El artista y la violencia
Es bien sabido, y por desgracia lo podemos constatar permanentemente en la vida diaria de Euskadi, que todo lo que se relaciona con la situación vasca, debido a la violencia terrorista de ETA, se vuelve a su vez objeto de conflicto. Eso mismo le ha sucedido al filme-documental La pelota vasca, la piel contra la piedra, de Julio Medem. Algunos, estamos sabiendo ahora, no se prestaron a ser entrevistados para el documental. Algunos que lo aceptaron han pedido ser eliminados después de haber visto el resultado. Y la polémica está servida. Con el daño colateral de estar debatiendo y discutiendo sobre un filme-documental, y no directamente de ETA y de cómo acabar con la violencia terrorista.
Julio Medem no se ha colocado en la sima entre dos montañas, sino en un no-espacio
Creo que en lo que se llama conflicto vasco no hay equidistancias posibles
Soy uno de los más de cien entrevistados. Probablemente de los menos significados. No he visto el resultado. No voy a asistir a su presentación oficial, invitación que decliné antes de enterarme de la polémica. No voy a pedir que me eliminen del documental. Cuando acepté ser entrevistado sabía a lo que me exponía, los riesgos que corría. Por el tema. Por el medio -150 horas iniciales de material, cinco horas para versión DVD, tres capítulos de televisión de 55 minutos cada uno, un documental para cine de 115 minutos-. Y por la conjunción de ambos, tema y medio, en el espacio público. No sé, pues, si se recoge lo que dije, lo sustancial, lo accesorio, lo llamativo. No sé ni quién me precede ni quién me sigue, ni a quién precedo ni a quién sigo. No sé si hay introducción, entradilla, contextualización. Yo hubiera podido elegir otra música. Son los riesgos. Y están asumidos.
Pero ya que el director del documental ha publicado in extenso sus ideas, preocupaciones, razones, metas y derechos, me gustaría comentar alguna cosa que otra. A mí no me entrevistó el propio Medem, sino una mujer joven. Pude decir lo que sobre el tema pienso. No me quedé con la sensación de no haber dicho lo que pensaba y sentía. Sí, en cambio, con la sensación de hacerlo contra la corriente de las preguntas, contra la direccionalidad de las preguntas. -Los que vivimos día a día en Euskadi y participamos en el debate público hemos tenido que desarrollar sensores especiales capaces de percibir los más mínimos matices y detalles-. Por esa razón me extraña lo que escribe Julio Medem: "Mi actitud ante todas aquellas personas fue la de aprender lo máximo posible, es decir, estaba mentalizado para entender lo que hiciera falta. Mi forma de preguntar fue la de ir siempre a favor del entrevistado, buscando en todo momento su parte de verdad, su porqué profundo, pero sin juzgar".
Y digo que me extraña porque, por muy valiosa que sea la libertad del artista, por mucho que el artista se queje de no haber podido hacer la película que quería -"esa gente disciplinada que tanto tensa la cuerda"-, por mucho que se sienta en su "derecho de ser el pájaro que le da la gana", nada de todo eso garantiza su neutralidad, porque no existe; nada de eso garantiza que no emita juicio alguno, nada de eso garantiza que sus entrevistas y la película hayan servido y vayan a servir para que los entrevistados y los vascos enfrentados "se entiendan mejor a sí mismos" -no es pequeña la pretensión-, como pretende Medem. Ni Dios pudiera hacerlo. Y el artista, aun en su libertad y en su derecho, no es Dios. Y el creerse Dios es la primera muestra de no serlo, y la primera indicación para ser escéptico con sus pretensiones.
No he pretendido nunca equidistancia. Creo que en lo que se llama conflicto vasco no hay equidistancias posibles. He tomado y tomo partido. Contra ETA. Contra la pretensión de ETA de definir y constituir la sociedad vasca sólo y exclusivamente desde la hegemonía nacionalista, desde la homogeneidad del sentimiento de pertenencia nacionalista impuesto a todos. Contra todos los planteamientos que, de una u otra forma, comparten esas ideas, aunque lo hagan por medios pacíficos. Contra todas las pretensiones de que la paz sólo será posible cediendo en algo a esos planteamientos. Aunque se llame diálogo.
