Dulzura salvaje

La virgen de los sicarios, una de las grandes novelas de la lengua española, es un viaje insólito por un Medellín atroz que el protagonista recorre con una dulzura salvaje. El desbarrancadero es una historia de amor cuyo desgarro es una herida abierta en los ojos de Colombia; como si fuera el recorrido por la piel violada de la madre, es también una carta de despedida: adiós a todo eso, el dolor es demasiado intenso como para viajar por él de nuevo. La Rambla paralela es el alma de su autor: atormentada por la evidencia de la nada, hace un viaje interior que se parece también a una despedida. Ocurre, en gran medida, en Barcelona, y es el trayecto insomne de un hombre que quiere respirar otra vez un tiempo quemado. En Guadalajara (México), cuando presentó esta última novela, dijo que ya no escribiría más, nunca más, estoy harto. Lo dijo con esa dulzura siempre salvaje con la que se enfrenta como el hombre más sincero que conozco a los espejos ahumados que visita. Más adelante dijo que él, que ya hizo trizas a Darwin, trataría de demostrar que Newton era un gravísimo mentiroso, y para sí tomaría otra vez la pluma: para desmitificar la física. En su último libro vuelto a publicar, Los días azules, hay esta inscripción suya: "Yo sólo creo en quien dice humildemente yo y lo demás son cuentos". Siempre escribió en primera persona: te mira también en primera persona, con los ojos asombrados de un adolescente.