Visionario y rebelde
La muerte de Roberto Bolaño nos priva de un escritor visionario, de un autor que llegó justo cuando la literatura latinoamericana parecía entrar en decadencia y estaba necesitada de voces que reemplazaran el discurso ya agotado de los escritores del boom. Con Bolaño apareció un narrador poderoso, que nos deleitó con la originalidad y el rigor de su trabajo y que fue capaz de demostrar que había una manera más genuina e inteligente de escribir sobre América Latina.
Libros de relatos como Llamadas telefónicas, Literatura nazi en América y Putas asesinas describen ese continente que ya no intenta hacer la revolución, sino que lucha por olvidarla y que, desencantado o perseguido, ha optado por el exilio físico o por el exilio interior. Escritos con sobriedad y lucidez y repletos de personajes tristes y extraviados, los cuentos de Bolaño parten en dos nuestra propia mirada y demuestran que, para ser descrita, Latinoamérica merece algo más que narraciones mágico-maravillosas o rebuscadas epopeyas seudohistóricas.
Roberto Bolaño escribió libros sugerentes e inundó nuestra literatura de un elemento que siempre le ha hecho mucha falta: la inundó de Verdad. Poeta en esencia, Roberto recorrió con fervor revolucionario Chile, México y Centroamérica y cuando, como todos los hombres, confirmó que en este planeta no hay ideal que no sea traicionado, se refugió en Cataluña. Aquí volcó aquel trasiego vital y literario en Los detectives salvajes, la novela que lo consagró y que es, sin duda, la mejor novela latinoamericana de la última década.
Mezcla de ficción y realidad, conjunción de novela y relato, parodia de la literatura y de la vida misma, Los detectives salvajes es un libro innovador en la forma, innovador en las ideas e, incluso, en la relación que establece con los lectores. Alejada del facilismo y la pobreza que tanto abundan en la prosa de hoy y distante también de cierta erudición farragosa y aburrida, la escritura de Los detectives salvajes es limpia, ajena a los excesos y está poblada de personajes tiernos, raros o brutales que creen en la vida a pesar de soportar toda clase de complejidades físicas, intelectuales y psicológicas.
Ganadora del Premio Herralde en España y del Rómulo Gallegos en América Latina, Los detectives salvajes (y en general toda la obra de Roberto Bolaño) más que una obra premiada es una obra fundacional. Una obra cuyo efecto en la actual literatura latinoamericana es comparable al efecto que produjeron la aparición de Pedro Páramo y El llano en llamas de Juan Rulfo en la América Latina de los años cincuenta. Ha muerto Bolaño, pero el camino que abrió para lectores y escritores queda ahí, a la espera de todos aquellos que tengan la valentía para recorrerlo.
Es triste tener que escribir sobre la muerte de un escritor como Roberto Bolaño, pero es aún más triste tener que hacerlo para hablar de la muerte de un escritor sencillo, ajeno a los vicios y las vanidades del mundillo literario y que fue ejemplo de una extraña combinación de rebeldía y respeto. Tal vez los diarios digan otra cosa, pero estoy seguro de que Roberto Bolaño murió de lo único que puede morir un hombre y un escritor como él: murió de honestidad.
Sergio Álvarez es escritor colombiano, autor de La lectora.
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