Que Medem juzga, y no sólo trata de entender, lo explica muy claramente él mismo: "... cuando presencié espeluznado la campaña electoral de las elecciones vascas del 13 de mayo de 2001. Sólo me cabe desear, con toda mi alma, que aquel espectáculo pase a la historia y se estudie como ejemplo de perfidia informativa. Asistí horrorizado al espectáculo de la calumnia, la mentira y el linchamiento contra el nacionalismo vasco, estrategia populista del Gobierno español, a la que también se apuntó el PSOE (y así ya la práctica totalidad de los medios de comunicación de Madrid), rompiendo y reduciendo las opciones políticas en el País Vasco a dos bandos, a dos frentes nacionales irreconciliables". Como si esto fuera el inicio de la historia. Como si no se hubiera producido la ruptura del Pacto de Ajuria Enea. Como si no hubiera existido el asesinato de Miguel Ángel Blanco y la reacción popular contra ETA. Como si no se hubiera dado el miedo del nacionalismo en ese momento a quedar en minoría en la sociedad vasca. Como si a raíz de ese miedo el nacionalismo no hubiera emprendido la vía de las negociaciones con ETA, la búsqueda de la unidad de acción nacionalista. Como si el nacionalismo no hubiera enterrado las palabras del lehendakari Ardanza en el discurso de investidura de 1987: lo que nos separa de ETA no son sólo los medios, sino también los fines. Como si ese camino no hubiera conducido al acuerdo de Estella-Lizarra, a los papeles firmados con ETA en condiciones de tregua, como si todo ello no significara la voluntad de definir, y constituir, la sociedad vasca, Euskadi, de una vez por todas desde la hegemonía nacionalista (Emilio López Adán, Beltza).
En el inicio de toda la historia del filme-documental La pelota vasca, la piel contra la piedra, hay un juicio, un juicio nada equidistante, un juicio articulado por el propio Medem, un juicio que pude percibir en las preguntas que me formuló la entrevistadora. Y al final de la historia también hay un juicio. Escribe Medem: "He de lamentar que a partir de la segunda semana de rodaje surgieron las primeras dificultades y hasta negativas a participar por parte de personas pertenecientes a las dos corrientes o sectores donde pueden situarse los extremos del conflicto vasco".
Es cierto que todos los conflictos tienen extremos. Pero busquemos el detalle de los extremos en Julio Medem. Por un lado están las personas del PP y, nominalmente, Fernando Savater, Jon Juaristi y Cristina Cuesta. Por el otro no aparece en el texto nadie definido. No sé si será consecuencia de la innombrabilidad de la bestia. Todo lo que encuentro es lo siguiente: "Me vi entonces lanzándome con ellos -también conmigo- al aire de un barranco, a ese gran hueco que queda entre el entorno de ETA y el Gobierno de Madrid". Es decir: uno de los extremos es el entorno de ETA, o sea, ETA y su entorno, pues sin ETA no hay entorno que valga, y el Gobierno del PP.
Vuelvo a declararme contrario, militantemente, a la equidistancia. Si los extremos del conflicto vasco son ETA y su entorno por un lado, ilegítimos por donde se mire, y el Gobierno del PP, más Fernando Savater, Jon Juaristi y Cristina Cuesta, por el otro, de cuya legitimidad democrática sólo se puede dudar colocándose uno mismo fuera de la democracia misma, Julio Medem no se ha colocado en la sima entre dos montañas, sino en un no-espacio, fuera del espacio público institucional de la democracia, único en el que es posible el diálogo, si quiere este término dejar de ser una palabra vacía y simplemente estética en el peor de los sentidos.
"¿Cómo vamos a cerrar la herida?", pregunta Medem. No sé si la herida de la muerte provocada se puede cerrar en el muerto. Creo que no. La viuda de Fernando Buesa, Natividad Rodríguez, proclamó en una ocasión que su marido no había dado la vida, sino que se la habían arrebatado a la fuerza, con violencia. No sé, pues, si esa herida se puede curar en el asesinado. En cualquier caso, sé que no se puede curar la herida construyendo una sociedad que obedezca a las razones por las cuales ETA instituyó como víctimas a Miguel Ángel Blanco, a Gregorio Ordóñez, a José Luis López de Lacalle, a Fernando Buesa, a tantos guardias civiles, militares, policías nacionales y ertzainas, más muchos ciudadanos vascos y españoles, ni nada parecido. Aunque venga acompañado del calificativo de diálogo.
Joseba Arregi fue consejero de Cultura del Gobierno vasco.
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