, invierno... y primavera.El portugués Eduardo Serra, responsable de la iluminación de la extraordinaria La joven de la perla, recibió el premio a la mejor fotografía y la mayor ovación escuchada en la sala de prensa, algo de cajón, aunque de un jurado tan proclive a los disturbios se podía esperar cualquier cosa, como por ejemplo el que le concediera el premio al mejor guión a Per Fly, Kim Leona, Mogens Rukov y Dorte Hogh por la coproducción nórdica Arven (Inheritance), o de cómo el calvinismo de la burguesía industrial danesa triunfa sobre el cálido amor del heredero y su espectacular y simpática mujer. Otro disparate.
El festival cerró la tienda hasta la próxima edición con la proyección de Open Range. Dirigida e interpretada por Kevin Costner, arropado por un estupendo Robert Duvall, Annette Bening, Diego Luna y Abraham Benrubi, entre otros, es un comedido western en el que Costner parece alejarse de las megalomanías precedentes del tipo de Waterworld y El mensajero del futuro. Una historia clásica y ortodoxa de la épica vaquera que, inexplicablemente, llega a los innecesarios 140 minutos de duración y en la que se respetan las reglas elementales del mencionado género cinematográfico: vaqueros parcos de palabras, sobrios y curtidos, llevan el ganado a través de espléndidos paisajes naturales y praderas infinitas hasta que topan con un latifundista desalmado y su cuadrilla.
La larga, excesiva, introducción de la película desemboca en un duelo final en el que dos hombres y un joven malherido se enfrentarán a un numeroso grupo de malvados. Todo es sobrio en Open
Range, incluso la historia de amor entre Bening y Costner, salvo su minutaje. La meteórica presencia del actor y realizador y la más pausada de Robert Duvall (uno de los tres premios Donostia de este año) en San Sebastián quizá explica el que el filme seleccionado para clausurar el certamen -fuera de competición- sea este western tan correcto como tópico y en absoluto justificado como guinda de un festival internacional de cine de categoría A (la máxima posible). Fue el último disturbio (mental) del certamen.
Babelia
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